La búsqueda de la felicidad

Foto Agustin Etchebarne
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Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 

Si tomamos una perspectiva histórica para alejarnos de la crisis coyuntural podemos afirmar que el mundo occidental jamás ha conocido una prosperidad mayor a la actual. La cantidad de bienes y servicios en ninguna época ha sido tan abundante y jamás llegó a un sector tan amplio de la población. Los avances de la medicina han permitido alargar la esperanza de vida hasta los 74 años en países latinoamericanos y hasta 85 años en los países nórdicos. Sin embargo, el mundo sería aburrido si con el mero hecho de alcanzar cierto grado de bienestar todos fuéramos “felices”. Por el contrario, los hombres toman por sentado la baja de la mortalidad infantil, el crecimiento de la expectativa de vida al nacer y el acelerado crecimiento de la productividad y permanecen siempre críticos, mirando la parte del vaso medio vacío. Esa insatisfacción natural del hombre es el motor del progreso.

La felicidad no es tema sencillo, ha ocupado siempre un lugar central en las reflexiones de los filósofos sin que hayan logrado ponerse de acuerdo ni en su definición ni en cómo se consigue. Tal vez toda la tarea de la filosofía sea ayudarnos a ser felices. Aristóteles la veía como el objetivo central del ser humano, aquella única cosa que elegimos por sí misma y no como medio para lograr un bien ulterior. Sócrates creía que para alcanzarla la única vía era la virtud, la búsqueda del conocimiento, del bien y la justicia.  Los hedonistas la buscan a través del placer y el goce. Más específicos, los tántricos la buscan por medio de ritos sexuales. Del lado casi opuesto, o tal vez complementario, los estoicos, los budistas y Compte de Sponville pretenden encontrar la felicidad aceptando la realidad tal cual es, apagando en lugar de satisfaciendo los deseos del “ego” y cultivando la desesperanza. Witgenstein creyó encontrar la solución cuando en sus “Cuadernos de guerra” escribió “Sólo un hombre que vive no en el tiempo sino en el presente puede ser feliz”. El tiempo sería el enemigo de la felicidad, pensar en el futuro o en el pasado puede ser causa de infelicidad. No muy lejos de ese sentimiento se encuentra el concejo romano Carpe Diem. … y así el debate sigue abierto.

Tan importante resulta el tema que la “búsqueda de la felicidad” es incluída junto con el derecho a la “vida” y la “libertad” en la Declaración de Independencia de los EE.UU. La sabiduría de la declaración deja en claro que cada individuo tiene el derecho de buscar, a su manera, tan preciado y esquivo bien. Es decir, no tenemos derecho a ser felices sino a actuar buscando la felicidad. “We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness.”

Al escribirlo en el idioma inglés original podemos percibir una nueva veta de matices. “Happiness” tiene una raíz diferente de la que “Felicity” comparte con “felicidad” o con la palabra “fe”. El adjetivo “happy” tiene la misma raíz que el verbo “happen”, que marca una acción en el tiempo. Es decir, “happiness” estaría referido a la felicidad que produce el resultado de determinadas acciones, las realizaciones combinadas con los eventos que ocurren. Según el Oxford English Dictionary, en inglés antiguo la raíz “Hap” significa “suerte” o “fortuna”, y puede ser buena o mala. Entonces su “happiness” depende de la prosperidad o el éxito de las acciones, que tanto dependen del esfuerzo y la creatividad como de la buena (o mala) suerte. Así Enrique VIII, de Shakespeare dice: “I am glad I came this way so happily.”

En cambio,  “felicidad” comparte la misma raíz que la palabra “fe”. Hace algunos miles de años los indoeuropeos crearon la palabra dhe o dhe(i) (pronunciada fei) que significa chupar, amamantar; y de la cual derivan palabras como fecundo, fértil, feto, fémina, hijo (filius). Si bien en nuestra lengua corriente la palabra fe significa “creer sin ver” como contraposición a algo racional, Tresmontant demuestra que no existe tal contradicción ya que bíblicamente la palabra hebrea original era “emounah”, que precisamente tiene el mismo sentido de amamantar.

De allí, entonces “fe” y “felicidad” derivan del mismo sentimiento de plenitud, saciedad, confianza ciega, protección, certeza absoluta, que tiene un bebé al momento de ser amamantado.

Tal vez, esa diferente concepción hizo que los pueblos anglosajones persigan la felicidad por medio de sus creaciones, sus inventos, su producción, sus realizaciones. Mientras que  con una visión más latina de “felicidad” se haya creado una nueva religión que podemos llamar el “Estatismo”, donde el Estado es en quien el pueblo confía ciegamente para ser alimentado, vestido y protegido.

Tal vez, la historia de las civilizaciones no sea más que la diferencia de matiz de una misma palabra.

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