Marxismo y religión

Presidente del Consejo Académico en 

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Por Alberto Benegas Lynch (h)

El camino más efectivo para la penetración de las ideas colectivistas es a través de la religión ya que la feligresía en general se encuentra con las defensas bajas y dispuesta a aceptar lo que le digan desde el púlpito aunque sea de contrabando y en dirección contraria a todos los preceptos religiosos estudiados hasta el momento. En este sentido, referido al marxismo, como ha escrito el gran teólogo católico Miguel Poradowski “Karl Marx, quien tiene que disfrazar su afán de esclavizar al hombre mediante un lenguaje de liberación”. Los llamados “teólogos de la liberación” como Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo, Hugo Assman, Rolando Muñoz, Pablo Richard, James Cone, Jermiah Wright y Jim Wallis usan la religión al efecto de penetrar con el totalitarismo marxista. Muy paradójico es por cierto que, en estos ámbitos, se recurra a un sujeto que sostenía que “la religión es el opio de los pueblos” (aunque también hay líderes religiosos que entusiastamente han deglutido todos los preceptos marxistas, salvo su ateísmo).

Estos sucesos que ahora parecen reverdecer después de haber sido eclipsados por un tiempo van para los ingenuos que, a partir de la caída del Muro de la Vergüenza en Berlín, piensan con Fukuyama que la postura liberal es inexorable y el marxismo ha muerto. Nada hay inexorable en los asuntos humanos, las cosas ocurrirán en un sentido u otro según lo que cada uno de nosotros seamos capaces de hacer. Esta inexorabilidad es una manifestación de marxismo al revés. La historia está plagada de muertes y resurrecciones. Paul Johnson bien ha escrito que “Una de las lecciones de la historia que uno debe aprender, aunque resulte muy desagradable, es que ninguna civilización puede considerarse garantizada. Su permanencia nunca puede darse por sentada; siempre habrá una era oscura esperando a la vuelta de cada esquina”.

Es curioso, pero el primer trabajo en colaboración de Marx con Engels titulado La sagrada familia (en referencia peyorativa a la familia de los hermanos Bauer o los jóvenes hegelianos) la embiste contra el libre albedrío al sostener el más crudo determinismo, es decir, la embiste contra la columna vertebral de la condición humana tan proclamada por todas las religiones monoteístas y en el Manifiesto Comunista resumen toda su filosofía con la “abolición de la propiedad privada” a pesar de que dos de los Mandamientos enfatizan el valor de la propiedad: “no robar” y “no codiciar los bienes ajenos”.

Debido a que la mencionada teología de la liberación tiene lugar principalmente en las diversas denominaciones cristianas, es de interés repasar algunos pasajes bíblicos con esto en mira. En Deuteronomio (viii-18) “acuérdate que Javeh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo (v-8) “si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. En Mateo (v-3) “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la Perfección), en otras palabras al que “no es rico a los ojos de Dios” (Lucas xii-21), lo cual aclara la Enciclopedia de la Biblia (con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho bajo la supervisión del Arzobispo de Barcelona): “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento”  y que “ la clara fórmula de Mateo -bienaventurados los pobres de espíritu- da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo vi, págs. 240/241). En Proverbios (11-18) “quien confía en su riqueza, ese caerá”. En Salmos (62-11) “a las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón”. Este es también el sentido de la parábola del joven rico (Marcos x, 24-25) ya que “nadie puede servir a dos señores” (Mateo vi-24).

Como expresé en la conferencia inaugural que pronuncié en el CELAM -Consejo Episcopal Latinoamericano- el 30 de junio de 1998, en Tegucigalpa  (invitado por Monseñor Cristián Precht Bañados y la Fundación Adenauer de Argentina): “si de acuerdo a la retorcida interpretación que le atribuyen los teólogos de la liberación, sacerdotes para el tercer mundo y sus compañeros de ruta, la pobreza de espíritu fuera en verdad la pobreza material, esto de plano resultaría en una fulminante condena a la caridad ya que al entregar recursos al prójimo lo estaríamos contaminando, entonces, para ser consistentes con esta versión degradada del antedicho precepto bíblico, habría que patrocinar las hambrunas, las pestes y la miseria generalizada”. Por eso es que la referida enciclopedia subraya que “la propiedad, concepto jurídico derivado del legítimo domino, aparece en la Biblia como inherente al hombre” (tomo v, pág.1294) y que “los Hechos de los Apóstoles refieren en la que los fieles vendían sus haciendas para provecho de todos, pero no hacen de tal conducta -que en sus consecuencias fue catastrófica, ya que hizo de la Iglesia Madre una carga para las demás iglesias- una norma, ni menos pretende condenar la propiedad particular” (ibid.), lo cual, de más está decir, en nada se contrapone con voluntarios votos de pobreza material.

Por todo ello es que la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana ha consignado el 30 de junio de 1977 que “De por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.

Es que, independientemente de las religiones, la superlativa confusión sobre la noción de la riqueza y la propiedad se encuentra hoy en día extendida en prácticamente todas las manifestaciones de la vida cultural. Debido a que los bienes no aparecen en los árboles y, por ende, no hay de todo para todos todo el tiempo, la propiedad privada permite asignar los escasos recursos para que sean administrados por las manos más eficientes para producir lo que demanda la gente. De este modo, el empresario, para mejorar su situación patrimonial, no tiene más remedio que servir a su prójimo, sea en la venta de zapatos, alimentos o equipos de computación. Esta asignación de recursos no significa posiciones irrevocables sino que van cambiando según la capacidad de cada cual para atender los requerimientos de los demás. El que acierta gana, el que se equivoca incurre en quebrantos. Por supuesto que esto ocurre si el mercado es libre y competitivo. Si los empresarios se convierten en cazadores de privilegios que en alianza con gobernantes -los amigos del poder-hacen negocios en los despachos oficiales, se convierten en ladrones de guantes blancos que explotan miserablemente a sus congéneres vendiendo a precios más elevados, calidad inferior o ambas cosas a la vez.

Por otra parte, en los mercados libres, al incrementarse las inversiones los salarios e ingresos en términos reales aumentan puesto que con ello la productividad se multiplica. Esa es la diferencia medular entre Uganda y Canadá: los salarios no son más elevado en el segundo lugar porque allí los empresarios son más generosos, se debe a que las tasas de capitalización son mayores, lo cual fuerza los salarios a la suba. La capitalización se concreta en equipos, maquinarias, instalaciones, nuevos procedimientos y más conocimiento aplicados que hacen de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento. Esta es la razón por la que en países donde prevalecen grandes dosis de inversión no puede contratarse lo que se conoce como “servicio doméstico”; no es que el ama de casa en Estado Unidos no le gustaría contar con ayuda, es que los salarios son muy elevados de personas ubicadas en otras labores consideradas más productivas y, por ende, no permiten afrontar ni justifican esas tareas. No es cuestión de decretos gubernamentales, si fuera así seríamos todos millonarios. Se trata de ahorro interno y externo que permite inversiones mayores en un contexto de marcos institucionales civilizados que respeten derechos. En economía no hay alquimias posibles, ni siquiera son relevantes las intenciones, lo importante son los resultados y éstos, tal como lo señalan numerosos autores como por ejemplo Imad-ad-Dean Ahmad, solo se logran donde tienen lugar los mercados libres y el imperio del derecho para todas las personas.

La riqueza o la pobreza de las diversas regiones nada tiene que ver con etnias (a menos que se sea racista), ni con altitudes ni latitudes geográficas, ni con los recursos naturales disponibles. Japón es un cascote cuyo territorio es habitable solo en un veinte por ciento, mientras África concentra la mayor parte de los recursos naturales del orbe. El asunto es de los sistemas que se adoptan, tal como se ha podido verificar en el pasado al comparar la situación de Alemania del Este con Alemania del Oeste o la comparación actual entre los niveles de vida entre Corea del Norte y Corea del Sur.

En otras latitudes, Argentina era la admiración del mundo mientras regia la Constitución liberal de 1853, período en que los inmigrantes iban a esas tierras para “hacerse la América” hasta que nos volvimos fascistas en la década del treinta y más autoritarios y estatistas aún a partir de la década siguiente, situación en la que el país pasó a integrar el conglomerado de naciones poco creíbles. Juan Bautista Alberdi -el inspirador de aquella Constitución liberal- resumía su filosofía al preguntarse y responder de esta manera “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra” y también escribió que nosotros (y en otros lares latinoamericanos) “Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí toda la diferencia. Después de ser colonos de España lo hemos sido de nuestro gobiernos patrios: siempre Estados fiscales, siempre máquinas serviles de rentas, que jamás llegan porque la miseria y el atraso nada pueden redituar”. Sería cómico si no fuera dramático que en los aniversarios de “la independencia” una buena parte de la gente se envuelve en banderas y escarapelas sin tener idea de que significa la independencia y las consiguientes autonomías individuales.

En estos debates, se ha popularizado el “Dogma Montaigne” lo cual significa que la pobreza de los pobres es debida a la riqueza de los ricos sin ver que no se trata de un proceso estático de suma cero sino de características eminentemente dinámicas de creación de riqueza. Este dogma proviene de la peregrina idea de que el que vende se enriquece a costa del que compra puesto que se transfiere al primero la suma de dinero correspondiente, sin comprender que el que entrega dinero a cambio de un bien es porque prefiere ese bien al dinero entregado. No debe verse un solo lado de la transacción. Un comerciante puede tener muy poco dinero en caja y un gran patrimonio y otro contar con mucha liquidez y estar en quiebra. Por otra parte, es menester destacar que todos somos pobres o ricos según con quien nos comparemos. Por momentos parecería que se usa a los pobres para fines subalternos puesto que cuando estos logran salir de esa condición se los vitupera como si se quisiera que volvieran a la situación de pobreza para poder usarlos en arengas vacías de contenido al efecto de justificar puestos de trabajo de quienes vociferan aparentando la defensa de los más necesitados.

Desafortunadamente en muchas cátedras que se imparten en diversos institutos religiosos y no pocos sermones se analiza mal la idea de la solidaridad y las obras filantrópicas en el contexto de erradas concepciones sociales. La sagrada noción de la caridad que, por definición, significa el uso de recursos propios, realizado voluntariamente y, si fuera posible, de modo anónimo, se pervierte con la idea del uso compulsivo del fruto del trabajo ajeno. Así se habla de la “redistribución de ingresos” lo cual significa volver a distribuir por la fuerza lo que libre y pacíficamente se distribuyó diariamente en el supermercado y similares. Cuando el Leviatán se apropia de recursos para entregarlos a otros, no está llevando a cabo un acto de solidaridad sino que se trata de un atraco. En esta misma línea argumental se recurre a la “justicia social” que en el mejor de los casos es una grotesca redundancia puesto que los minerales y vegetales no son sujetos de derecho y, en el peor, constituye una afrenta a la clásica definición de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo” ya que significa sacarles a unos sus propiedades  para entregar a otros lo que no les pertenece.

He sido testigo directo de cátedras que, muchas veces sin proponérselo, apuntaban a lo que la teología de la liberación no hizo más que llevarlo a sus últimas consecuencias. Esto me ocurrió en repetidas ocasiones en clases que recibí en la Universidad Católica Argentina en la carrera de grado de economía y luego en el doctorado que aprobé en la misma disciplina en esa casa de estudios. Incluso se ha machacado hasta el cansancio que la noción de que la salvación cristiana es colectiva y grupal, en lugar de enfatizar la relación personal con Dios y la consecuente responsabilidad por lo que cada uno hizo o dejó de hacer, tal como lo explica magníficamente, entre muchos otros, el Pastor Stephen Broden principalmente en base a las enseñanzas de San Pablo. El deber primero es la salvación de la propia alma. Por esto es que Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica apunta respecto al amor al prójimo que “por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo moldeado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da. 2da, q.xxvi, art.iii). Por otra parte, quien se odia a si mismo es incapaz de amar a otro puesto que el amor proporciona satisfacción personal.

También en mi caso, destaco al margen que los alimentos intelectuales de mayor calado los recibí en estudios fuera de la Facultad de la Universidad Católica Argentina por parte de judíos de origen o practicantes (“nuestros hermanos mayores” para recurrir a una expresión de Juan Pablo ii) tales como Ludwig von Mises, Israel M. Kirzner, Murray N. Rothbard, Milton Friedman y Friedrich A. Hayek, lo cual, de más está decir, no significa que la religión tenga algo que ver con la ciencia, son dos planos independientes y, por otro lado, la religión debe estar absolutamente separada del poder político según indica el sabio principio jeffersoniano que se ilustra en la “doctrina de la muralla”.

En muchos lugares se hace una parodia bastante patética de la democracia ya que las mayorías arrasan sin la menor consideración por los derechos de las minorías contrariando las bases elementales del sistema a que tanto aluden maestros como Giovanni Sartori, por ejemplo, en su obra en dos tomos titulada Teoría de la democracia. Igual que antes Hitler y ahora los Chávez del momento, los votos con la pretensión del poder ilimitado no se condicen con la democracia sino con los demagogos de la kleptocracia, es decir, el gobierno de ladrones de propiedades a través de impuestos expropiatorios y deudas insostenibles, ladrones de libertades y ladrones de vidas que se destruyen debido a los reiterados arrebatos estatales, por lo que las funciones gubernamentales de “proteger la vida, la propiedad y la libertad” se convierten en completas quimeras.

Es indispensable revisar los fundamentos de una sociedad abierta y entender la compatibilidad con la libertad y la responsabilidad individual presente en las religiones más difundidas en nuestro planeta, si es que deseamos el progreso de los más débiles lo cual solo puede lograrse en un marco de  estricto respeto recíproco como eje central de la cooperación social y la conducta digna.

*Publicado en Diario de América, Nueva York.
Buscar