Visión posmoderna

Presidente del Consejo Académico en 

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Cada vez más se observa el avance del posmodernismo en muy diversas manifestaciones de la cultura. Este movimiento comenzó a expresarse en las revueltas del mayo francés de 1968 pero hunde sus raíces en autores como Nietzsche y Heidegger. Esta corriente tiene vertientes en muy diversos planos pero básicamente significa relativismo ético, epistemológico, cultural y hermenéutico.

En otros términos, tal como explica G. B. Mason en su célebre ensayo sobre la materia (Critical Review, vol. 2, primavera/verano de 1988, No.2 y 3), el posmodernismo pretende renegar del concepto de verdad y realidad objetiva como lo pone en evidencia I. A. Richards en el título de su trabajo sobre la materia (“The Proper Meaning Supertition”), noción a la que están ligados los nombres de Rotry, Derrida, Sausurre y tantos otros pensadores contemporáneos aunque también hay quienes presentan otras vetas que revelan enfoques distintos respecto a aquellos autores como Hans-Georg Gadamer (en su Verdad y método), Paul Ricoeur (en su Hermeneutics & the Human Sciences) y, en el campo de la economía, Ludwig Lachmann y Don Lavoie.

En todo caso, lo relevante del tronco central y más difundido de sus variantes pretende eliminar toda línea divisoria entre el bien y el mal, rechaza la posibilidad de conocimiento objetivo (por lo que incurre en la conocida contradicción de involucrar sus propias conclusiones también como relativas). Por su parte, Eliseo Vivas ha puntualizado que son incapaces de reconocer una jerarquía de lo mejor y lo peor en las diversas culturas, y, asimismo, en lo que se ha dado en llamar “deconstrucción”, pretenden dar rienda suelta a las interpretaciones de textos en un “todo vale”. En este último caso, tal como señalan John Ellis y Umberto Eco, del hecho de que no haya una correspondencia epistemológica entre la palabra perro y el can al que nos referimos y que las palabras son de naturaleza evolutiva y el resultado de una convención, no se sigue que podamos otorgarles arbitrariamente cualquier significado puesto que, en ese supuesto, la comunicación se tornaría imposible.

Siempre en esta línea hermenéutica, deben distinguirse dos dimensiones en el análisis. En la primera es pertinente admitir que en toda comunicación el mensaje no se transmite y recibe como si se tratara de un scanner por el que el receptor obtiene lo transmitido tal cual se emitió. Hay indudablemente un proceso de reinterpretación que estará en función del andamiaje conceptual, de la historia y hasta del estado anímico del receptor. Si se tomara todo como un texto (no solo la lectura), es decir, todo lo que vemos y escuchamos, la interpretación dependerá no solo de la claridad del mensaje emitido por el emisor sino sujeta a las variables que hemos mencionado en la persona del receptor.

Esto es cierto, pero de allí no se deriva un dadaísmo hermenéutico. Sigue en pie la necesidad de captar la verdad del mensaje (no lo que quiso decir el emisor sino lo que dice o, en su caso, la naturaleza de la cosa observada), sigue en pie la necesidad del método popperiano de sucesivas refutaciones y corroboraciones con la intención de dar en la tecla. Los posmodernos sostienen que las interpretaciones libres de cada uno contribuyen a crear una producción que aumenta en la medida en que se acumulan dichas interpretaciones “creativas”, pero en realidad lo que ocurre es un desvío de lo que se trasmite o de las características de lo que se observa. Es muy loable y necesaria la creatividad para formar nuevas ideas y perspectivas pero esto no significa desdibujar, distorsionar y desfigurar el mensaje que se desea trasmitir, porque, como queda dicho, entre otras cosas, de ese modo, se imposibilita la comunicación que resulta indispensable para el propio proceso creativo.

Este relativismo ético, epistemológico, cultural y hermenéutico que ha invadido diversos planos de la actividad cultural es la antítesis del conocimiento y es la degradación de la cultura (contracultura la denomina Jorge Bosch). El antes referido John Ellis en su Against Deconstruction escribe que, al contrario de lo que pretende la visión posmoderna, ésta “no genera más riqueza interpretativa sino ausencia de significado. La ambigüedad en los signos no aumenta sino que introduce una disminución en el significado”. Incluso aquél texto que su autor expresamente declara que es susceptible de varias interpretaciones, no autoriza a cualquier interpretación en cualquier sentido por más contradictoria y fantasiosa que resulte respecto a lo escrito.

Eco, en sus contribuciones en la colección aparecida en Interpretación y sobreinterpretación, aclara que debe diferenciarse una “interpretación sana” de una “paranoica” y que debe tomarse en cuenta el contexto para facilitar el conocimiento de lo que dice el texto. Desde luego que hay textos oscuros que requieren una labor más esmerada para su dilucidación pero siempre en busca de la verdad del texto objetivo. En cualquier caso, en línea con lo comentado, Eco sugiere “una especie de principio popperiano según el cual si no hay reglas que permitan averiguar que interpretaciones son mejores, existe al menos una regla para averiguar cuales son las malas. No podemos decir si las hipótesis kelperianas son definitivamente las mejores pero podemos decir que la explicación ptolemaica del sistema solar estaba equivocada”. Más aún, Eco en su Obra abierta otorgaba un rol activo al intérprete pero siempre sobre la base de un texto que había que interpretar, es decir, descubrir su significado, no inventarlo ni recrearlo.

Nos parece que la moda del posmodernismo, conciente o inconcientemente, carcome la estructura lógica de la mente e introduce una intensa niebla comunicativa, con lo que se contribuyen a engendrar una serie de autómatas preparados para ser manipulados por los megalómanos siempre cobijados tras las garras del Leviatán. No en vano en 1984 Orwell consigna un diccionario en el que el Gran Hermano dicta palabras con significados deliberadamente distorsionados al efecto de dominar y engullir las autonomías individuales.

Isaiah Berlin en El sentido de la realidad escribe sobre lo que se denominaba romanticismo (precursor del posmodernismo) hacia finales del siglo xviii en Alemania, corriente que trataba de “una inversión de la idea de verdad como correspondencia, o en todo caso como relación fija, con rerum natura, que viene dada y es eterna y que constituye la base de la ley natural” lo que conduce a “la sociedad cerrada, planificada centralmente de Fichte y de Friedrich List y de muchos socialistas” y concluye que “una actitud de este tipo es la que ha revivido en épocas modernas en forma de existencialismo […] Pues las cosas no tienen, en este sentido, naturaleza alguna, sus propiedades no tienen relación lógica o espiritual con los objetos o la acción humana”.

Malcom W. Browne relata alarmado en The New York Times que en un congreso de la New York Academy of Sciences que reunió a más de doscientos científicos de las ciencias naturales y las ciencias sociales de distintas partes del mundo, hubo quienes sostuvieron en sus ponencias que la verdad depende del punto de vista de cada uno. Como he dicho antes, todo lo que entendemos es subjetivo en el sentido de que es el sujeto el que entiende, pero cuando hacemos referencia a la objetividad o a la verdad aludimos a las cosas, hechos, atributos y procesos que existen o tienen lugar independientemente de lo que opine el sujeto sobre aquellas ocurrencias, es decir, a fenómenos que son ontológicamente autónomos. Lo dicho en nada se contradice con el pluralismo y los diversos fines que persiguen las personas, dado que las apreciaciones subjetivas en nada se contraponen a la objetividad del mundo. Constituye un grosero non sequitur el afirmar que del hecho de que las valorizaciones son diversas, se desprende la inexistencia de la objetividad de lo que es. El “me gusta o prefiero” no se contrapone a la existencia del mundo real.

Respecto a las ciencias sociales y, en especial la economía, una cosa es mostrar que los fenómenos son hermenéuticos en el sentido de que los “hechos” requieren interpretación y no son hechos físicos sujetos a la verificación en el laboratorio como en las ciencias naturales y otra muy distinta es pretender que en el primer caso los nexos causales se pueden referir en cualquier dirección que le plazca al sujeto que emite opinión.

En resumen, la visión posmoderna es una rebelión contra la razón, contra el racionalismo crítico para recurrir a una expresión de Karl Popper en contraste con los abusos y errores del racionalismo constructivista según la terminología acuñada por Hayek. El nacimiento de la cultura occidental tuvo lugar en la Grecia antigua en donde por primera vez se atribuyó relevancia sistemática al logos, al porqué de las cosas, al razonamiento para escudriñar el sentido de las cosas y no simplemente limitarse a tomar nota de sucesos sin pretender explicarlos. El posmodernismo revierte aquel proceso y nos retrotrae a los rincones más oscuros de las cavernas culturales.

* Publicado por Diario de América, Nueva York.
Buscar