Editorial
En mi familia se ha hablado bastante del Che, ya que mi padre era primo hermano del suyo. El abuelo del sujeto de marras era una persona excelente, Roberto Guevara, casado con Anita Lynch, hermana de mi abuela materna. En tren de genealogía, consigno que soy más Lynch que Benegas, dado que tanto mi padre como mi madre descienden de dos de los hijos de Patricio Lynch, de quien desciende también el Che.
De entrada este revolucionario nato reveló cierta inclinación por el incumplimiento de la palabra empeñada, puesto que le prometió a su primera novia que saldría a comprar cigarrillos y nunca más volvió. Mostraba también ciertas rarezas al esforzarse en dar diez pasos a la salida de todos los ascensores y caer con la pierna izquierda, cosa que, si no lograba, volvía al adminículo y repetía la operación hasta que daba en la tecla (ya lo de la pierna izquierda parecía anunciar algo de su futuro dogmático).
Mi padre solía repetir el conocido aforismo: “Los parientes no se eligen, se eligen los amigos”. Si bien es cierto que en todas las familias hay bueno, regular y malo en proporción con el tamaño de estas, siempre noté cierta dosis de vergüenza por el hecho de que se había filtrado en la nuestra un personaje de características tan siniestras.
En una oportunidad, una de mis tías me contó que de muy chico el Che se deleitaba con provocar sufrimientos a animales y, de más grande, insistía en que la muerte (de otros) no era tan mala después de todo y que, en este contexto, se adelantó a la definición de Woody Allen: “Morir es lo mismo que dormirse pero sin levantarse para hacer pis”.
Esto último que puede parecer gracioso y ocurrente cuando proviene de ámbitos cinematográficos, resultó en una tragedia mayúscula para los cientos de asesinados por el Che, quien finalmente transformó aquella definición en que “el verdadero revolucionario debe ser una fría máquina de matar”. Y todo por la manía de los Stalin, Pol Pot, Hitler y Castro de este planeta que, en sus ansias por fabricar el consabido hombre nuevo, han torturado, vejado, mutilado y asesinado a millones de seres humanos.
Y pensar que Cuba, a pesar de las barrabasadas de Batista, era la nación de mayor ingreso per cápita de Latinoamérica, eran sobresalientes en el mundo las industrias del azúcar, las refinerías de petróleo, las cerveceras, las plantas de minerales, las destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional. Ese país tenía televisores, radios y refrigeradores en relación con la población igual que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión, hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel, asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero, alimentos, turbinas, porcelanas y textiles.
Todo antes de que el Che fuera ministro de Industria, período en que el desmantelamiento fue escandaloso. La divisa cubana se cotizaba a la par del dólar, antes de que el Che fuera presidente de la banca central.
Como no podía ser de otro modo, el Che comenzó su carrera como peronista empedernido. Recordemos que la política nazi-fascista de Juan D. Perón sumió a la Argentina en lodazal del que todavía no se ha recuperado y que, entre otras cosas, escribió en 1970: “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” y, cuando estaba en el poder, vociferó, en 1947: “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” y, en 1955, sentenció: “Al enemigo, ni justicia”.
Es inadmisible que alguien sostenga que la educación en Cuba es aceptable, puesto que, por definición, un régimen tiránico exige domesticación y sólo puede ofrecer lavado de cerebro y adoctrinamiento (y con cuadernos sobre los que hay que escribir con lápiz para que pueda servir a la próxima camada, dada la escasez de papel). Del mismo modo, parecería que aún quedan algunas mentes distraídas que no se han informado de las ruinas, la miseria y las pocilgas en que se ha transformado el sistema de salud en Cuba y que sólo mantiene alguna clínica en la vidriera para impresionar a cretinos.
Esperemos que los que siguen usando lo símbolos del Che como una gracia perciban que se trata de la humorada mas lúgubre, mórbida y patética de cuantas se le pueden ocurrir a un ser humano. Es lo mismo que ostentar la imagen de la tenebrosa cruz esvástica como señal de paz.
Esta nota fue publicada originalmente por el autor en octubre de 2007.