Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
La preocupación central de los Padres Fundadores era la extralimitación del gobierno en sus funciones específicas para que se circunscriba estrictamente a la protección de los derechos de los gobernados. Incluso, muchos como Jefferson cavilaron sobre la posibilidad de no contar con el monopolio de la fuerza que llamamos gobierno “como en el caso de los indios”. El eje central consistía en el respeto a la propiedad privada tal como resumió Madison . Desconfiaban de los ejércitos permanentes tal como insistían Hamilton y Jay y luego el general George Washington advirtió de los peligros de intervenir militarmente en otras latitudes y el Secretario de Estado John Quincy Adams, más adelante Presidente, resumió lo que otros muchos también puntualizaron en Estados Unidos sobre los serios problemas de las aventuras militares. Franklin advertía sobre el peligro de intentar la permutación de libertad por seguridad, puesto que, en ese caso, la gente “no se merece ni la libertad ni la seguridad”. Y James Wilson enfatizaba que en su opinión “el gobierno se debe establecer para asegurar y extender el ejercicio de los derechos naturales de los miembros; y todo gobierno que no tiene esto en la mira, como objeto principal, no es un gobierno legítimo”.
Todo en el contexto de un federalismo que permitiera a los estados controlar al gobierno central (“the power of the purse”), de una estricta división horizontal de poderes, del indefectible debido proceso, el resguardo a la privacidad, de una tajante separación entre las iglesias y el aparato estatal (“la doctrina de la muralla”), de la más amplia y extendida libertad de prensa, el sagrado “derecho a la resistencia” contra un gobierno despótico, tema incrustado en la primera fila de la Declaración de la Independencia y la posibilidad de la tenencia y portación de armas (tal como aconsejaban desde Ulpiano y Grotius pasando por Coke y Blackstone a Jellinek y Beccaria), todo en base a una República, ya que esta noción agrega a la democracia los principios de la igualdad ante la ley, responsabilidad de los gobernantes ante los gobernados por los actos ejercidos durante su administración, renovación periódica de los poderes, información a los gobernados por los actos de gobierno y, en concordancia con la democracia, elección de los representantes por el pueblo. Filosofía en su conjunto aprendida y asimilada por los Padres Fundadores principalmente de George Buchanan, Algernon Sidney, John Locke y Montesquieu.
Estos principios hicieron de ese extraordinario país el lugar más libre y próspero del planeta. Fue la revolución más exitosa en lo que va de la historia de la humanidad. Fue una antorcha que mostró un ejemplo de dignidad y respeto a todas las naciones del orbe. Fue la tierra prometida de los tiempos modernos. Esto creó envidia y resentimiento en los espíritus pusilánimes y acomplejados. Estos mequetrefes sostienen livianamente que todo allí se compra con un cheque. Pero tal como apunta Jean-François Revel, aquel país es donde tienen lugar las más portentosas obras filantrópicas en proporción a sus habitantes, la asistencia más jugosa a orquestas sinfónicas y a museos, la producción más suculenta de obras científicas y la edición de libros de gran calado, departamentos de investigación, universidades y el progreso material más espectacular en base a la producción masiva, todo en el contexto de la justicia más independiente y proba de todo lo conocido.
Los consejos, valores y principios de los Padres Fundadores no estaban exentos de cierto escepticismo y preocupación respeto al futuro. Así, Jefferson escribió ya en 1788 que “La evolución natural de las cosas es que la libertad ceda y el gobierno gane terreno” y, un año antes, Franklin aseveró que el gobierno estadounidense “será probablemente bien administrado en el curso de los años y puede sólo terminar en despotismo, tal como ha ocurrido con otras formas antes que el, cuando la gente sea tan corrupta como para necesitar un gobierno despótico, siendo incapaz de ningún otro”.
Desafortunadamente, de un tiempo a esta parte aquellos valores y principios vienen en franca decadencia. Guerras absurdas por todos lados, aplicación de torturas, limitación grave a las libertades individuales, en muchos casos anulación del debido proceso, un Leviatán desbocado que arrasa con la moneda, la llamada seguridad social quebrada y antisocial, la medicina semi-socializada que destruye la noción más elemental del cálculo actuarial y la calidad de los servicios, insolente intromisión en el comercio y las empresas, gasto gubernamental desenfrenado, deuda astronómica, pavoroso déficit fiscal, subsidios alarmantes a la irresponsabilidad y regulaciones inauditas a las actividades lícitas. En otros términos, se corre el serio riesgo de convertir al “sueño americano” en una “pesadilla americana”. Todo lo que admiraba el decimonónico Tocqueville de ese país fue con creces cierto y, lamentablemente, todos los peligros que temía también lo fueron.
Ronald Reagan, a pesar de las dificultades interpuestas por la pesada estructura estatista, nunca cambió su discurso a favor de la libertad porque como había anticipado “Usted y yo tenemos un rendez-vous con el destino. Preservar eso para nuestros hijos, la última esperanza del hombre sobre la tierra, o sentenciarlos al primer paso hacia mil años de oscuridad. Si fracasamos, por lo menos que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos puedan decir que hemos justificado nuestro breve paso por aquí. Que hicimos todo lo que podía hacerse” ya que como Presidente repetía que “el gobierno no es la solución, es el problema” debido a que “se supone que la política es la segunda profesión más antigua, pero con el tiempo me he dado cuenta que se parece mucho a la primera”.
Hoy se refleja una luz potente que proviene de un candidato presidencial que, aunque no triunfe en las elecciones, constituye una esperanza y la posibilidad de fortalecer las reservas morales existentes. Se trata de Ron Paul, quien en su último libro, Liberty Defined (que me acaba de traer mi hijo Bertie de Estados Unidos), consigna un valioso testamento y una magnífica lección para las próximas generaciones que deseen saber en que consite (o, tal vez, a esta altura, lamentablemente debamos decir consistía) el “american way of life”. Entre otros muchos temas, el Dr. Paul explica con claridad como el militarismo estadounidense causa graves perjuicios en los lugares en los que interviene, además de causar aumentos insostenibles en el gasto, la deuda, el déficit y, sobre todo, en nombre de la seguridad, como ha afectado grandemente las libertades individuales. Señala los serios perjuicios de haber socorrido con dineros coactivamente detraídos de la gente prudente a empresarios ineptos, muestra lo contraproducente de la llamada “guerra contra las drogas”, revela la incomprensión del concepto del derecho utilizado como reclamo al bolsillo ajeno, los peligros de la inflación monetaria y los problemas que indefectiblemente genera la banca central, el desconocimiento de los preceptos constitucionales, la decadencia de la república, el crimen del aborto, como se ha desvirtuado el rol de los sindicatos, las manipulaciones de los burócratas del comercio exterior, las falacias tejidas en torno a la tenencia de armas, los estragos de la voracidad fiscal, la “ayuda” de organismos internacionales que significa “arrancar recursos a los pobres de los países ricos para destinarlos a los ricos de los países pobres” etc., etc.
El discurso de Ron Paul ha influido sobre una audiencia muy vasta, sobre otros candidatos republicanos y sobre periodistas clave tal como ellos mismos reconocen. La integridad moral, la honestidad intelectual y la versación de este candidato constituyen una fundada esperanza para el futuro de Estados Unidos y, por ende, para el mundo libre, al efecto de retomar una senda que nunca debió dejarse de lado en cuanto al respeto de la tradición de la sociedad abierta, cuyo abandono por cierto ha sumido al mundo en un caos moral y de recurrentes crisis económicas. El ejemplo del Dr. Paul es de una notable solidez conceptual en las muy diversas materias que aborda, mayor que los discursos pronunciados por Warren Harding, Calvin Coolidge, Barry Goldwater y Ronald Reagan e incluso más completa y universal que los de los propios Padres Fundadores que con toda su sabiduría, perspicacia y visión de futuro, naturalmente no les fue posible acceder a tantas valiosas contribuciones realizadas desde esa época.