Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
El mes próximo, Mario Vargas Llosa visitará Buenos Aires para participar en el congreso de la Mont Pelerin Society, organizado por la Fundación Libertad, y se le ha cursado invitación oficial para inaugurar una nueva muestra de la ilustre Feria del Libro. Esta presencia ha desatado vendavales de calibre diverso, pero todos envueltos en un inconfundible tufillo de intolerancia y dignos de una acabada expresión de clausura mental. En este contexto, dado que se “habla en superlativo”, como diría Ortega, es oportuno bajar los decibeles y consignar algunas reflexiones generales sobre izquierdas y derechas, etiquetas tan vapuleadas en estos días.
La tesis central de esta nota estriba en que, mal que les pese a “los progres” y a los “fachos”, la manía de identificar una postura intelectual por la localización geográfica presenta una falsa disyuntiva. También la pretendida ubicación “de centro” resulta en una notable desubicación puesto que carece de identidad, ya que se corre en una u otra dirección según se mueven los extremos.
La representación más fuerte de las derechas está constituida por el nazi-fascismo. En los hechos, Hitler tomó cuatro pilares del marxismo: la teoría de la explotación, el ataque a la propiedad, el antiindividualismo y la teoría del polilogismo. En este último caso, en Mein Kampf escribe que “el marxismo aspira a traspasar el mundo sistemáticamente a manos del judaísmo” (el propio Marx se despacha contra los judíos en La cuestión judía , para no decir nada de las matanzas y persecuciones de Stalin y sus socios criminales), pero Hitler adopta el criterio de Marx en cuanto a la diferente estructura lógica de burgueses y proletarios que sustituye por la de “judíos y arios” (aunque, al igual que en el caso marxista, nadie explicó en qué se diferencian los silogismos respecto de la lógica aristotélica y, después de engorrosos intentos de la pastosa clasificación de “razas” que confundieron con religión, los sicarios nazis raparon y tatuaron a sus víctimas para distinguirlas físicamente de sus captores). Hitler, en entrevista revelada por Thevor Roper en Le Figaro el 12 de diciembre de 1958, había concluido que “la raza judía es ante todo una raza mental”.
Por su parte, Mussolini fue secretario del Círculo Socialista y colaboró asiduamente en el periódico Avenire del Lavoratore, órgano del movimiento socialista, época en que sus lecturas favoritas incluían a George Sorel, Kropotkin y la dupla Marx-Engels. Luego fue colaborador del diario Il Populo y director de Avanti. Tal como consigna Gregorio De Yurre en Totalitarismo y egolatría , “era la figura más destacada y representativa del ala izquierdista del marxismo italiano”. En los Escritos y discursos de Mussolini, igual que Hitler, mantenía que “el capitalismo es un sistema de opresión”. Finalmente, por desavenencias varias, lo expulsan del partido y en 1919 funda los fascios de combate o antipartido.
En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir el registro de la propiedad de jure pero manejada de facto por el gobierno, lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de contrabando y más profundamente con el colectivismo respecto del marxismo que, abiertamente, no permite la propiedad, ni siquiera nominalmente. Si miramos con alguna atención a nuestro mundo de hoy comprobaremos el éxito del nacionalsocialismo y del fascismo, que sin necesidad de cámaras de gas ni de campos de concentración avanzan a pasos agigantados sobre áreas clave que sólo son privadas en los papeles (en verdad, privadas de toda independencia) como la educación, las relaciones laborales, los bancos, los transportes, los medios de comunicación, el sector externo, la moneda y tantas otros campos vitales.
Entre los autores que han enfatizado las similitudes y parentescos de la izquierda y la derecha se destaca nítidamente Jean-François Revel, quien en La gran mascarada apunta: “Si el nazismo y el comunismo han cometido genocidios comparables por su amplitud, por no decir por sus pretextos ideológicos, no es en absoluto debido a una determinada convergencia contra natura o coincidencia fortuita debidas a comportamientos aberrantes sino, por el contrario, por principios idénticos, profundamente arraigados en sus respectivas convicciones y en su funcionamiento [?] No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no sólo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales. [?] Se objetará, con razón, que ninguna rememoración de la criminalidad nazi puede ser excesiva. Pero la insistencia en esa rememoración se convierte en sospechosa cuando sirve para aplazar indefinidamente otra: la de los crímenes comunistas”.
Más adelante, en el mismo libro, Revel escribe: “Estoy de acuerdo en que se me exhorte a que abomine cada día más de los antiguos admiradores de Himmler, a condición de que no sean antiguos admiradores de Beria los que me administran esa homilía conminatoria. [?] La analogía no es mía: es de Stalin. Fue él quien llamaba a Beria “nuestro Himmler” y fue en esos términos en los que lo presentó al presidente estadounidense, Franklin Roosevelt”.
En la práctica, las rencillas izquierda-derecha se deben a facciones que luchan por el poder y que a veces se embarcan en muy distintas estrategias para el mismo objetivo de estatización y con el mismo enemigo común: el liberalismo. Decimos que a veces, porque en otras oportunidades aparecen formalmente aliados como el caso del pacto Molotov-Ribbentrop o, como ocurre diariamente, aliados en los hechos aunque no en las palabras. La inconducente dicotomía derecha-izquierda es a todas luces falaz y engañosa puesto que ambas posiciones se apoyan en las botas para manejar las vidas y haciendas de las personas; con o sin urnas, se llevan por delante derechos y cercenan libertades (aunque unos recurren al esperpento del “ser nacional” y la xenofobia, mientras que los otros a “los superiores intereses del Estado”, que asimilan a los de los burócratas).
Como aparentemente hay más adherentes de la izquierda, se publicitan más los horrores del Holocausto, pero los comunistas masacraron a más de cien millones de personas, según las prolijas estadísticas que revela, entre otros, Stéphané Courtois en El libro negro del comunismo . Lo de “aparentemente” viene a cuento porque, en los hechos, son muchos más los que suscriben las políticas del fascismo y el nacionalsocialismo con el aval de quienes inocentemente se autotitulan de izquierda. Si bien el origen histórico de las izquierdas radica en la oposición al poder en épocas de la Revolución Francesa, luego degeneró en el uso y en el abuso para provecho propio.
Y para los distraídos que dicen que Stalin no ha sido “el verdadero socialismo” y que debe aplicarse “el socialismo con rostro humano”, tengamos muy presente lo que señala el ex marxista Bernard-Henri Lévy en su Barbarism with a Human Face : “Aplíquese marxismo a cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final”. Respecto de la social democracia de Eduard Bernstein conviene subrayar que a pesar de su revisionismo respecto de Marx, insiste en el redistribucionismo que significa reasignar factores productivos desde las áreas preferidas por los consumidores hacia las deseadas por los aparatos estatales, con lo que el consiguiente derroche de capital reduce salarios e ingresos en términos reales. La actual quiebra de los llamados “sistemas de seguridad social” coactivos en distintas partes del mundo, los desplantes del sindicalismo compulsivo y la maraña y caos fiscal son el resultado de la antedicha visión, que termina empobreciendo a quienes se dice se desea proteger, y cuyo aspecto medular radica en el igualitarismo de los Rawls, Dworkin, Thurow y Bobbio que, con el mejor de los propósitos, no parecen percatarse de los graves perjuicios que crean a los más necesitados.
Entonces, en última instancia, la verdadera disyuntiva, con sus muchos matices, es entre el estatismo y el liberalismo, al tiempo que deben enfatizarse los desaguisados mayúsculos que se han adoptado en diversos lares, a los que algunos endilgaron injustamente la etiqueta de “liberal” a pesar de la destrucción de la división horizontal de poderes, los intentos de amordazar a la prensa, alquimias monetarias, controles de precios, adiposos gastos y deudas estatales en el contexto de corrupciones inauditas y alianzas con barones feudales disfrazados de empresarios.
Mario Vargas Llosa pertenece a la tradición de pensamiento liberal, la cual, como queda expresado, no constituye un tejido uniforme. En el mencionado congreso de liberales del mes próximo aparecerán las diferencias de opinión que siempre enriquecen el conocimiento que, como explica Popper, es provisional y abierto a refutaciones.