Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
En política no puede pretenderse nunca lo óptimo puesto que necesariamente en campaña significa un discurso compatible con la comprensión de las mayorías lo cual requiere vérselas con el común denominador y en funciones demanda las conciliaciones y consensos para operar. Muy distinto es el cuadro de situación en el plano académico que se traduce en ideas que apuntan a lo que al momento se considera lo mejor sin componendas de ninguna naturaleza que desvirtuarían y pervertirían por completo la misión de un académico que se precie de tal ya que implica antes que nada honestidad intelectual.
Como he escrito antes, en esta instancia del proceso de evolución cultural el político está embretado en un plafón que le marca las posibilidades de un discurso de máxima y uno de mínima según sea capaz la opinión pública de digerir propuestas de diversa índole. El político no puede sugerir medidas que la opinión pública no entiende o no comparte. La función del intelectual es distinta: si ajusta su discurso a lo que estima requieren sus audiencias, con toda razón será considerado un impostor.
Ahora bien, en este contexto cuando un votante se encuentra frente a ofertas políticas que considera están fuera de mínimas condiciones morales debe ejercer su derecho a no votar o, si se encuentra en un país en el que no se reconoce ese derecho, debe votar en blanco, lo cual siempre significa que se rechazan todas las ofertas existentes al momento. Incluso, a veces el voto en blanco envía una señal más clara al rechazo que la abstención puesto que implica tomarse el trabajo de trasladarse al lugar de votación para dejar constancia del disgusto. En esta línea argumental, es como señala el título de la obra en colaboración de Leon y Hunter: None of the Above. The Lesser of Two Evils…is Evil en la que se lee que “No importa la elección que haga, usted pierde […] Votar en un sistema de no-representación hace más daño que bien […] La consecuencia de votar al menos malo termina haciendo mal […] Si un votante apoya a un mal candidato, es responsable de darle sustento y estimula al político y sus representantes a promover el mal en su nombre”. No cabe mirar para otro lado y eludir las responsabilidades por lo que se votó. Tal vez, en alguna oportunidad, puede pensarse en un sistema en el que cada uno sea patrimonialmente responsable por las políticas que adopta el candidato al que suscribió en las urnas, de ese modo se utilizará una porción mayor de neuronas para evaluar la decisión electoral.
En el caso del voto en blanco, no debe caerse en el temor de ser arrastrado por la trampa estadística allí donde se descuentan esos votos del universo y, por ende, se inflan las posiciones de los candidatos votados (lo cual, en la situación planteada, no hace diferencia) puesto que lo relevante es la conciencia y votar como a uno le gustaría que votaran los demás, la suba en las posiciones relativas de todos los otros candidatos no modifica el hecho de rechazar las propuestos que se someten a sufragio en una situación límite de inmoralidad en la que todos los postulantes se asemejan en las políticas de fondo y solo los diferencian matices y nimiedades que son en última instancia puramente formales.
Además, en esas circunstancias, el voto en blanco es un llamado de atención para los distraídos que hacen del proceso electoral el summum de sus afanes vitales cuando el resto del año duermen la siesta de la vida y no hacen nada por modificar el cuadro educativo que precisamente constituye la raíz del problema y que, a su vez, contribuirá a modificar el clima de la opinión pública al efecto de permitir discursos políticos de otra envergadura.
Salvador de Madariaga elabora en torno al tema de la responsabilidad individual al apunar que “Es libre aquel que sabe mantener en sus propias manos el poder de decidir en cada etapa de su vida y aquel que vive en una sociedad que no obstaculiza el ejercicio de ese poder” y Ortega subraya que “en la medida que yo pienso y hablo, no por propia e individual evidencia, sino repitiendo esto que se dice y se opina, mi vida deja de ser mía, dejo de ser el personaje individualísimo que soy”. Por otra parte, también hay que sopesar lo escrito por Hannah Arendt en cuanto a que hoy se “enseña que la mitad de la política es construcción de imagen y, la otra mitad el arte de hacer que la gente crea en lo imaginado”, siempre teniendo en cuenta que “nadie ha puesto en duda que la verdad y la política están más bien en malos términos y nadie, que yo sepa, ha contado a la veracidad entre las virtudes políticas”.
El título de esta columna periodística alarmará en grado sumo a quienes se han dejado penetrar con machaconas ideologías siempre de lavaje (o más bien infección) mental, por las que se les ha inculcado que hay que avalar el sistema a cualquier costo (aunque sea al precio de liquidar el sistema mismo). Toman la necesidad de votar por algún postulante por más detestable que sea como un ritual propio del fanatismo de una secta religiosa llena de misticismos y falacias groseras. De este modo, los políticos en cuestión se sienten avalados y convalidados y evitan la vergüenza de verse rechazados e ignorados por el voto en blanco. Nada altera más a un pliticastro que el voto en blanco.
En la situación indicada, el voto en blanco o “voto protesta” como se lo ha denominado, es fruto del hastío y hartazgo moral del ciudadano pero es un voto de confianza y esperanza en un futuro que se considera es posible cambiar, frente a los apáticos e indiferentes que votan a sabiendas a candidatos con propuestas malsanas. En este sentido, el voto en blanco es un voto optimista que contrasta con la desidia de quienes ejercen su derecho por candidatos que saben son perjudiciales.
Solo cabe reconsiderar el voto el blanco cuando coincidiera con la expresa instrucción de alguna línea política de proceder de esa manera (lo cual es infrecuente), en cuyo caso el resultado será confundido con el antedicho objetivo de rechazar todo lo que al momento se ofrece.
Tal como ha expresado el premio Nobel en Economía James M. Buchanan “Bajo el supuesto convencional que dominó el análisis antes de la irrupción de la revolución del public choice, la política estaba moldeada como una actividad de despotismo benevolente para promover el `interés público`, lo cual se presumía que tenía lugar independientemente de las preferencias reveladas que no estaban sujetas a ser descubiertas. Si esta imagen romántica de la política se descarta y es reemplazada por la realidad empírica de la política, todo incremento politizado en el tamaño relativo de un sector de la economía necesariamente conlleva un incremento en el potencial de explotación”. Al fin y al cabo de lo que se trata es de controlar al Leviatán y mantenerlo en brete porque como ha cantado George Harrison de los Beatles en “Taxman”, el agente impositivo siempre está al acecho para un manotazo a una porción mayor del ingreso de la gente:
If you drive a car I`ll tax the street
If you try to sit I`ll tax the seat
If you get too cold I`ll tax the heat
If you take a walk I´ll tax your feet.
Es indispensable que cada uno asuma su deber de contribuir a engrosar espacios de libertad naturalmente sustentados en las ideas que le son afines puesto que se trata -nada más y nada menos- de la condición humana. El descuido de esa obligación moral personalísima nos recuerda (y alerta mientras estemos a tiempo) que Arnold Toynbee sostuvo que el epitafio del Imperio Romano diría “demasiado tarde”. Es de gran trascendencia conocer el pasado de las diversas naciones sin las adulteraciones que suelen pretender los oficialismos al efecto de no repetir errores según el conocido pero poco comprendido consejo ciceroniano; en el libro que acaba de publicarse de Niall Ferguson -titulado Civilization– el autor subraya la importancia de estudiar historia para interpretar adecuadamente el presente y poder enfrentar el futuro, en cuyo contexto lo cita a Colligwood quien insistía en que “la historia hace referencia a las ideas” puesto que, en ciencias sociales, los hechos sin hermenéutica carecen de significación.
En resumen, para preservar el respeto recíproco tan caro a la sociedad abierta, es menester que cada uno asuma la responsabilidad por lo que hace todos los días, lo cual incluye el día de las elecciones. En el extremo señalado, el rechazar las ofertas políticas constituye un paso saludable al efecto de trasmitir el mensaje contundente que lo que está sobre el tapete no satisface con un mínimo de decencia.