Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Viernes 13 de abril, 2012
[E]n esta nota periodística ensayaré resumir los ejes centrales de esta nueva crisis iniciada en 2008 que, de un tiempo a esta parte, con mayor o menor rigor, tiene en vilo al mundo y que a nuestro juicio todavía no se ha develado en toda su magnitud.
Como los anteriores desbarranques, el origen se sitúa en los atropellos y descalabros de un aparato estatal desbocado que formula promesas de imposible cumplimiento, se entromete en los arreglos contractuales pacíficos entre las personas, manipula la moneda, el crédito y la tasa de interés en el contexto del inaudito sistema bancario de reserva fraccional administrado por la banca central, decreta disposiciones laborales que expulsan del mercado a los que más requieren de empleo, incrementa el gasto de modo astronómico, eleva el déficit fiscal a límites exorbitantes, aumenta el endeudamiento público a alturas inconcebibles para cualquier mente responsable y llena volúmenes y volúmenes con legislaciones, controles, regulaciones y reglamentos que asfixian la economía y relegan el derecho a meras declamaciones sin contenido y sin brújula ni parámetros extramuros de la norma positiva, en un contexto de aniquilación de la división horizontal de poderes.
Ese es el primer acto donde se sientan las bases de lo que luego indefectiblemente vendrá. El segundo acto, naturalmente consiste en el crujir de la economía que se nota con mayor intensidad en las grandes corporaciones, industriales, comerciales y financieras que amenazan con despidos en masa y con quebrantos de diversa envergadura.
En el tercer acto surge el pánico por la antedicha posibilidad de derrumbe en cadena de colosos del mundo de los negocios con lo que los gobiernos se abalanzan a forzar “salvatajes” en gran escala de aquellos emporios en dificultades, desde luego con recursos provenientes de aumentos adicionales en los gravámenes, con mayores presiones inflacionarias, contrayendo dosis mayores de deuda o haciendo uso de los tres canales simultáneamente.
El cuarto acto muestra una escalada de agitadas manifestaciones de “indignados” y otras protestas sindicales y sociales de diversa magnitud y violencia. Son los que sienten en sus bolsillos la severidad de la crisis que están financiando compulsivamente. Son los relativamente más débiles que no han tenido poder de lobby para recibir los mencionados “salvatajes” (por otra parte estas transferencias compulsivas de recursos no pueden generalizarse: siempre se llevan a cabo a favor de algunos y en contra de otros que son los que se hacen cargo de los platos rotos).
El quinto acto que tiene lugar en paralelo a las anteriores etapas estriba en el necesario apoyo logístico no solo de las políticas de la primera etapa (que muchos proponen acentuar) sino de las comentadas medidas de financiamiento forzoso. Estos se dividen en cuatro categorías. En primer lugar, los propios agentes gubernamentales que defienden lo hecho. En segundo término, los ideólogos keynesianos y socialistas y las nefastas burocracias internacionales y sus compañeros de ruta que alegan peligros de “crisis sistémicas” sin percatarse que de modo superlativo están contribuyendo a profundizar sus raíces y consecuencias. En tercer lugar, los integrantes de las grandes corporaciones y sus voceros que se mantienen a flote merced a lo ocurrido, sin asumir los costos por su ineptitud e irresponsabilidad, al contrario de los genuinos empresarios que operan en base a la satisfacción de sus clientes. Y en cuarto lugar, los usufructuarios de dividendos y rentas provenientes de esas empresas, quienes declaman en la sobremesa sobre el dolor de los relativamente más pobres pero les importan un bledo a la hora de recoger los frutos malhabidos, situación que es compartida también por buena parte de los administradores de carteras, concentrados y abstraídos en sus arbitrajes como si pudieran seguir con sus negocios con independencia de lo que ocurra en el mundo que los rodea.
Si se viera el proceso de la crisis en una secuencia cinematográfica se observaría en una punta a los mal llamados empresarios que acuerdan con el poder de turno y, en la otra, a los esquilmados en el fruto de sus trabajos, cual aspiradora gigante que succiona sus ahorros y carcome todas sus ilusiones. Pero lo llamativo del caso es que cuando estos explotados se quejan, piden más de lo mismo en cuanto a las políticas que precisamente los empobrecieron. Esto último se debe al nefasto clima educativo que hace de operación pinza: por un lado recetas socialistas, intervencionistas y estatistas y, por otro, la propaganda escolar y universitaria que en gran medida enseña que es buena la destrucción del derecho de propiedad y que la solución radica en el autoritarismo de un Leviatán cada vez más adiposo y hambriento, sin necesidad de que las personas realicen esfuerzos ni asuman responsabilidades y afronten sus deberes.
Es de desear que la situación se revierta con el esfuerzo de quienes defienden los valores y principios de la sociedad abierta y combaten la prepotencia del sistemático e inmisericorde atropello gubernamental, paradójicamente encargado de proteger y garantizar los derechos de la gente, pero en los hechos convertido en el peor enemigo de las libertades individuales. Si esto no se revierte, el peso cada vez mayor sobre los más necesitados hará explotar por los aires todo vestigio de civilización. Es tragicómico en verdad que se pretenda responsabilizar de la crisis al inexistente capitalismo en una carrera desenfrenada por acentuar la desaparición de todo vestigio de aquel sistema.
Resulta indispensable que los estatistas asuman la responsabilidad por sus propuestas y no pretendan endosarla a corrientes de pensamiento que propugnan la libertad. Tal como ha escrito Antoine de Saint-Exupéry, que vale tanto para esto último como para los que se arrogan derechos sobre el bolsillo del vecino: “Un ser humano significa, precisamente, ser responsable”.