LA NACIÓN.- Algunos funcionarios minimizaron el alza del tipo de cambio “paralelo” por su poca operatoria relativa. Es como si uno mirara el termómetro con el que acaba de medir la temperatura del paciente y, como marca 40 grados, lo rompe; porque ¿a quién le importa un pequeño termómetro?
No es la primera vez que el kirchnerismo decide que el mejor remedio es romper el termómetro. A partir de 2007, lo hizo con el Indec y, desde entonces, la inflación es de un dígito; la pobreza y la indigencia están en los niveles de los países desarrollados y, en 2011, crecimos a “tasas chinas”. Sería mejor que el gobierno comprendiera que el problema no es el termómetro, que señala la elevada temperatura que tiene el paciente. Al ignorar ese indicador, corremos serios riesgos de que el enfermo se agrave por no recetarle los “remedios” adecuados.
Es un error diagnosticar una “fiebre del dólar” y recomendar la “desdolarización” como solución. En realidad, no es que los argentinos se hayan vuelto locos por tener “billetitos verdes”, porque es el color de moda. Lo que sucede es que residentes y extranjeros están huyendo de los pesos y de todo lo que tenga riesgo argentino, para lo cual demandan activos externos.
Entonces, el remedio es recuperar la confianza en el peso y en el futuro del país. Sin embargo, todas las restricciones y controles a la compra de divisas, todas las medidas tendientes a obligar a los argentinos a demandar moneda local, lo único que generan son más incertidumbre y temor. Se interpreta que el Gobierno no está dispuesto a hacer nada para que los atesoremos voluntariamente.
Hasta el tercer trimestre de 2011, nadie hubiera dudado de la capacidad del Banco Central (BCRA) de ejercer cierto manejo del mercado cambiario. Pero el corralito cambiario dejó claro que esa facultad se perdió. No es casualidad. Si bien el Gobierno ya financiaba su gasto con recursos del Central, durante 2010 y 2011, hizo abuso de esa posibilidad, quitándole solvencia y, por ende, capacidad de moderar la suba del valor local del dólar. Para recuperarla, solamente había que acotar el despilfarro motivado por los comicios y bajar la presión para emitir pesos.
Sin embargo, la respuesta fue reformar la Carta Orgánica del BCRA para eliminar o flexibilizar las restricciones vigentes para financiar al Gobierno. Queda claro, entonces, que el objetivo será hacer mayor uso, aún, del impuesto inflacionario para permitir que el gasto público siga creciendo en exceso. Para lograrlo es necesario forzar al máximo a los argentinos a atesorar pesos, que es la base imponible de dicho tributo. Conclusión: hay que olvidarse de que los controles cambiarios se vayan a revertir mientras esta estrategia persista.
Así es como el BCRA excluyó del mercado oficial a la mayor parte de los compradores particulares y empresas para comprar reservas a un precio más barato, con emisión. Estas divisas se transfieren al Gobierno, lo mismo que una gran cantidad en moneda nacional. Como la gente no demanda tantos pesos y, mucho menos, sabiendo que no pueden cambiarse libremente por otras divisas, el resultado es una caída en su valor. En una palabra, no es que el “dólar libre” sube, es que el peso baja y seguirá siempre que la medida que la actual política continúe. Sin embargo, como el BCRA querrá acotar lo que paga por las reservas, el resultado será una brecha creciente con la cotización oficial, además de una creciente inflación.
HISTORIA REPETIDA
En los últimos 60 años, la Argentina implementó controles cambiarios más de una decena de veces y todas terminaron mal. No es raro que los argentinos dejemos de consumir y de invertir. Para colmo, los exportadores perdieron competitividad como consecuencia de las trabas a las importaciones que los obligan a mantener mayores stocks de los necesarios y/o comprar insumos locales de peor calidad y mayor precio.
Además, por el control de cambios, cobran por las divisas que traen un menor valor del que justifica la depreciación del peso; lo que se transforma en una retención sobre sus ingresos. No es que el “mundo se nos cae encima”, sino que las erradas políticas oficiales aplastan la producción al bajar la demanda interna y las posibilidades de vender al exterior; lo que se nota en los “termómetros” económicos.
Si comprendemos el origen del problema podemos evitar repetir las recurrentes crisis argentinas. Lo antes posible, hay que establecer una estrategia para volver a un mercado único y libre de cambio, disminuyendo el crecimiento de las erogaciones del Estado, para permitir que baje el ritmo de emisión para financiarlo. Además, el BCRA debe contraer la oferta monetaria excedente usando, razonablemente, los instrumentos con los que cuenta.
Habrá que acelerar la suba del tipo de cambio “oficial”; pero cabe tener en cuenta que el “salto” necesario para unificar los mercados será mayor cuanto más se demore en resolver este problema. Un tema que puede bajar muchísimo el “costo” de salida es mostrar voluntad de rever las políticas intervencionistas y estatistas que han diluido la seguridad jurídica en el país. Esto podría incrementar la demanda de activos locales, moderando la presión sobre el mercado cambiario.