Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
ÁMBITO FINANCIERO.- En Estados Unidos el gasto del gobierno central se ha duplicado en términos reales durante la última década, de cada dólar 43 centavos es deuda (que hoy representa el 95% del PBI y que se ha monetizado en grado superlativo), el déficit significa el 13% del producto, las regulaciones asfixiantes ocupan 75.000 páginas y el quebrado sistema de pensiones carcome una parte tal de los ingresos gubernamentales que proyectados al 2017 se consume todos los tributos federales. En Europa la situación no es muy diferente, región que también adopta un sistema bancario insolvente a través de las reservas fraccionarias manipuladas por la banca central.
En ambos lados del Atlántico los “indignados” piden más de lo mismo frente a un debate inaudito: los que piden más ajuste a los contribuyentes y los que proponen gastar más de los recursos de la gente. Los dos lados de la discusión no parecen percatarse que las los platos rotos recaen sobre el fruto del trabajo de quienes no tienen poder de lobby ya que ningún gobernante ni miembro de los organismos burocráticos internacionales ofrecen financiar de su propio peculio.
Frente a este cuadro de situación, los hay quienes todavía tienen la osadía de sostener que estaríamos frente a “la crisis del capitalismo” cuando en verdad van quedando muy pocos vestigios de aquel sistema que se basa en el respeto a los derechos de propiedad y en severas limitaciones al Leviatán.
En este contexto es de interés subrayar la falacia de mantener que los aparatos estatales deben incrementar el gasto en momentos de crisis como “mediadas contracíclicas”, sin percibir que, como ha puesto de manifiesto el premio Nobel en economía Friedrich Hayek, el origen de las crisis debe verse en las intervenciones irresponsables de los gobiernos y, por tanto, no pueden resolverse intensificando las recetas que provocaron el mal. Esas denominadas políticas anticíclicas inexorablemente se traducen en una succión de factores productivos del sector privado que hubiera asignado recursos en direcciones distintas de las realizadas por los gobiernos, con lo que se desperdicia capital que, a su vez, disminuye salarios e ingresos en términos reales puesto que éstos dependen de las tasas de capitalización.
Incluso si hay privados que guardan dinero bajo el colchón, esto significa que esa inversión en efectivo traslada poder adquisitivo a otros ya que la cantidad de moneda en relación a los bienes disponibles será menor y, por ende, los precios tenderán a bajar. La única manera de progresar desde el punto de vista crematístico es ahorrar, es decir, abstenerse de consumo presente al efecto de invertir lo cual incrementa la productividad que permite niveles de vida mejores que, en última instancia, abren las puertas a consumos más suculentos. No se trata de poner el carro delante de los caballos alentando artificialmente gastos de consumo. No se puede consumir lo que no se produjo y para tal fin es indispensable ahorrar, cosa que fue comprendida desde Robinson Crusoe en adelante sin necesidad de ser un experto en economía. Ningún país se hace rico consumiendo mucho, los ritmos crecientes de consumo son consecuencia de ahorros previos.
Posiblemente una de las políticas más inmorales de nuestro tiempo consistan en los “salvatajes” a empresarios ineptos con el fruto del trabajo que quienes fueron prudentes e hicieron bien los deberes. Socializar las pérdidas es una de las manifestaciones más grotescas e infames de cuanto ocurre ya que debilita a los que más necesitan, quienes, simultáneamente, son expulsados del mercado laboral debido a legislaciones mal paridas. Son a todas luces indefendibles los amigos del poder que hacen negocios en los despachos oficiales explotando miserablemente los consumidores.
Cierro esta nota periodística con dos pensamientos que ilustran los desvíos que producen los planificadores y el valor de las autonomías individuales. El primero pertenece a Mafalda: “La vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”, y el segundo es de Tocqueville en su obra sobre el antiguo régimen y la Revolución Francesa en donde afirma que “De hecho, aquellos que valoran la libertad por los beneficios materiales que ofrece nunca la han mantenido por mucho tiempo […] El hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”.