Consejero Académico de Libertad y Progreso
LA RAZÓN.- Por recomendación de una gran amiga he leído a Howard Gardner, Truth, Beauty and Goodness Reframed. Educating for the virtues in the Twenty-First Century, Nueva York, Basic Books, 2011. Me ha gustado mucho su crítica al relativismo pseudoprogresista conforme al cual no hay manera de determinar qué es verdadero, bello y bueno. Es sabio y prudente al reconocer que una cosa es que seamos ignorantes y otra cosa es sumirnos en la parálisis intelectual, y que no es verdad que seamos el paradigma de la tolerancia, porque en realidad somos más tolerantes que antes en algunas cosas, y en otras lo somos menos. Y es valiente y ejemplar al condenar el vacío moral que a menudo prevalece en la modernidad digital, una suerte de exacerbación de la adolescencia, y al sostener que en lo fundamental siguen valiendo los Diez Mandamientos. Paradójicamente, esas posiciones se solapan con otras políticamente correctas, desde los «modelos de ciudadanía», que son nada menos que la ONU y la Corte Penal Internacional, hasta los llamamientos en pro de «un planeta frágil», pasando por aplausos a Chomsky o a Soros, y recomendaciones de autocensura para no ofender al islam. Es particularmente lamentable en su distorsión de la economía, que presenta como un ámbito privado de valores, donde todo debería ajustarse mágicamente, y en realidad es un Estado de naturaleza hobbesiano. Lógicamente, concluye que la virtud dictamina que lo que debemos hacer es… ¡pagar impuestos!