Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
CRONISTA.- En nuestro medio se han vertido opiniones de profesionales de fuera y dentro del gobierno que seriamente sostienen que hay escasez de la divisa norteamericana en la plaza local como si se tratara de una especie de problema estacional de misteriosa procedencia o como consecuencia de que “se nos cayó el mundo encima”.
Estas reiteradas declaraciones formuladas del modo apuntado soslayan la verdadera naturaleza del problema, en el sentido de no comprender que nunca y bajo ninguna circunstancia en el mercado libre faltan dólares ni puede faltar ningún otro bien.
La función de los precios libres (una redundancia, pero en estos contextos tóxicos no está demás el adjetivo) es igualar la oferta y la demanda, en otros términos, los aludidos indicadores limpian el mercado. El precio podrá considerarse alto o bajo pero siempre equipara vendedores y compradores.
Cuando el precio es impuesto por los aparatos estatales se convierten en simples números que nada significan desde la perspectiva económica e inexorablemente provocan faltantes o sobrantes artificiales. Lo primero si se ubica bajo el precio de mercado (precio máximo) y lo segundo si se coloca a un nivel mayor que el precio de mercado (precio mínimo).
Además, el así llamado “control de precios” no permite recoger información que en todos los casos está dispersa y es fraccionada para, en cambio, concentrar ignorancia con lo que se desperdician los siempre escasos factores productivos que, a su turno, disminuyen salarios e ingresos en términos reales puesto que éstos dependen de las tasas de capitalización.
Como si esto fuera poco, la desarticulación de precios no solo malguía a los operadores económicos distorsionando las posiciones relativas de los distintos márgenes operativos que conduce al desperdicio de capital, sino que, en la medida de los controles, va entorpeciendo la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general que se sustentan en precios falseados.
Por último, la regimentación de precios naturalmente afecta la propiedad puesto que ésta significa el uso y la disposición de lo propio. Tal vez ilustre el punto poner de manifiesto que, en el extremo, el derrumbe del Muro de la Vergüenza en Berlín (dejando de lado los horripilantes atropellos a las vidas de las personas) se debió a razones económicas, a saber, la imposibilidad de contar con datos fehacientes en cuanto al rumbo que se sigue allí donde no puede conocerse si hay ganancias o pérdidas ya que no hay precios y, por ende, no existe la propiedad privada. No se puede conocer si conviene construir caminos con oro o de asfalto si no hay precios, y carece por completo de sentido pretender que la decisión resulte definida por “motivos técnicos” que nada significan en ausencia de precios de mercado, situación en la que se opera a ciegas.
Entonces, sin llegar a ese extremo, en la medida en que el gobierno pretenda imponer precios al dólar o a cualquier bien o servicio, en esa medida, tienden a surgir los graves problemas aquí telegráficamente señalados. Por otra parte, es oportuno subrayar que el balance comercial forma parte del balance de pagos el cual siempre está equilibrado si no se manipula el tipo de cambio y estará saneado en la medida en que la deuda pública no sustituya en alto grado la entrada de capitales.