Enrique Krause, el notable pensador mejicano, resumió el decálogo del populismo en un artículo publicado en el diario El País en 2005: 1- El populismo exalta al líder carismático. 2- El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, alumbra el camino, y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. 3- El populismo fabrica la verdad, abomina de la libertad de expresión, confunden la crítica con enemistad militante. Por eso busca desprestigiarla, controlarla, acallarla. 4- El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. 5-El populista reparte directamente la riqueza, pero no lo hace gratis: focaliza su ayuda y la cobra en obediencia. 6- El populista alienta el odio de clases, hostiga a los ricos (a quienes acusan a menudo de ser antinacionales), pero atrae a los empresarios patrióticos que apoyan al régimen. 7- El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. La plaza pública es un teatro donde aparece Su Majestad El Pueblo para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra los malos de dentro y fuera. 8- El populismo fustiga por sistema al enemigo exterior. 9- El populismo desprecia el orden legal. El Congreso y la Justicia son un apéndice del poder. 10- El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. Considera esos límites contrarios a la voluntad popular.
Cualquier parecido con la realidad argentina no es pura casualidad. Desde 2003 el populismo ha encontrado en nuestro país uno de sus ejemplos más nítidos. Sus efectos han sido destructivos en el plano institucional y en el de la ética pública. También ha socavado otros pilares del funcionamiento de la sociedad. La confrontación como arma populista ha profundizado la división entre los ciudadanos. La focalización en el corto plazo disminuyó la calidad de las políticas públicas y generó distorsiones que comprometen el futuro.
El estatismo sobre el populismo agrega más nubarrones. El avance del estado ha sido una de las banderas de esta gestión, que lamentablemente ha encontrado apoyo en buena parte de los partidos de oposición. La ideología ha sido un permanente impulso para aumentar el intervencionismo estatal, así como las regulaciones y la estatización de empresas. Se afirma, casi como algo que no exige demostración, que las políticas neoliberales fueron la causa de la crisis del 2001. Sobre ese error se exponen con orgullo medidas que en el mundo han demostrado su persistente fracaso. A ningún país se le ocurre hoy, como consecuencia de la crisis financiera internacional, volver al colectivismo ni a una economía centralmente planificada y regulada. Sin embargo, la Cuba de los Castro es un ideal casi romántico de los ideólogos de este gobierno y de algunos opositores. Lo cierto es que se reestatizó el sistema de jubilaciones, también YPF y AySA. Y que gran parte de las actividades de servicios e industriales, el mercado financiero y de cambios, están fuertemente intervenidos. Casi todas estas medidas pasaron por el Parlamento, y en algunos casos con apoyos asombrosos.
Suele oirse que la realidad marca los límites e impone las correcciones, pero no necesariamente siempre es así. La decadencia es una sombra que amenaza a sociedades que equivocan su rumbo pero que quedan condicionadas a liderazgos construidos sobre bases populistas o con ideologías administradas por gobiernos que abusan de la educación pública y del control de los medios. Es necesario salir de este círculo que limita las libertades y que sólo podrá llevar al atraso y la decadencia. Nuestro país y sus habitantes no los merecen.