ÁMBITO FINANCIERO.- Según el diputado oficialista y Presidente de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, Roberto Feletti, las restricciones cambiarias se mantendrán hasta que el peso se convierta en reserva de valor. Esta afirmación demuestra dos errores de concepto: a) la dolarización responde a una costumbre irracional de los argentinos que preferimos ahorrar en moneda extranjera; y b) la idea de que, actualmente, el problema es que faltan dólares.
Analicemos el primer punto. La realidad es que la gente no se “dolariza”, sino que se “despesifica”. Es decir, ha perdido la confianza en el peso y en los activos locales; por lo que busca refugio en aquellos en divisas del exterior. Esto no es algo nuevo, se justifica en una moneda a la que, desde 1970, se le sacaron 13 ceros. Un peso actual equivale a 10.000.000.000.000 pesos moneda nacional; lo que no ocurrió por una catástrofe natural, sino por la tendencia de nuestros gobiernos a usar el impuesto inflacionario para financiarse, incluso hasta el límite de gestar tres hiperinflaciones.
Desde que el actual gobierno asumió, en 2007, el peso ha perdido más del 60% de su poder adquisitivo; lo que cimenta la percepción de la gente de que sus ingresos y ahorros son la variable de ajuste para los excesos de gasto público. Teniendo esto en cuenta y que las políticas fiscales expansivas son la base del actual “modelo”, son nulas las posibilidades de que los argentinos asumamos nuestra moneda como reserva de valor; pero porque el gobierno se ha ocupado de que no lo sea.
Es más, es difícil pensar que la mejor forma de convencer a alguien de que confíe en el peso sea obligarlo a atesorarlo; ya que es obvio que eso implica que el Poder Ejecutivo no está dispuesto a hacer nada para que uno quiera demandarlo voluntariamente. Entonces, siguiendo el razonamiento del Diputado Feletti, la Argentina no volverá a tener un mercado libre y único de cambio y las restricciones deberán profundizarse para mantener el actual “modelo” de financiamiento de excesos de gasto público.
Ahora vayamos al segundo punto mencionado en el inicio. Ya dimos una pista sobre dónde está el problema. Desde 2002, el gasto público se ha casi duplicado, medido contra el total de producción del país. En principio, se sustentó en un fuerte crecimiento de la presión tributaria, que hoy ronda el 43% del PBI. Pero, cuando los gravámenes formales dejaron de aportar lo suficiente, se hizo uso y luego abuso del impuesto inflacionario.
Cuando se condiciona a la neutralidad monetaria las transferencias de reservas internacionales para financiar al gobierno, lo que se está pidiendo es un absurdo. No hay diferencia entre que el Banco Central emita pesos para comprar divisas y se las transfiera al Estado, a que le de los pesos y este último los compre en el mercado. El problema es que, en el primer caso, el BCRA contabiliza que el aumento de la oferta monetaria fue para comprar divisas, ocultando la realidad, y, en el segundo, que se usó para financiar al gobierno. Si corregimos los factores de expansión de la base monetaria, sumando al financiamiento del sector público la que se realizó para comprar las divisas que se le transfirieron, obtenemos que, en 2010, justifican 119% y, en 2011, casi 117% del incremento. Es decir, desde la creación del Fondo del Bicentenario, toda la creación de pesos fue motivada por las necesidades del gobierno y, más aún; lo que obligó al Banco Central a absorber parte a través de deuda propia o pérdida de reservas.
Ahora, supongamos que alguno de los lectores quiere comprar dólares para pagar un crédito hipotecario en dicha moneda, deberá tomar en cuenta su salario, deducir lo que necesitará para hacerse de dichas divisas y, lo que le quede, será lo que pueda consumir. El problema es que el gobierno, se gasta todo lo que le ingresa y, cuando tiene que abonar los intereses y capital de la deuda, se da vuelta y le pide al Banco Central que se los pague; ya que, además, su gestión ha perdido credibilidad y nadie le quiere prestar a un costo razonable.
O sea, los dólares están; lo que falta es que el gobierno reserve ingresos genuinos para comprar esas divisas a sus dueños, los exportadores u otros vendedores. Por lo tanto, el abuso del Banco Central como fuente de financiamiento gestó tal depreciación del peso que presionó fuerte sobre el tipo de cambio; por lo que tuvieron que sacar del mercado oficial a los competidores, particulares y empresas, instaurando el “corralito verde”. Si se hubiera mantenido la libertad de cambio y la emisión con la que se financió hasta ahora al gobierno, la depreciación del peso hubiera llevado al dólar a un valor entre $5,70 y $6,10. Un dato que vuelve a confirmar que los controles vinieron para quedarse y profundizarse; ya que para volver a un mercado libre habría que reconocer esta diferencia.
Por último, algunos festejan porque el año que viene las necesidades de dólares para pagar deuda pública serán menores y, además, una buena cosecha garantizaría su abundante provisión. Ya demostramos que el problema no fue la falta de divisas extranjeras y, ahora, debemos dejar claro que no importa en qué moneda el Banco Central realiza las transferencias de recursos al gobierno. Aunque sólo lo financiara en pesos para que pague sus compromisos en dicha unidad de cuenta, su depreciación continuaría y, por ende, el tipo de cambio tendería a reflejarla; lo que evitarán manteniendo y profundizando el “cepo verde”.
Conclusión, ¿nunca más saldremos del control cambiario? Falso, todos estos esquemas históricamente terminaron en una crisis que, a la larga o a la corta, llevó a un sistema libre. Lástima que para aprenderlo los argentinos necesitemos pasar nuevamente una experiencia que ya vivimos más de 20 veces en los últimos 70 años.