Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Murió la semana pasada el historiador inglés Eric Hobsbawm y hasta Chiche Gelblung le dedicó tiempo en su programa (lo escuché mientras iba en taxi bajo la lluvia) como si hubiera sido un gurú iluminado. Indudablemente Hobsbawm fue un gran historiador, muy erudito y muy prolífico pero muy lejos de ser un iluminado y menos aún una “luz” para América como sostuvo algún político vernáculo. Más exagerado y disparatado aún fue afirmar que Hobsbawm fue para la historia “lo que quizá Einstein o Hawking fueron para la física” como lo hizo el autor de un artículo publicado días atrás por La Nación. Es realmente sorprendente la reacción generada por la muerte de este historiador y quizás sea útil para los lectores de este diario conocer un aspecto esencial de su legado.
No es mi objetivo reseñar la vasta producción histórico-literaria de Hobsbawm ni tampoco evaluar su personalidad, que por lo que tengo entendido le granjeó amistades incluso entre quienes no compartían su ideología. Es precisamente este último punto el que quiero resaltar: la ideología. Hasta el día de su muerte Hobsbawm fue un marxista irredento lo cual da para pensar especialmente luego de la caída del muro de Berlín que permitió a los historiadores apreciar en su justa medida los genocidios cometidos en la Unión Soviética en aras de una revolución socialista que nunca fue. Los únicos restos de la utopía marxista que azotó al mundo en el siglo XX son Cuba y Corea de la Norte, dos países que no sólo son ostensibles fracasos desde el punto de vista económico sino también donde se violan sistemáticamente los derechos humanos. China, cuyos líderes comprendieron que el marxismo socialista los condenaba a la pobreza, hace décadas que abandonó el comunismo y abrazó entusiastamente una peculiar versión del capitalismo.
Todo esto era más que evidente para Hobsbawm, que sin embargo nunca quiso admitir su error de haber apoyado la dictadura de Stalin y sus crímenes. Transcribo verbatim el extracto de una entrevista que otorgó al político y académico canadiense Michael Ignatieff en 1994. Asi respondió Hobsbawm cuando Ignatieff le preguntó como justificaba su pertenencia al partido comunista y su justificación del genocidio estalinista:
HOBSBAWM: Uno no tenía opción. O iba a haber un futuro o no iba a haber un futuro y esto [el partido comunista] era la única cosa que ofrecía un futuro aceptable.
IGNATIEFF: En 1934 millones de personas están muriendo en el experimento soviético. Si Ud. hubiera sabido eso, habría hecho alguna diferencia en su modo de pensar? Su compromiso? Ser comunista?
HOBSBAWM: Este es el tipo de pregunta académica para la cual una respuesta no es posible. Realmente no se si tiene alguna importancia sobre la historia que yo he escrito. Si tuviera que darle una respuesta retrospectiva que no es la respuesta de un historiador le hubiera dicho: Probablemente no.
IGNATIEFF: ¿Por qué?
HOBSBAWM: Porque en un período en el que, como Ud. puede imaginarse, la exterminación y el sufrimiento en masa eran absolutamente universales, hubiera valido la pena apoyar la posibilidad de que naciera un “nuevo mundo” en medio de un gran sufrimiento. Ahora, el punto es, que mirando hacia atrás como historiador, yo diría que probablemente los sacrificios hechos por el pueblo ruso fueron solo marginalmente. Los sacrificios fueron enormes; fueron excesivos medidos con cualquier estándar y excesivamente grandes. Pero estoy mirando hacia atrás ahora y estoy diciendo esto sabiendo que la Unión Soviética no fue el comienzo de la gran revolución mundial. Si lo hubiera sido, no estoy seguro.
IGNATIEFF: Eso significa que Ud. dice que si hubiera llegado esa “mañana radiante” [que proponía el comunismo], hubiera justificado la pérdida de la vida de quince, veinte millones de personas?
HOBSBAWM: Si.
Como bien señaló el economista norteamericano Bradford de Long, “uno debe leer este diálogo dos veces porque es increíble que alguien pueda defender el terror de Stalin en nombre de una revolución socialista que nunca fue.” Con este intercambio de Hobsbawm queda dicho todo lo que quiero decir sobre este historiador. El desprecio de la vida humana en aras de una utopía ideológica representa a mi juicio la máxima soberbia y la máxima irresponsabilidad de un intelectual. De ideas similares e igual desprecio por la vida humana se alimentó la juventud maravillosa que nos quiso imponer la revolución socialista con bombas y a punta de fusil. Su legado fue una dictadura militar.
Tony Judt, otro brillante pensador inglés fallecido en 2010 (y menos conocido en estas latitudes), hace varios años escribió quizás el mejor epitafio para Hobsbawm: “Eric J. Hobsbawm fue un brillante historiador en la gran tradición inglesa de la narrativa histórica. En todos los temas que abordó escribió mucho mejor, generalmente había leído mucho más, y tenía una comprensión más amplia y sutil que sus émulos que estaban más de moda. Si no hubiera sido un comunista toda su vida sería recordado como uno de los grandes historiadores del siglo veinte.”