Licenciado en Economía (UBA, 2002), Master en Economía y Administración de Empresas (ESEADE, 2004) y Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (URJC, 2009).
Profesor Titular Regular de Introducción a la Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam).
Contribuye en el blog Punto de Vista Económico y en Libertad y Progreso.
He distinguido en otra columna el camino opuesto que persiguen hoy dos grupos de países latinoamericanos en su búsqueda del desarrollo. Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador parecen perseguir un camino de aislamiento y “desarrollo” interno, mientras Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Colombia persiguen un camino de apertura, de integración al mundo, intentando atraer capitales para sustentar y acelerar el desarrollo.
No volveré aquí sobre esta comparación. En esta columna intentaré más bien distinguir los casos de Argentina y Venezuela, pues a pesar de este factor común y la amistad política de sus mandatarios, hay diferencias que considerar.
El petróleo y sus devivados versus la soja
Varios analistas han destacado la similitud que existe entre el rol que juega el petróleo y los derivados en la economía venezolana y la soja en la economía argentina. Esta similitud se justifica en la medida que la salud de sus economías depende, en parte, de que el precio de los commodities se mantenga en niveles relativamente elevados en comparación con otros tiempos. Sin embargo, es necesario considerar que la dependencia de Venezuela es mucho mayor que la del caso argentino. La exportación de bienes y servicios de Venezuela está constituida en un 90 % por petróleo y derivados, la mitad de las exportaciones tienen como destinatario a Estados Unidos, además de que la mitad de los ingresos fiscales del gobierno provienen de estos productos.
No puedo coincidir con José Natanson, en su última columna de Página 12, en donde afirma que “el auge de los precios de los hidrocarburos terminó de ahogar al sector agrícola de las llanuras venezolanas, que en su momento supo ser pujante”, pues me parece que la responsabilidad de que hoy Venezuela necesite importar el 70 por ciento de los alimentos que consume, fue causado por la política económica hiper-intervencionista de Chávez.
La soja se distingue del petróleo en su naturaleza renovable, pero además el complejo sojero representa sólo la cuarta parte de las exportaciones argentinas. Una proporción semejante de las exportaciones viene representada por la industria automotriz, el turismo sigue generando divisas, y a pesar de los esfuerzos de Moreno y Kicillof por aislar la economía, los socios comerciales están bastante diversificados con Brasil, China, Estados Unidos y Europa. Por el lado fiscal, la soja sólo representa un 13 % de los ingresos fiscales
Controles cambiarios y nacionalizaciones
Otra comparación se identifica en los controles cambiarios. En Venezuela el dólar informal duplica al oficial. En Argentina, la diferencia entre el dólar “blue” y el oficial, es de un 30 %, aunque va en ascenso.
Respecto a las estatizaciones, Venezuela ha avanzado hasta controlar todas las “industrias estratégicas”. En Argentina, se avanzó con las pensiones e YPF, pero no está claro que el gobierno tenga el consenso necesario para avanzar aun más, como sería el deseo de Kicillof.
¿Optimismo ingenuo?
Así presentadas las cosas, mi optimismo parece ingenuo. Claramente, Argentina avanza en una “chavinización” de su economía y una re-reelección de Cristina Fernández de Kirchner podría terminar asemejando estructuralmente la Argentina a Venezuela.
Pero Argentina y Venezuela mantienen aun diferencias importantes. Mi nota de optimismo es que Argentina aun está a tiempo de aprovechar esta oportunidad que nos ofrece el mundo y recuperar el rol agro-alimenticio que supo jugar antes de la primera Guerra Mundial. Sólo se necesita un cambio de rumbo: eliminar los controles de precios y actualizar las tarifas de los servicios públicos, volver al mundo con acuerdos internacionales, congelar el gasto público en valores nominales hasta ponerlo en línea con la recaudación tributaria y gradualmente eliminar el déficit fiscal y la inflación, eliminar las retenciones, desbloquear las exportaciones e importaciones, eliminar el control de cambios, y mucho más.
Pensar en una reforma integral de este tipo es una ilusión, si vemos al kirchnerismo en el gobierno. Pero la Constitución Nacional hoy nos ampara de un nuevo gobierno kirchnerista y mi sensación es que no podrán avanzar en la re-reelección. Argentina todavía tiene ciertas instituciones que funcionan. La Carta Magna aun se respeta el mínimo necesario para impedir que el kirchnerismo se mantenga en el poder.
Se dirá que la Señora Presidente recibió el 54 % de votos en la última elección. Sin embargo, en ese momento la economía crecía en torno al 8 % anual. Hoy la economía está estancada, la inflación se acelera y las presiones sindicales atentan contra cualquier intento de re-reelección.
Hace falta un cambio de rumbo, y la democracia argentina nos dará una nueva oportunidad muy pronto. Lo que preocupa ahora es la oposición. El desafío es que el cambio no sea sólo de nombres.