Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Es necesario volver sobre la capacidad de convencimiento de las recetas y consejos de los patrocinadores de la sociedad abierta. Esto debe reconsiderarse de tanto en tanto debido a la escasa llegada del correspondiente mensaje, por lo menos en relación con su contrapartida, es decir, las políticas socialistas. No es cuestión de arremeter e insistir sin hacer, de vez en cuando, un examen de consciencia respecto al camino que se sigue. Parece un tanto petulante el machacar que “la gente” no comprende tal o cual idea sin detenerse a considerar la ineptitud del emisor para trasmitir la idea. Esto último no solo calma más lo nervios sino que obliga a hacer mejor los deberes y reconsiderar el formato del mensaje y pulir su contenido.
Habiendo dicho esto, debemos estudiar cuidadosamente las desventajas naturales del mensaje liberal frente a las propuestas de los diversos matices socialistas. La primera es la llamada “venta de ideas”. Se suele decir que los ejes liberales deben ser sacados de los académicos y traducirlos a idiomas más comprensibles para el común de los mortales. Desde luego que no se trata de trasmitir mensajes crípticos y complicados pero el nudo del asunto es entender que las ideas liberales no están a la venta, no solo porque no se colocan al mejor postor sino, especialmente, porque no se trata de la comercialización de dentífricos o desodorantes. En estos últimos casos, la venta consiste en que el consumidor se percate de las ventajas del producto pero no requiere que se adentre, en regresión, en todo el proceso productivo. Sin embargo, el liberalismo (y cualquier idea seria) demanda que se entienda “todo el proceso productivo”, es decir la fundamentación de los conceptos hasta la gestación misma de la idea. A menos que se sea un dogmático o un fundamentalista, el receptor requiere este hilo argumental, lo cual no necesitamos para adquirir un par de zapatos: es suficiente con que nos guste y que resulten cómodos y baratos.
La idea socialista, en cambio, se parece a la venta de comestibles y equivalentes. El razonamiento no exige análisis ni mirar el asunto desde diversos costados, es suficiente intuir que si se le saca al que tiene y se le entrega a los destinatarios, estos mejorarán su situación en el corto plazo. De más está decir que los socialistas miran la riqueza como un proceso de suma cero y no de suma positiva. No se percatan que en un mercado libre los que ganan más es debido al voto diario de sus congéneres que con sus compras y abstenciones de comprar establecen diferencias patrimoniales, y si a esto se le aplica la guillotina horizontal se perjudica muy especialmente a los más necesitados puesto que la mala asignación de recursos se traduce en disminuciones en las tasas de capitalización que son, precisamente, las que permiten el aumento de salarios reales.
La manía del igualitarismo parece ser el eje central de los socialistas de todos los colores. Ya me he referido en repetidas oportunidades a la tesis de John Rawls sobre la manipulación del los talentos, de modo que no volveré sobre esa crítica. Ahora destaco que la aludida guillotina horizontal y la idea de que la riqueza procede de la suma cero y no de un proceso dinámico de creación de valor (sobre la que se basa el igualitarismo) no permite ver que la igualdad de resultados no solo es una quimera en su faz operativa sino que de entrada ni siquiera puede definirse. Esto último es así debido a que las valorizaciones son subjetivas por lo que la repartición no puede obviar este fenómeno si se quiere igualar con todo el rigor del caso (aunque los sujetos en cuestión digan la verdad no es posible lograr el objetivo ya que no pueden realizarse comparaciones intersubjetivas, y tampoco puede llevarse a cabo la operación “objetivamente” porque los precios están distorsionados por los mismos igualitaristas). Y lo segundo se interpone porque el uso de la fuerza agresiva se deberá mantener permanentemente para evitar que cada uno use y disponga de lo que recibió de modo que los resultados sean distintos (en este contexto resulta bastante gelatinosa por cierto la noción medular de “lo suyo” de la justicia).
En la superficialidad socialista no cabe prestar atención “a lo que se ve y a lo que no se ve” (distinguir lo que es obvio de lo que debe hurgarse) como sugería el decimonónico Frédéric Bastiat. El socialismo apela a lo que a primera vista aparece como conveniente y recurre a la envidia y al resentimiento como arma dialéctica. Como ha escrito Hayek “la economía es contraintuitiva”; en la opereta Pinafore estrenada en Londres en 1878 con música de Arthur Sullivan y letra de William Gilbert se dice (y lo reproduzco en inglés para que no pierda gracia): “Things are seldom what they seem. Skim milk masquerades as cream”.
Es muy curioso y paradójico en verdad que esos mismos socialistas que detestan el mercado instauran sistemas de inaudita injusticia en cuanto a que otorgan privilegios a los amigos del poder para enriquecerse a costa de la gente, lo cual es genuinamente un proceso de suma cero de la misma manera y en el mismo plano que lo es cuando se asalta un banco.
Otra valla para la fluidez del mensaje liberal son gobiernos que usan desaprensivamente la etiqueta liberal pero se abocan a la corrupción escandalosa, al aumento del gasto estatal y la deuda pública en el contexto de severos incrementos impositivos, manejo discrecional del tipo de cambio, la dispersión arancelaria y la ausencia más palmaria de la división de poderes. En esa situación no son pocos los que terminan desconfiando seriamente (y muy injustamente) del liberalismo que en verdad es inexistente en esos climas tóxicos.
Estimo que el tema crucial a explicar por nosotros los liberales radica en la llamada “cuestión social”. En otras palabras, el nexo causal entre la inversión per capita y los ingresos y salarios en términos reales, lo cual se puede comprobar con los niveles de vida que tienen lugar prósperos respecto a los “subdesarrollados”, y que el desempleo es consecuencia de las mal denominadas “conquistas sociales” que pretenden colocar remuneraciones por encima de lo que permiten las antes referidas tasas de capitalización como si se estuviera frente a un asunto voluntarista que en realidad deriva de la capacidad de marcos institucionales civilizados para captar ahorros internos y externos.
Al analizar cuestiones como la mencionada se dice que se es muy “economicista” sin ver que este aspecto económico-social es definitivo para entender el problema. Nada se gana con sostener que se es partidario de la libertad política pero no de la económica, puesto que es lo mismo que mantener que se desea instaurar la libertad en el continente pero no en el contenido, esto es, libertad en los papeles pero a la gente se le deniega la facultad de disponer del fruto de su trabajo, lo cual significan restricciones para operar en el mercado y la consiguiente asignación de factores productivos.
Uno de los problemas críticos para entender el liberalismo consiste en el abandono de los experimentos de brujos que compiten para manejar las vidas y las haciendas de la gente. Entre estas alquimias se destaca el keynesianismo, por lo que es de interés recordar siquiera tres tramos de la obra más conocida de Keynes. El primero es cuando escribe que “La prudencia financiera está expuesta a disminuir la demanda global y, por tanto, a perjudicar el bienestar”. El segundo cuando propugna “la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de escasez del capital”. Y en último término, cuando resume el eje central de su tesis en el prólogo que escribió para esa misma Teoría general de la ocupación el interés y el dinero en el mismo año en que apareció en inglés pero para la edición alemana, en plena época nazi: “La teoría de la producción global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho mas fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y de laissez-faire”. Vale la pena reiterar la idea puesto que hay que retener este pensamiento consignado en 1936: el autor dice que la tesis de su libro “puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario”.
En otro orden de cosas pero enmarcado en esta tendencia general, no son pocos los que insisten en que cuando la economía flaquea el aparato estatal debe gastar más, como si los recursos no provinieran de la gente con lo que se agrava la situación puesto que los factores de producción se mal asignan debido a imposiciones gubernamentales, necesariamente a contramano de lo que hubiera hecho la gente libremente con el fruto de su trabajo. Aquella política se ha dado en llamar “anticíclica” sin tomar en cuenta que la crisis se origina en las manipulaciones gubernamentales y que no se corrigen con más de lo mismo, a diferencia de las fluctuaciones que responden a cambios en la demanda de la gente.
En resumen, todos los días hay que hacer la gimnasia de pulir, mejorar y actualizar el mensaje liberal pero también deben tenerse muy en cuenta las desventajas en que se encuentra para llegar con el mensaje al efecto de no desanimarse inútilmente y también las dificultades que interponen en el camino por `parte de los antedichos brujos, pero nunca dejarse estar en el ejercicio cotidiano de autocrítica y automejoramiento.
En todo caso, cualquiera sea el destino del liberalismo, es pertinente citar un pensamiento de Hermann Hesse en Pequeñas alegrías que hace hincapié en las recompensas de la honestidad intelectual: “por agradable que resulte la adaptación al espíritu de la época y al medio, son mayores y más duraderos los goces de la sinceridad”.