Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
EL CRONISTA.- El 10 de enero pasado, el Banco Central Europeo (BCE) decidió mantener sin cambios su tasa de interés de referencia en el mínimo histórico de 0,75%.
Esta decisión es vista con malos ojos por algunos analistas que consideran que, siendo negativas las perspectivas de la economía real y estando controlada la inflación, el BCE debería seguir los pasos de su par de Norteamérica y relajar aún más su política monetaria (recordemos que redujo la tasa de referencia en 9 oportunidades llevándola de 4% al 0,75 actual).
Ahora bien, esta conclusión tiene las mismas deficiencias que cualquier enfoque que parta de la base de que las crisis económicas son el resultado de una carencia de demanda agregada. Según esta visión, el problema es que existe gente que, por expectativas, está ahorrando demasiado y lo óptimo sería que esa gente se pusiera a gastar. ¿Cómo? Bajando el tipo de interés para reducir el costo del crédito.
Sin embargo, esta postura ignora que el verdadero motor de la economía no es el crédito por sí mismo sino los empresarios. Son los empresarios los que identifican las necesidades insatisfechas de la gente, los que arriesgan su trabajo y capital para crear productos y servicios y los que, como efecto colateral, brindan trabajo a millones de personas en el mundo.
En este sentido, cabe preguntarse ¿la producción industrial cae en Europa porque el tipo de interés es todavía alto al 0,75% o porque los empresarios están cansados de invertir en un ambiente costosísimo, cargado de regulaciones y con la amenaza constante del sablazo impositivo?
El problema de Europa no es una demanda insuficiente, sino un sector privado con demasiadas trabas institucionales que lo fuerzan a ahorrar e invertir fuera del continente, lo que en un contexto de crisis agrava más las cosas. En este contexto, los planes de austeridad orientados a alivianar la carga regulatoria y estatal sobre el empresariado deberían ser bienvenidos.
Sin embargo, poco de esto se ha visto y si bien muchos culpan a la austeridad a ultranza por la crisis, una mirada a los números puede contradecir esta idea.
En España, por ejemplo, el gasto público aumentó un 94,5%, desde el 2000 al 2011. La austeridad a ultranza consistió hasta el momento en aumentar el gasto público un 0,1%, en 2010, y reducirlo 1,1%, en 2011. Esto es todo, menos a ultranza.
Entonces, volviendo al principio ¿Es posible que 0,75% sea alto? Tan posible como que sea bajo, puesto que como todo ente de planificación centralizada, el Banco Central Europeo no puede saber cuál es el precio óptimo del crédito.
Sin embargo, al margen de esta discusión, lo importante es que no todos los problemas económicos se resuelven imprimiendo más o menos billetes. Y, muchísimo menos, la crisis europea.