Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
INFOBAE.COM.- En su reciente libro Living Economics, Peter Boetkke cuenta que existe una tensión histórica entre la buena política y la buena economía.
La buena política consiste en ganar elecciones. El empresario político busca continuamente “asegurar votos y contribuciones económicas para su campaña” prometiendo a cambio beneficios para determinados grupos concentrados. Por otro lado, como los períodos presidenciales son acotados, existe una tendencia a hacer que esos beneficios aparezcan lo más rápidamente posible.
Esta buena política, la de ganar elecciones y mirar el corto plazo, sin embargo, entra en conflicto con la buena economía, que advierte que si se violan ciertos principios esenciales, las iniciativas públicas consiguen resultados exactamente opuestos a los buscados.
El 25 de mayo se cumplieron 10 años de kirchnerismo y este conflicto se ha hecho patente. La economía de los Kirchner se subordinó a la necesidad política de ganar elecciones. Con el objetivo de “sacarnos del infierno” bajando el desempleo y los niveles de pobreza, el gobierno desempolvó las enseñanzas de Keynes y puso al Estado a liderar la reactivación.
El objetivo del empleo, en el corto plazo al menos, se logró. La desocupación se redujo desde el 17% en 2003 hasta el 7,2%, el año pasado.
Sin embargo, esto se consiguió con una política de subsidio a la demanda (ya que se partió del erróneo supuesto de que a las crisis las provoca la gente que no quiere gastar) alimentada por el increíble aumento del 450% del gasto público medido en dólares en estos 10 años.
El problema es que, hasta en las mejores familias, los gastos hay que pagarlos y el Estado sólo puede conseguir fondos para ello de tres formas. Los impuestos, la deuda pública y la emisión monetaria.
Cerrada la puerta del financiamiento internacional luego del default de 2001 y dada la sana impopularidad de subir los impuestos, el gobierno acudió nuevamente a la emisión monetaria.
Las consecuencias son por todos conocidas. Una inflación récord a nivel mundial, el dibujo de las estadísticas públicas y el consecuente ocultamiento de la vergonzosa cifra de pobreza que afecta al 27% de la población y al 39% de la población menor de 18 años.
Ahora bien, como el gobierno ignora la buena economía, no ha dado ninguna respuesta satisfactoria a los problemas derivados de su propio desborde (inflación, dólar, caída de la competitividad) y sólo reaccionó con regulaciones que no hicieron otra cosa que dañar aún más las actividades económicas.
En consecuencia, la última cifra de desempleo mostró un preocupante avance hasta el 7,9%.
Como se observa, la buena política que hace 10 años nos prometió combatir la pobreza y el desempleo, hoy logra que, por ignorar la buena economía, éstos vuelvan a ser los temas que nos preocupan.
En la medida en que ser un político exitoso implique mirar el corto plazo, estamos condenados a crecer rapidísimo para luego estrolarnos. Esperemos que para los próximos 10 años, buena economía y buena política se den la mano así los argentinos podremos, de una vez por todas, soñar en grande.
* PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 5 DE JUNIO DE 2013.