La Argentina en el G-20: una política de Estado

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

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ÁMBITO FINANCIERO.- En la primera semana de septiembre tendrá lugar en San Petersburgo la próxima cumbre del Grupo de los 20 o G-20. La mayoría de los argentinos tiene una noción muy vaga sobre lo que es el G-20. Para definirlo de manera muy simple, es la “mesa” donde se discuten los problemas más importantes de la economía y las finanzas internacionales y donde se definen las políticas que se implementarán para resolver estos problemas. La Argentina tiene un asiento en esa “mesa”, pero corre el riesgo de perderlo.

Para entender la génesis del G-20 y el porqué de su importancia vale la pena hacer un poco de historia. Después de la segunda guerra mundial el sistema monetario y financiero internacional se basó en los acuerdos alcanzados por EE.UU. y sus aliados en Bretton Woods. Un esquema de tipos de cambio fijos, el FMI y el Banco Mundial fueron los pilares sobre los que se sostuvo este sistema, que colapsó en 1973 con la devaluación del dólar. A partir de entonces surgió un sistema hibrido, en el que sobrevivieron el FMI y el Banco Mundial, liderados por el Grupo de los 5 (G-5) que incluía a EE.UU., Alemania, Francia, Inglaterra y Japón. Al poco tiempo el G-5 se expandió al G-7 con la inclusión de Italia y Canadá. Y a partir de 1997 se creó el G-8 con la incorporación formal de Rusia. Pero a los efectos prácticos el control del FMI y el Banco Mundial siguió en manos del G-7.

La crisis del sudeste asiático en 1997 y la de Rusia al año siguiente, convencieron a la administración Clinton de incluir a un grupo de países emergentes en las discusiones relacionadas con la globalización financiera y la prevención de las crisis. Primero surgió el G-22 y luego el G-33, pero ambos probaron ser demasiado inflexibles y poco efectivos al momento de tomar e implementar decisiones. Como un compromiso,en 1999 el G-20, que incluía al G-8, la Unión Europea y un grupo de países emergentes que conjuntamente representaban más del 80% de la economía mundial y dos tercios de la población mundial.

Más allá de China e India, cuya inclusión era inevitable, el resto de los integrantes del G-20 fueron seleccionados por EE.UU. con criterios relativamente vagos (además de mantener cierto equilibrio regional, sus miembros debían ser “sistémicamente importantes” y contribuir a la “estabilidad financiera global”). Tres países de América Latina fueron invitados: Argentina, Brasil y México. Los dos primeros tenían su lugar ganado por su participación creciente en la economía mundial. La inclusión de nuestro país fue en gran medida un reconocimiento a los esfuerzos de la diplomacia argentina a partir de 1990. En su concepción original, el G-20 era un foro anual del que participaban únicamente ministros de Economía y presidentes de bancos centrales. Su poder estaba subordinado al G-7, que controlaba el comité monetario y financiero del FMI y el Foro de Estabilidad Financiera (FEF).

La crisis de 2008 fue el catalizador de un nuevo reordenamiento del sistema financiero internacional. En noviembre de ese año, EE.UU. convocó en Washington la primera cumbre de presidentes del G-20. Poco tiempo después, los líderes del G-8 anunciaron oficialmente que el G-20 sería el principal foro de discusión de temas de gobernanza y la cooperación financiera internacionales. Desde 2009 los presidentes de los países miembro se reunieron en seis ocasiones para definir los lineamientos de la arquitectura financiera internacional del siglo XXI. Una de sus primeras decisiones fue darles mayor voto a los países emergentes en el FMI y el Banco Mundial. Más allá de las ideologías, resulta obvio que ser integrante del G-20 tiene enorme importancia estratégica.

El problema es que entre los miembros del grupo, la Argentina se destaca y no precisamente por características que reaseguren su permanencia. No sólo su economía es una de las más pequeñas, sino que además es el único miembro que se encuentra en situación de default, el que tiene la mayor tasa de inflación, la peor calificación crediticia, el que impone mayores trabas al comercio internacional, el que tiene menos inversión extranjera directa, el penúltimo en el índice de respeto de la ley, el que tiene menos respeto por la propiedad privada, el único que ha confiscado empresas de otros países miembros y uno de los que exhibe mayores índices de corrupción. Es muy probable que si el G-20 hubiera nacido en 2009 en vez de 1999 nuestro país no sería uno de sus miembros.

Sin un cambio de rumbo, tanto en la política económica como en la política exterior, la Argentina corre un serio de riesgo de perder su posición en el G-20. La expulsión de un país de este grupo no tiene precedentes y no existen reglamentos o procedimientos para efectivizarla (supuestamente requiere unanimidad). Pero no es imposible. Sería pecar de ingenuidad (irresponsabilidad en el caso del Gobierno) suponer que la paciencia del resto de los miembros del G-20 con las “idiosincrasias” de la Argentina actual es infinita. Hay fuerte presión en varios frentes (incluso en el Congreso de EE.UU.) para reemplazar a la Argentina por otro país más confiable, estable y más integrado al resto del mundo. Los candidatos más mencionados son España, Polonia y Tailandia (Chile también tiene aspiraciones pero su economía es muy pequeña).

*PUBLICADO EN ÁMBITO FINANCIERO, VIERNES 9 DE AGOSTO DE 2013

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