El kirchnerismo sólo puede ofrecer más decadencia

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.

LA NACIÓN.- Una de las típicas preguntas que nos formulan a los economistas es la siguiente: ¿Cuáles serían las dos o tres medidas fundamentales que hay que tomar para salir de la crisis? Es como si los economistas tuviésemos la solución mágica por la cual, tocando el tipo de cambio, los subsidios y alguna otra variable, repentinamente se solucionaran los problemas económicos. Inclusive, colegas economistas que suelen hablar más como políticos que como economistas, suelen decir que la situación no es tan grave y que los problemas pueden resolverse relativamente fácil, afirmando a renglón seguido que hay que bajar la inflación, atraer las inversiones y corregir alguna otra variable.

Mi visión es muy diferente. En primer lugar porque para poder frenar la inflación hay que dejar de emitir moneda a marcha forzada como lo viene haciendo el BCRA, y para que el BCRA deje de emitir a las tasas disparatadas en que lo viene haciendo es inevitable bajar el gasto público. Es decir, para poder poner orden monetario el paso previo necesario es restablecer el orden fiscal. Obviamente que lo que acabo de decir implica ser tildado de neoliberal que quiere el ajuste, cuando en rigor el ajuste se está haciendo ahora de la peor manera, licuando los salarios con la inflación, teniendo un nivel de carga tributaria que ahoga a la gente y con casi nulas inversiones que impiden crear nuevos y eficientes puestos de trabajo. Hoy la demanda laboral en la Ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires se encuentra por debajo del nivel que tenía en abril del 2002, el peor momento de la crisis de ese año.

BANCO CENTRAL-INCENDIO

Hay casos en que empleados u operarios prefieren no hacer horas extras porque eso implicaría aumentar en el escalón de ganancias y pagar más impuesto que lo que se cobra. En otros términos, trabajar para ganar más implica terminar cobrando menos que si no se hacen las horas extras o, si se prefiere, trabajar menos significa ganar más dada la carga impositiva vigente.

La pregunta es: ¿por qué se ha llegado a tal punto que la presión impositiva desestimula trabajar más? Porque el Gobierno ha aumentado tanto el gasto público que necesita recursos aun de los sectores de menores ingresos.

Basta con ver los balances del BCRA para advertir que el stock de adelantos transitorios (emisión monetaria para financiar el gasto público) prácticamente se ha duplicado en un año. Ni una fenomenal carga impositiva junto con un tsunami de emisión monetaria es suficiente para financiar el ineficiente y altísimo gasto público que tenemos.

Corregir el gasto público es necesario para bajar la carga tributaria y frenar la emisión para contener la inflación implica, entre otras cosas, frenar el desborde de subsidios a la energía y el transporte público, lo cual quiere decir aumentar las tarifas en estos rubros en porcentajes que hoy superan a los del Rodrigazo de 1975. Como puede verse, no es tan sencillo, desde el punto de vista económico, corregir las distorsiones económicas.

Algunos políticos y economistas sostienen que el problema de la inflación se corrige con más inversiones. Pregunto: ¿quién puede hacer inversiones en un país que no tiene moneda? Sin moneda no hay posibilidad de hacer cálculo económico, es decir, estimar ingresos y gastos de un proyecto de inversión para determinar la tasa de rentabilidad esperada y decidir si se hace o no la inversión. Aclaro que la moneda tiene que cumplir con dos requisitos: 1) ser ampliamente aceptada como medio de intercambio y 2) ser reserva de valor. El peso no es reserva de valor por la emisión que genera el BCRA y por lo tanto no es moneda, ergo, no hay cálculo económico posible que permita evaluar inversiones.

Pero hay un paso previo al de tener moneda para que fluyan las inversiones. Ese paso previo es la calidad institucional. Me refiero a las normas, códigos, leyes, costumbres que regulan las relaciones entre los particulares y a las relaciones entre los particulares y el Estado.

En una sociedad chica, con poca gente, todos se conocen y se sabe quién es buen pagador y quién no lo es. En una sociedad con millones de personas, los contratos se hacen entre personas que no se conocen. Para eso se firman contratos y está el Estado para hacerlos cumplir. La Justicia determina quién tiene la razón en caso de conflicto y el Estado, con el monopolio de la fuerza, hace cumplir los contratos de acuerdo a la sentencia de los jueces.

El problema que tenemos en la Argentina es que quien tiene que hacer cumplir los contratos es el que los viola (confiscación de empresas, no respeto por los contratos firmados, aplicar impuestos sin pasar por el Congreso, etcétera). El Estado, que tiene que otorgar previsibilidad en las reglas de juego (instituciones) es el que justamente las cambia tan arbitrariamente que las transforma en imprevisibles. Sin instituciones eficientes y estables es imposible atraer inversiones. Nadie va a invertir en una fábrica de hamburguesas para que luego Moreno no le permita exportar, o no le deje importar insumos o le regule un precio que le genere quebrantos.

Desde el punto de vista económico la solución al crecimiento sostenido es más o menos conocido: disciplina monetaria que requiere de disciplina fiscal. Una carga tributaria que no espante las inversiones y apertura económica al mundo para ser competitivos. Nadie invierte si no tiene competencia, y si la economía está cerrada no hay estímulos para ser competitivos. Vender productos de baja calidad y a precios altos es más negocio que invertir para ser eficientes. Es decir, necesitamos hacer exactamente la inversa del modelo de sustitución de importaciones que pregona el oficialismo. Y, finalmente, eliminar todas las regulaciones que inhiben la capacidad de innovación de la gente.

Pero el drama es que el kirchnerismo ha destruido por completo la seguridad jurídica para los inversores, algo que no los perjudica a ellos porque tienen muchos lugares en el mundo donde invertir, sino que esa destrucción de la seguridad jurídica afecta a los sectores de menores ingresos porque al no haber inversiones no consiguen trabajo ni mejoras salariales basadas en incrementos de la productividad de la economía.

El mayor destrozo que ha producido el kirchnerismo no es la fuerte distorsión de precios relativos, la inflación y una carga tributaria desorbitante. El mayor destrozo lo ha hecho en las instituciones. En las reglas de juego. En la seguridad jurídica. En el respeto por los derechos de propiedad.

Esa es la herencia que dejan estos 10 años de kirchnerismo. El haber arrasado con la condición básica para el crecimiento: la calidad institucional. Y no está en el espíritu del kirchnerismo corregir ese problema. Primero porque no cree en esa relación entre calidad institucional y crecimiento, y segundo porque aunque quisiera cambiar ya nadie les creería. Por eso el kirchnerismo sólo puede ofrecer decadencia económica. Porque está en sus genes el desprecio por la calidad institucional.

Si hoy la gente tiene miedo a perder su trabajo, el salario no le alcanza para llegar a fin de mes y lo matan con impuestos, lo que tiene que saber la gente es que la causa última de sus problemas tiene que ver con esas palabras que parecen tan difusas pero son tan importantes: calidad institucional.

*PUBLICADO EN DIARIO LA NACIÓN, JUEVES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2013
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