La Asignación Universal por Hijo revela el fracaso del modelo

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El 29 de Octubre cumplirá cinco años la Asignación Universal por Hijo un seguro social que se abona por cada hijo menor de familias que no cuentan con cobertura social y se encuentren en situación de vulnerabilidad. La AUH también se abona en montos mayores para niños con habilidades diferentes. (A efectos de aclaración previa debo decir que sólo en estos casos puntuales considero adecuada la intervención del Estado)

El sistema cuenta con la virtud de exigir certificados sanitarios y escolares como condición previa a abonar los beneficios.

Actualmente 3,7 millones de niños son alcanzados por la AUH.

El monto estipulado actualmente es de 644 pesos un 350% superior a los 180 originales del 2009. El incremento se explica más por el ajuste por inflación que por la bondad de los gestores.

El gobierno exhibe la AUH como un logro. “El sistema más redistributivo y más justo porque paga por cada uno de los hijos sin distinción”. Así lo afirmó la presidenta Cristina Fernández al momento de anunciarlo.

La oposición en su conjunto se ha manifestado en favor de la AUH, pese a algunas críticas menores de tono formal, dichos dirigentes se dividen entre quienes se consideran “padres de la idea” y quienes apoyan irrestrictamente guiados por las encuestas.

La vocación del populismo en todas sus formas es, aun considerando virtuosas intenciones, que los pobres la pasen lo mejor posible. Que sus condiciones de vida sean “dignas” pero que nunca dejen de ser pobres.

El populismo gubernamental y el opositor empujado por las encuestas no encuentra el camino, quizás por conveniencia política, para que los pobres abandonen tal condición.

Más grave aún, muchos líderes políticos ni siquiera creen posible que la pobreza pueda eliminarse mediante la creación individual de riqueza.

El milagro económico argentino por el cual entre 1853 y 1910 ha logrado que millones de inmigrantes (7 millones de migrantes netos) pasaran del más absoluto estadio de miseria a niveles de Pib/cápita de primer nivel en el mundo no pareciera ser posible de repetir, a la luz de los discursos oficiales y opositores.

La consolidación de la pobreza pareciera agradar al paladar de la elite de todo el arco político. (gubernamental, legislativo, opositor, cultural, sindical e incluso empresario).

Es razonable pensar que a los populistas la pobreza les agrada. Les es funcional. Nadie puede imaginar un peronismo sin pobreza. Ni un kirchnerismo sin bolsones de miseria en el conurbano.

Así como en los setenta cantábamos “cuando el pueblo sabe no lo manda un brigadier” hoy podríamos entonar “cuando un pueblo progresa no lo engaña la publicidad oficial”.

Es necesario asumir que la pobreza puede resolverse mediante la creación individual de riqueza por parte de los individuos más postergados de la sociedad.

No son las personas las que desean vivir de la dádiva del estado en condiciones de no superación. Son las políticas públicas las que condenan a dichas personas a la pobreza.

La reducción masiva de impuestos, la concentración de toda gestión estatal en funciones específicas, la apertura económica, las obras de infraestructura productiva, la desregulación de todos los mercados (incluyendo el laboral), la adopción de acuerdos de libre comercio y la inversión extranjera y por sobre todo la eliminación del impuesto inflacionario son condiciones necesarias mínimas para que el esfuerzo individual de los pobres no sea confiscado por un estado inútil.

La educación, la seguridad física y jurídica, la estabilidad macroeconómica y las oportunidades de inversión harán el resto.

Está probado recientemente en muchos países que han superado estadios de pobreza extrema (Polonia, Estonia, Irlanda, República Checa) pero por sobre todo en nuestra propia experiencia argentina entre 1853 y 1930.

Considero que la “asignación” no debe ser del estado a los niños sino de los padres a los hijos.

Educar para la libertad consiste en que los valores morales se transmitan de padres a hijos y no de estados hiperpresentes a niños obedientes y adoctrinados.

El incremento en la cantidad de beneficiarios, grado de cobertura y monto de la AUH debe verse como el fracaso de un modelo que no crea oportunidades y consolida a más gente en los umbrales de la pobreza. Duele decirlo pero si el estado reparte más es porque las familias producen menos. Y eso es un fracaso.

Un modelo será exitoso sólo cuando los políticos anuncien que hay menos asignaciones estatales y la mesa de los niños está llena del fruto del esfuerzo de los padres.

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