Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
ÁMBITO.- Algunos economistas confunden causa y efecto. Creen que si se liberan las tarifas o se elimina el cepo cambiario, entonces se generará inflación. En realidad, es al revés, ya que es la inflación la que hace que, más tarde o más temprano, dólar y tarifas deban ajustarse.
Sin embargo, empapado de la primera creencia, el gobierno hace años que controla rigurosamente ambas cosas. El inconveniente que tiene esta política es que, al mismo tiempo que se estimula artificialmente el consumo, se desalienta la producción y los resultados de esta combinación distan de ser óptimos.
El caso del dólar es emblemático. Los que “producen” dólares en el país son, principalmente, los exportadores. Todo aquel que vende productos o servicios en el mercado internacional recibe dólares a cambio que, luego, debe vender en Argentina para pagar salarios, comprar materia prima, etc. Sin embargo, si cada vez que el fabricante de dólares necesita venderlos, lo que le ofrecen en el mercado oficial (el único habilitado por la ley) está por debajo de lo que realmente vale, entonces sufrirá una pérdida patrimonial equivalente a la de pagar un impuesto a las ventas. Es decir, un impuesto a producir dólares.
Por el lado de los consumidores ocurre lo contrario. Si, gracias a la intervención del estado, la divisa está por debajo de su precio real, entonces cualquier consumo en dólares se verá abaratado artificialmente, lo que equivale directamente a subsidiar ese consumo.
En este contexto de subsidio al consumo e impuesto a la producción, la mayor demanda no puede ser abastecida por la castigada oferta, con lo que no extraña que aparezca la escasez de divisas que muchos denominan “restricción externa” y que es una de las responsables de la recesión que atravesamos. Tampoco extraña, por otro lado, que las exportaciones caigan 12% en el año o que los turistas argentinos sean los terceros en visitar la ciudad de Miami.
Con las tarifas energéticas ocurre algo similar. Con acuerdos que se renuevan cada año, el gobierno intenta mantenerlas sin cambios, lo que hace que la inflación abarate en términos reales lo que cada uno paga por la energía. La consecuencia sobre su consumo es evidente, nadie se preocupa por economizarlo y la demanda inevitablemente crece.
Pero lo contrario pasa con la producción. El control de tarifas desestimula la inversión en el sector, con lo que no crece ni se renueva la infraestructura y el stock de capital se deteriora, generando los problemas de abastecimiento que todos conocemos.
Finalmente, ninguna de estas estrategias es eficiente para frenar la inflación, dado que no atacan, ni buscan atacar, la causa del aumento de los precios (el exceso de emisión monetaria).
Tanto en el dólar como en las tarifas de la mayoría de los servicios públicos, la política de subsidiar el consumo y gravar la producción no ha dado buenos resultados. Y si bien este gobierno no parece estar dispuesto a reconocer el error, es necesario que el próximo entienda que esta política deberá revertirse cuanto antes. Al menos si lo que se busca es reactivar la economía y mejorar la calidad de vida de los argentinos.