Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
Al igual que en años anteriores el próximo inicio de las clases conlleva la amenaza de paros docentes de no alcanzar un acuerdo en la paritaria del sector. Los días de clase perdidos en 2014 son una clara advertencia de la factibilidad de este hecho.
Esta nota no cuestiona el derecho de los docentes a gozar de un salario digno. Muchos buenos maestros cobran salarios que no se ajustan a su dedicación en uno de los trabajos de mayor relevancia en nuestra sociedad; pero también están los otros, quienes cobran salarios que no merecen.
Es claro que para los líderes sindicales esto carece de importancia, testimonio de ello es la posición del Frente Gremial Bonaerense: “Consideramos que ningún maestro puede ganar menos de $ 7000 y además se debe contemplar una escala salarial según antigüedad y cargo jerárquico”. Antigüedad, no mérito, un verdadero cáncer que enfrenta la educación argentina.
El pasado 14 de febrero The Economist publicó una interesante nota que resalta el costo de no enfrentar a los sindicatos docentes.
Imaginemos un trabajo donde el esfuerzo y la dedicación no tiene chances de verse reflejado en una mejora salarial o en posibilidades de promoción, y la desidia o la incompetencia no incrementa el riesgo de ser despedido. El salario es bajo, pero al menos las vacaciones son largas. ¿A quién es de esperar que atraiga este tipo de actividad? ¿A profesionales calificados y motivados o a aquellos únicamente interesados en cumplir con un horario? La respuesta es obvia.
Cambiar esta realidad implica eliminar las ventajas que aprecian los incompetentes, como la estabilidad laboral y la escala salarial basada en la antigüedad, e incentivar a los muchos docentes dedicados, motivados y calificados, mediante una escala salarial basada en la excelencia de su trabajo, no en su antigüedad.
Pero como bien señala la nota de The Economist: “Enfrentando a cualquier reforma se encuentran, en casi todas partes, los sindicatos docentes. Su disposición a respaldar malos profesionales sobre los muchos buenos y motivados no debe ser subestimada”. A modo de ejemplo, tiempo atrás en Washington se ofreció a los maestros un considerable incremento salarial a cambio de menor seguridad en el empleo. Como es de esperarse el sindicato docente se opuso tenazmente a la reforma.
El sindicato maximiza la cantidad de afiliados sin importarle su calidad. Los incentivos de los líderes sindicales no se encuentran alineados con los de los buenos maestros ni con los de los alumnos. ¿Alguien se atreverá a enfrentarlos? De no ser así el futuro de la educación argentina será peor que el presente.
La educación en nuestro país requiere una reforma de una magnitud similar a la generada por Sarmiento hace más de un siglo. Necesitamos un estadista, un loco, un fanático por la educación de sus conciudadanos, que decida enfrentar a los sindicatos en lugar de negociar con ellos, hipotecando el futuro de nuestros hijos. El real problema es que hoy parece una quimera el pretender hallarlo.