Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Cada vez son más comunes las comparaciones entre Argentina y Venezuela. En la última década ambos países se destacan por haberabrazado con igual entusiasmo el populismo, aunque lo han implementado condistinto grado de intensidad (menor en la Argentina), y , consecuentemente, no han sufrido de la misma manera sus consecuencias. Que tal semejanza existe es algo que reconocen tanto quienes la deploran como quienes la celebran. Tan es así que ha surgido un neologismo para describirla: Argenzuela.
En realidad hay muchas diferencias entre ambos países. Pero saliendo de la coyuntura y mirando al pasado, hay ciertos paralelismos que vale la pena resaltar, ya que los distinguen del resto de la región. En primer lugar, son los únicos dos países de América Latina que llegaron a estar entre los diez más prósperos del planeta. Sin embargo, hay una diferencia importante. Según las series de PBI per cápita compiladas por Angus Maddison, la Argentina ingresó a ese selecto grupo por primera vez en 1885 y permaneció en él, con altibajos, hasta 1946. Venezuela en cambio hizo lo hizo desde 1938 hasta 1964. Es decir, menos de la mitad de tiempo.
El segundo rasgo en común a ambas economías es la decadencia que experimentaron desde su máximo apogeo. En 2010, último año para el que contamos con las series de Maddison, la Argentina y Venezuela ocupaban la posición 41 y 38 respectivamente. Si en vez tomamos las series de PBI per cápita del FMI, en 2013 las posiciones respectivas eran 61 y 60. En realidad, es difícil saber cual es la verdadera posición debido a la distorsión sistemática de las estadísticas oficiales que han hecho sus respectivos gobiernos.
Argentina y Venezuela: Posición en el ranking mundial de PBI per cápita (1900-2010)
Otro dato interesante es que ninguno de los países que formaron parte del selecto grupo de los más ricos cuando éste incluía a Argentina y Venezuela experimentó una decadencia similar. Ninguno de estos países recurrió periódicamente al populismo ni cercenó la libertad de sus ciudadanos para invertir o comerciar. En contraste, según un ranking mundial de libertad económica la Argentina ocupaba la posición 169 y Venezuela la 176 entre 178 países (los últimos puestos son ocupados por Cuba y Corea del Norte).
El hecho de que la Argentina y Venezuela hayan caído recurrentemente bajo el influjo de caudillos mesiánicos y populistas quizás se explica por otra semejanza: la manera en que interpretan su historia fundacional. De los países de América Latina, son los únicos dos que se jactan de haber tenido un prócer con proyección continental en su historia fundacional. Obviamente me refiero a José de San Martín y Simón Bolívar.
No es casual que en ambos países políticos oportunistas hayan intentado apropiarse de la figura de estos próceres para consolidar su poder. Los esfuerzos de Chávez para mimetizarse con Bolívar serían cómicos si no fuera por las consecuencias trágicas que tuvieron. Pero en esto el caudillo venezolano simplemente copió a Perón, quien entre 1946 y 1955 hizo lo mismo.
La manera que tiene una nación de interpretar su historia fundacional no es inocua. Desde primer grado se enseña que la Argentina nació el 25 de mayo de 1810. Pero como señaló acertadamente Alberdi, lo que empezó entonces fue una revolución inacabada e incompleta, que desembocó en “la anarquía, soberana tan funesta y abominable como la peor dominación extranjera.” La revolución según Alberdi debía tener dos etapas. La primera consistía en conseguir la libertad exterior en los campos de batalla. La segunda en asegurar la libertad interior, es decir crear las instituciones que impidieran que un déspota nativo pudiera violar impunemente los derechos de todos los ciudadanos.
Tanto la historia mitrista como la revisionista no sólo han enfatizado la primera en desmedro de la segunda, sino que también contribuyeron a la mitificación de San Martín. Sus batallas dejaron de ser “hechos ordinarios de la guerra” y se convirtieron en “prodigios, hechos sin igual o que sólo tienen igual en la historia de Cesar, de Aníbal, de Napoleón.”
El caudillismo mesiánico que caracteriza nuestra cultura política es consecuencia directa de esta manera fabulista y vanidosa de interpretar la historia. Y como bien señalaba Alberdi, la historia es básicamente un modelo de interpretación de la realidad. Entre el pasado y el presente existe “una filiación tan estrecha que, juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente. Si así no fuese, la historia no tendría interés ni objeto.” La Argentina y Venezuela desconociendo la verdadera historia optaron por contarse un pasado épico en el que su origen es fruto de la acción de un sólo hombre. En ese pasado las instituciones no importan. Así, sus respectivas historias pasaron a ser una colección de biografías (las llamadas “líneas históricas”) a la que el caudillo populista de turno pretende agregar la propia.
Como advirtió Alberdi el resultado inevitable ha sido “el despotismo personal de un hombre, constituido y ejercido en forma de libertad popular.” Es decir, el populismo caudillesco y mesiánico, principal causa del empobrecimiento de dos países que tenían todo para ser ricos.