Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Es notable y maravilloso el progreso de la ciencia en sus múltiples ramas. Probablemente la genética es el reglón que más ha avanzado en los últimos tiempos. La prevención y curación de enfermedades resulta formidable.
El ser humano está físicamente formado por células que en su interior hay una sustancia denominada citoplasma en la que se encuentra el núcleo en cuyo seno se encuentran partículas llamadas cromosomas que son un conjunto de genes los cuales se identifican con moléculas de ácido desoxirribonucleico (DNA) que constituyen la clave de la herencia. En base a este material los científicos han contribuido a rectificar malformaciones y curar ciertas enfermedades antes incurables. Pero debe tenerse muy en cuenta que el ser humano no es solo kilos de protoplasma sino que para que tenga sentido su característica medular cual es el libre albedrío posee estados de conciencia, mente o psique que permite que haya racionalidad, argumentación, proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, revisión de los propios juicios, identidad personal, responsabilidad individual, moral y, claro, la propia libertad.
Esto último no puede intentar invalidarse por un científico desbocado sin destruir lo propiamente humano. He aquí el peligro de ciertos proyectos genetistas que modifican sin límite la información y el caudal genético y propuestas de los así llamados científicos que pueden proporcionar sustancias que anulan la voluntad, tal como lo describe la horrenda antiutopía de Huxley al efecto de fabricar seres obedientes al poder político. Hay entonces un límite bioético a la manipulación de las personas por métodos que no son terapéuticos sino destructivos de la personalidad.
El significado no es el mismo que el que se practica en el reino vegetal y animal, como queda dicho, en el hombre está presente la dimensión espiritual, de lo contrario, si se sobrepasan los límites de la manipulación se cae en la ingeniería genética en el peor de los sentidos, convirtiendo al ser humano en una mera cosa de laboratorio sujeta a las mayores de las tropelías.
Resulta de mucho interés detenerse a considerar los pensamientos de C. S. Lewis en su obra The Abolition of Man. Consigna este autor que a raíz de las mencionadas manipulaciones “el hombre deja de ser tal para convertirse en un artefacto. La conquista final del hombre será así la abolición del hombre” puesto que “si por medio de la eugenesia el poder de algunos hace de sus descendientes lo que les plazca, los hombres que vivan después serán por siempre pacientes del poder” ya que “los moduladores de hombres de la nueva era estarán armados con poderes de un Estado omnipotente y una irresistible técnica científica” y concluye que “si el hombre ha decidido tratarse a si mismo como materia prima, materia prima será”. Sin embargo, destaca Lewis que “aquellos que fundan la verdadera ciencia son los que aman la verdad que excede el amor al poder”.
Colabora en la destrucción de lo humano el uso metafórico de ciertas expresiones que se extrapolan ilegítimamente al ámbito de lo no humano. Así, se dice que los ordenadores “tienen memoria” que “calculan” o que son “inteligentes”. También se recurre a una peligrosa metáfora cuando de dice que fulano “es un enfermo mental”.
Veamos esto por partes. Nuestros abuelos y bisabuelos solían decir que hacían un nudo en el pañuelo para recordar tal o cual asunto, pero nadie en su sano juicio diría que el pañuelo tiene memoria o cuando se guardan archivos en un galpón, no se diría que el galpón tiene memoria. Es un atributo exclusivo del ser humano que se diferencia en lo que ocurre en el reino animal por la capacidad de conceptualización y no una reacción instintiva mecánicamente asociativa.
Tampoco es apropiado sostener que la máquina calcula ya que son impulsos eléctricos programados, a menos que aceptemos seriamente que el reloj “nos dicen la hora”. Y lo mismo ocurre con el término inteligencia que significa leer adentro (inter legum) que solo es atribuible al ser humano. Por último, mantener que algunos seres humanos son enfermos mentales desconoce lo básico de la patología que significa una lesión orgánica, de las células o los tejidos, la mente o las ideas no pueden estar enfermas, puesto que la psique o el estado de conciencia no es material, consustancial al libre albedrío que, por definición, no está programado o determinado (no está sujeto al determinismo físico para recurrir a la terminología popperiana).
Nada más espantoso que imaginarse el escenario en el que los hombres voluntariamente ingieren sustancias por las que se anula su voluntad y, como contrapartida, obtienen sensaciones de satisfacción. Esto es sin duda mucho peor que la antiutopía orwelliana donde el gran hermano impone el totalitarismo, en este caso la gente pide convertirse en soldaditos serviles a los caprichos del poder. Es la degradación más absoluta y la renuncia más grosera a la condición humana.
Huxley -a quien invito a mis lectores a leer con especial atención- consignó su escalofriante pronóstico en 1932 pero en 1946 escribió un nuevo prólogo en el que rectifica algunos puntos de su obra original convirtiéndola en un trabajo compatible con una mirada liberal y, en 1959, escribió Brave New World Revisited ya francamente liberal, un libro realmente de gran calado al tiempo que también aterrador.
En el mencionado prólogo Huxley nos dice que la obra contiene “considerables errores que para enmendarlos debería reescribir el libro” y subraya que “una población que predominantemente se le ha arrancado la propiedad siempre produce confusión económica y social. Para tratar esa confusión, el poder se ha centralizado y el control gubernamental se ha incrementado. Es probable que todos los gobiernos del mundo serán más o menos totalitarios […] Solo un movimiento popular en gran escala hacia la descentralización y la autorrealización podrá contrarrestar esta tendencia hacia el estatismo. En el presente [1946] no hay signos de que ese movimiento tenga lugar”, situación en la cual no solo se trata de “lo inhumano” sino que es “demostrablemente ineficiente”. Esa perspectiva se facilita enormemente si “los jefes poderosos y su ejército de planificadores controla una población de esclavos que no necesitan ser coaccionados porque aman la esclavitud. Para hacer que ese amor suceda, la faena en los estados totalitarios del momento se ocupan de ministerios de propaganda, editores de diarios sumisos y profesores adictos […] El amor a la esclavitud no puede ser establecida sin una profunda revolución en las mentes humanas […] y luego con la ayuda de sustancias especiales […], un sistema de eugenesia diseñado para homogenizar el producto humano facilitará el trabajo de los planificadores”.
Años después, en el nuevo libro revisitado que hemos mencionado afirma que en gran medida las personas renuncian a ser humanas y piden “televisión y hamburgueses pero no las molesten con la responsabilidad de la libertad”. En este contexto consigna que la inutilidad de las batallas estadísticas debe suplirse con análisis conceptual puesto que “el significado de los hechos naturalmente depende del sistema particular de ideas con que se interpretan”.
Es de gran interés atender los razonamientos de esta autor a través de varias citas al efecto de sopesar sus muy fértiles contribuciones: afirma que “una multitud es caótica, no tiene propósito propio y es capaz de cualquier cosa excepto de acción inteligente y pensamiento realista. Juntos en multitud, la gente pierde su poder de razonamiento y su capacidad de decisiones morales”, en cambio, “la lectura es privada, no una actividad colectiva. El escritor le habla solo a individuos, sentado su lado en un estado de sobriedad normal […] pero la mediocridad subhumana a quien se dirige el demagogo apela a la imbecilidad en que se base para poner a sus víctimas en acción que caracteriza no al hombre y a la mujer como individuos pero hombres y mujeres como masa”.
Continúa escribiendo que “Muchos de nosotros deseamos la paz y la libertad pero muy pocos de nosotros tiene mucho entusiasmo por los pensamientos, sentimientos y acciones que hacen posible la paz y la libertad. Al revés, muy pocos son los que desean la guerra y la tiranía, pero mucha gente encuentra placer en los pensamientos, los sentimientos y las acciones que conducen a la guerra y la tiranía […] Los métodos que ahora se usan para comercializar a los candidatos políticos son como si se trataran de desodorantes con lo que se garantiza que el electorado escuche la verdad de nada […] Una sociedad democrática es una sociedad dedicada a que como el poder es habitualmente abusado y por ende debe ser entregado a funcionarios exclusivamente de modo limitado y por períodos también limitados.”
Por otro lado, G. A. Hudock escribe un libro de gran provecho con un título muy sugestivo: Genes, terapia y la ingeniería genética, Frankenstein es aun un mito pero debe ser releído permanentemente, y otra variante de lo tratado en esta nota es cierta tendencia positivista dentro de la amplia gama de las neurociencias que también convierten en aparato al ser humano como si el sistema nervioso, las conexiones neuronales y los procesos de conducción eléctrica y química pudieran tener propósito deliberado y la consiguiente libertad de elección sin concebir la mente distinta del cerebro, tal como, entre otros, apunta el premio Nobel en Neurofisiología John Eccles en La psique humana (también en colaboración con Karl Popper la obra cuya tesis está muy bien ilustrada en el título: El yo y su cerebro) y, recientemente, el R.P. Dr. Juan José Sanguineti en su notable trabajo Neurociencia y filosofía del hombre. Para concluir, recordemos siempre otro de los pensamientos clave de C. S. Lewis quien subraya prioridad de la psique al consignar que “Usted no tiene alma, usted es su alma; usted tiene cuerpo”.