Aunque muchos consideran que se trata de un mecanismo de manipulación más que de una ideología política, ese “estilo” de gobierno resulta determinante en el relacionamiento con el mundo.
Por Florencia Carbone.
LA NACIÓN.- Lo que hace algunos años tímidamente se mencionaba como fantasma, hoy parece haber cobrado vida propia. Más allá de lo vidriosa que resulte su definición, hoy son pocos los que duda de que el populismo impregnó varios aspectos de la vida cotidiana Argentina. El comercio, lejos de ser una excepción, es uno de los ejemplos más claros.
Marcelo Leiras, profesor de Ciencia Política de la Universidad de San Andrés, explica que se trata de una “categoría resbaladiza” porque diferentes personas le dan diferentes sentidos. “Es ambigua por la connotación política fuerte y peyorativa que tiene, es casi un sinónimo de demagogia”, agrega.
Como ocurre cuando se aborda la cuestión del proteccionismo y quienes comparten la idea prefieren hablar de protección, aquí vuelve a surgir la distinción semántica: ¿es lo mismo aplicar medidas populistas que populares?
“El límite entre una categoría y otra lo pone la economía: el populismo en términos económicos consiste básicamente en distribuir rentas que no se producen”, responde Héctor Rubini, del Instituto de Investigación de Ciencias Económicas de la Universidad del Salvador. Cuando se le pide que enumere características del populismo agrega: llevar adelante una política fiscal expansiva (altos impuestos para financiar el creciente gasto público) y establecer fuertes controles para el comercio exterior.
Rubini destaca que lejos de tratarse de un fenómeno novedoso, lo que en el pasado reciente y hoy ocurre en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina -“para tratar de enmendar la situación de sectores afectados por la globalización”- es muy parecido a lo que se vio en Europa con la emergencia de tendencias autoritarias como el fascismo y el nazismo, que inicialmente buscaron reparar la situación de sectores que consideraban perjudicados.
Marcela Cristini admite que “hay momentos en el desarrollo de los países en los que es necesario impulsar el crecimiento del consumo de las clases más rezagadas, pero eso se hace promoviéndolas con empleo y educación. Los gobiernos que fijan ese tipo de programas definitivamente son populares, no populistas”.
La economista de FIEL aporta luego otra característica a la definición de populismo: el cortoplacismo. “En general son medidas distorsivas y con un fracaso asegurado porque no son sustentables desde el punto de vista fiscal. Un claro ejemplo es lo que ocurre en el comercio exterior cuando se verifica que a pesar de que el objetivo principal del Gobierno con su política era proteger la mesa de los argentinos, lo que ocurrió fue que la producción agropecuaria terminó en una situación límite y cayeron las exportaciones”, dice.
Aldo Abram es tajante: “Modelo populista es lo que vivimos los argentinos los últimos 70 años”. El director ejecutivo de la Fundación Libertad y Progreso cree que “es parte de nuestra cultura, viene de la época de la colonia y tiene que ver con el caudillismo. Es la hegemonización del poder y su mantenimiento, la idea de líderes iluminados que resolverían todo, como pasaba en el fascismo, que puede ser de izquierda o de derecha, y que acá prendió muy fuerte por ese costado caudillesco que tenemos”.
¿De qué forma influye el populismo en la política comercial de un país? “Eso se definió con una frase: ¡Vamos por todo! El hecho de maximizar el poder presidencial y de ir por todo implica que el resto se queda sin derechos. No es raro en ese esquema que un ministro de Economía pretenda decirte en qué moneda ahorrar; en qué y cómo podés gastar aquello que ganaste honestamente; si podés viajar al exterior y hasta si podés exportar. El populismo implica un líder que decide por vos.”
Gloria Álvarez, una politóloga guatemalteca que se hizo famosa luego de un encendido discurso ante el parlamento Iberoamericano de la Juventud en Zaragoza sobre el populismo en América latina, dijo a la nacion que más que una ideología política, el populismo es un mecanismo de manipulación. “Juega mucho con las pasiones de un pueblo que en ocasiones ha sido marginado de ciertas oportunidades académicas y económicas, y a los que puede manipular diciéndoles que las razones por las que se encuentran en situación de pobreza es porque hay otros que viven en un bienestar. El populista divide y empieza a sembrar odio, a manejar conceptos como pueblo -los aliados del gobierno- y antipueblo -pro yanquis, hipócritas y traidores-. Una vez en el poder dan los pasos necesarios para ir desmontando las instituciones que conforman una República. Lo primero es neutralizar cualquier oposición en el Congreso; luego siguen las amenazas a la Justicia -en la Argentina han removido a fiscales y jueces de sus cargos- para que no exista la posibilidad de investigar al Ejecutivo por sus actos de corrupción. Luego intenta reformar la Constitución incorporando la reelección indefinida y también se reforman las libertades económicas “, comenta.
Álvarez dice que el populismo es tan antiguo como la política misma. “En tanto haya un pueblo lo suficientemente ignorante para dejarse manipular, habrá populismo. Lo hubo en América latina en muchas ocasiones, y lo hay. Pero también existió en Europa y fue lo que llevó a Hitler al poder, y lo vemos hoy con los casos de Podemos en España y Syriza en Grecia.”
A la hora de analizar lo que ocurrió durante los 12 años de kirchnerismo, Ricardo Ro- zemberg, director del Observatorio Pymes de la Cámara de Exportadores de la Argentina, distingue dos etapas: “Hubo una primera parte del ciclo populista que podría calificarse como positiva, y una posterior, negativa, que es cuando no se ajustan las políticas en función de los nuevos escenarios. Es entonces cuando desde la política comercial empiezan las ideas como inhibir las exportaciones de carne para aumentar el consumo doméstico. Eso podría definirse como una idea popular con un objetivo populista porque aplicar algo así tiene consecuencias a largo plazo: desincentiva la inversión, cae la cantidad de cabezas de ganado, se produce menos, bajan las exportaciones y finalmente también el consumo interno”.
Luego agrega que el gran problema reside en no medir las consecuencias de mediano y largo plazo. Destaca que “más allá de los modelos y momentos históricos, los países que tienen éxito son aquellos que aplican políticas de largo plazo”, y que ese es uno de los debates que se debe la Argentina: ¿cuál es nuestro motor del desarrollo a mediano y largo plazo? Si no definimos eso no podemos definir los mejores instrumentos de políticas necesarias”, concluye.
Leiras admite que populismo es sinónimo de retórica estatista, nacionalismo y un antimperialismo vago. “Es una terminología muy anacrónica, de los 60, y en términos comerciales no creo que pueda igualarse a todos como proteccionistas: no es igual la política comercial de Bolivia o Ecuador que la de la Argentina, que en ese sentido, se parece mucho más a la de Brasil”. En otra clara diferenciación del mundo, lo que en muchos sitios puede sonar despectivo, aquí es sinónimo de orgullo: “Los populistas argentinos no tienen problema con la etiqueta, al contrario, la abrazan sin vergüenza”, dice Leiras.
EFECTOS TEMPORALES
La politóloga guatemalteca Gloria Álvarez está convencida de que salir de un modelo polpulista implica pagar altos costos sociales. “De hecho, cuanto más tiempo gobierne el populismo, más alto será el costo”, dice. “Al momento de reimplementar la República, los primeros que se verán afectados son los que lucraron con ese sistema, empezando por los funcionarios públicos. Los segundos serán los que forman parte de esa nueva generación que se acostumbró a no trabajar. Para evitar costos mayores, al salir de un gobierno así lo primero que debería hacerse es liberar los mercados para que ingresen al país más empresas, inversiones y con ello más empleo. Es una forma de morigerar un impacto que de todos modos existirá.” Mediante un video que se viralizó en Internet, Álvarez explica que el nuevo debate en América latina no puede ser “derecha o izquierda, sino populismo o república“.
CON VENCIMIENTO
“No importa quién sea el próximo presidente, tendrá que cambiar porque las políticas populistas se agotan”, dice Marcela Cristini. Destaca que uno de los problemas más graves hoy es la alta inflación, que afecta de modo directo a las clases más populares. “No cuidar eso fue un error serio y obligó a incurrir en un mayor gasto fiscal para compensar, vía subsidios, la caída de la actividad y de los ingresos de la gente. Esto es insostenible. Los políticos deben armar un programa que permita que mientras se hace el ajuste macroeconómico necesario, la gente pueda seguir viviendo bien”.
Aldo Abram cree que “lo más probable es que el próximo presidente cambie todo” porque donde hay populismo todo lo decide una persona y por lo tanto no existen consensos. “Donde hay República, las cosas salen por consenso en el Congreso y cuando el que llega, aunque sea de la oposición, participó de ese proceso, mantiene las normas. Eso es clave para un país y sus empresas, pero también para la gente que puede planificar.”