El mal negocio de los subsidios energéticos

Foto de Emilio Apud

Emilio Apud es ingeniero industrial, director de YPF y ex Secretario de Energía y Minería de la Nación. Integra el Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso.

Si el oficialismo no blanquea la grave crisis energética del país e insiste en mantener artificialmente bajas las tarifas, la ciudadanía seguirá reclamando ayudas económicas y la situación le estallará al próximo gobierno.

Energia_Central_Electrica2.jpg_1328648940


Según encuestas recientes tres cuartas partes de la opinión pública perciben que no hay problemas energéticos y que las tarifas son las adecuadas. Las causas de tal confusión son básicamente dos: que la realidad muestra sólo parcialmente la grave crisis, fruto del populismo energético kirchnerista, y que el Gobierno persevera en su relato fantasioso.

Es necesario entonces brindar información adicional para que la gente disponga de un cuadro más completo de la situación y pueda contrastar esa información con las mentiras gubernamentales que mantienen vigencia, ante el silencio de los principales candidatos, presos del humor de sus potenciales votantes.

Sin una verdadera toma de conciencia de la gravedad de la situación, difícilmente la población acepte las medidas correctivas que inevitablemente deberá adoptar el nuevo gobierno a fin de año. Sería como pedir a un enfermo que tome el remedio si no se siente enfermo. Por lo tanto, uno de los primeros actos del nuevo gobierno debería ser explicar con total claridad a la ciudadanía la situación real con la que hereda el sector.

A nivel popular los síntomas visibles de la crisis se limitan a los cortes de luz y a la baja presión o poder calorífico del gas, pero esos síntomas muestran sólo una pequeña parte de los problemas derivados de la crisis energética que, por su magnitud, trascienden ampliamente al sector y afectan también a la economía, al medio ambiente y a la calidad de vida de todos nosotros.

Hoy, lo que no cubren las tarifas congeladas es reemplazado en forma parcial, ineficiente y poco transparente por los subsidios que, de alguna manera, pagamos todos los argentinos. Subsidios que ya significan más de un tercio del enorme déficit fiscal. El comercio exterior también se ve afectado por la mala performance energética con un déficit de más de 6000 millones de dólares en su balanza comercial.

Desde que se perdió el autoabastecimiento hace 7 años hemos pagado en concepto de productos energéticos importados, gas natural, gasoil, naftas y crudo unos 50.000 millones de dólares. Y desde 2004 las reservas de gas natural se redujeron a la mitad, lo que significa una descapitalización, sólo en ese producto, de 160.000 millones de dólares a precio promedio de importación. También se ha aumentado la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero en un 30% desde 2003, ante la incorporación masiva de generación eléctrica sobre la base de hidrocarburos, en gran parte de baja eficiencia térmica.

Es fácil deducir entonces, a la luz de estos datos oficiales no divulgados, que el problema energético incide fuertemente en la inflación, en el cepo cambiario, en la inusual presión impositiva y en la contaminación ambiental. Amén de los palpables trastornos que la falta de suministro eléctrico y gas provoca en los hogares y fundamentalmente a la industria.

Entonces, ¿cuál es el beneficio de los subsidios, si eliminándolos se evitan todos esos problemas? ¿Las tarifas baratas? Si yo le propusiera a un usuario medio pagar 150 pesos mensualmente por su consumo de gas o electricidad, en vez de los 30 que paga ahora, pero que a cambio la inflación se redujera a la mitad, digamos 15% anual, desapareciera el cepo, bajaran algunos impuestos además del inflacionario y se redujeran los cortes de luz hasta niveles internacionalmente aceptados, como ocurría antes de 2003, y se lograra reducir la contaminación ambiental y la emisión de CO2, gas que afecta al calentamiento global, ¿qué decidiría? ¿Influirían en su decisión los titulares de los diarios anunciando con tipografía catástrofe: “Tarifazo”; “Aumentaron las tarifas un 400%”?

Por otro lado, los argentinos deberíamos preguntarnos por qué pensamos que los únicos precios que no deben aumentar son los de la luz y el gas cuando, por el procesos inflacionario, el resto en promedio se multiplicó por 10 desde 2003. ¿Tiene sentido aceptar disparates del kirchnerismo como que “en la Argentina la energía es abundante y barata” y “va a llover gasoil” [sic, De Vido] cuando para el resto del mundo, la energía es un bien escaso, caro y contaminante y cuando estamos aplaudiendo la encíclica del papa Francisco, Laudato si’ y los acuerdos internacionales para un uso eficiente y responsable de la energía para reducir la contaminación y el calentamiento global? Deberíamos preguntarnos por qué derrochamos luz y gas a contramano de esa tendencia mundial y de nuestras propias convicciones.

Evidentemente estamos en una sintonía que no es la correcta, como aletargados luego de años de populismo energético y de explicaciones mentirosas. Por ejemplo, que la causa de las importaciones por más de 10.000 millones de dólares anuales fue el crecimiento de la demanda y no la caída sistemática de la producción de petróleo y gas todos los años sin excepción desde que el kirchnerismo está en el poder. Hasta llegaron a decir que no era problema importar combustibles aduciendo que países como Japón y Alemania lo hacían. Para el Gobierno los cortes de luz se debieron al “boom de los acondicionadores de aire” y a las manos misteriosas que bajan palancas, etc. Pero lo preocupante es que no haya habido reacción de la sociedad ante tales disparates ni líderes políticos que los pusieran en evidencia.

Según la mitología griega, Pandora recibe como regalo un ánfora o tinaja ovalada, hoy devenida en “caja”, con instrucciones precisas de no abrirla bajo ninguna circunstancia. Motivos había, la caja contenía todos los males que afectaban a la humanidad, aunque también al espíritu de la esperanza. Dominada por la curiosidad, Pandora la abrió y todos los males se esparcieron por el mundo; sólo el espíritu de la esperanza permaneció en la caja. Esta historia puede servir como metáfora para la situación energética en nuestro país, con algunas adaptaciones, claro.

A diferencia de la mitológica Pandora, el próximo presidente tiene la obligación de abrir la “caja de Pandora energética” que le dejará cerrada el kirchnerismo para ocultar los males de su gestión. Si así no lo hiciera, esa caja estallará con consecuencias fuera de control y agravará aún más la delicada situación del sector. Deberá ventilar y enfrentar los males que afectan a la energía argentina y así liberar la esperanza al recuperar la confianza y credibilidad de la gente, las empresas y los inversores. Pero para lidiar con esos males y superarlos será menester contar con la comprensión y el apoyo de gran parte de la ciudadanía hoy reacia a someterse a la terapia que elimine los subsidios, salvo para quienes realmente los necesitan. Los subsidios, como ocurre en toda sociedad desarrollada y justa, deben ser excepcionales para asistir a aquellas personas que no estén en condiciones de afrontar la tarifa plena.

Los subsidios no sólo son inconvenientes para la población, como ya vimos, sino que inhiben el desarrollo y la puesta en valor de los inmensos recursos energéticos de nuestro país que, como Vaca Muerta y el resto de los hidrocarburos no convencionales, los yacimientos convencionalesoffshore y onshore, los vientos, los ríos y la radiación solar, dependen en gran medida de la inversión, además de una tarifa sana.

La eliminación de los subsidios permitiría recuperar la confianza de los inversores en nuestro país, ya que reduciría significativamente el nivel de discrecionalidad y la falta de transparencia en las intervenciones del Estado. Y son las inversiones el factor determinante para acabar con la paradoja de tener energía para exportar al mundo, pero necesitar importarla cada vez más para cubrir nuestras necesidades domésticas.

Evidentemente, anunciar e implementar estas medidas implica elevados costos políticos que deberá asumir el nuevo presidente después del 10 de diciembre. La magnitud de tales costos dependerá en gran parte de la credibilidad que tenga el nuevo mandatario ante la sociedad, de la claridad y firmeza con que presente el verdadero cuadro de situación del sector energético, de los beneficios que introducirán en nuestro país las medidas por ejecutar y también la oportunidad del anuncio.

Publicado en La Nación.-

Buscar