Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
Días atrás una nota de Clarín reportaba que la Comisión de Educación del Senado debatirá el proyecto de Ley de Formación Docente, elaborado por el Instituto Nacional de Formación Docente y el Ministerio de Educación. El mismo “apunta a promover la opción por la docencia, en particular de estudiantes con desempeño académico destacado y vocación. Para eso, propone crear una beca de un monto no inferior a la mitad del salario inicial docente”. Eduardo Aguilar, senador por el Chaco (FPV) y autor del proyecto, señaló que “jerarquizar la profesión docente y garantizar una formación de excelencia son los grandes desafíos pendientes en educación. La calidad del aprendizaje depende de la calidad de la enseñanza”.
Es claro que tiene razón, pero ello no se logrará mediante este proyecto de ley. Un sistema de becas no atraerá a los mejores promedios del secundario a la carrera docente.
En una nota que publiqué en esta misma columna en diciembre pasado, ilustré la importancia de los maestros a través de un estudio llevado a cabo por la Bill & Melinda Gates Foundation sobre una escuela que comenzó a funcionar en 2009 en Nueva York, la cual contrató docentes de calidad ofreciendo salarios que doblaban lo que se cobraba en las escuelas públicas de la ciudad.
El estudio demostró que luego de 4 años, en comparación con estudiantes de una escuela pública cercana, las diferencias de rendimiento eran significativas.
¿Pero cómo conseguir qué los mejores promedios del secundario elijan la docencia?
En 1995, el Instituto Smithsoniano le realizó una entrevista a Steve Jobs. En la misma, Jobs ilustró el problema que nos atañe mediante un simple ejemplo: “Me gustaría que la gente que enseña a mis hijos sea lo suficientemente buena como para poder acceder a una posición en la empresa en que trabajo, obteniendo 100.000 U$S al año.
¿Por qué habrían de trabajar en una escuela por 35.000 U$S si pueden obtener un trabajo en nuestra empresa por 100.000 U$S?”
Cuando un joven egresado del secundario elige la carrera a seguir toma en cuenta, además de su vocación, las posibilidades que la misma le brindará en un futuro. Imaginemos una carrera donde el esfuerzo y la dedicación no tienen chances de verse reflejados en una mejora salarial y la incompetencia no incrementa el riesgo de ser despedido. ¿A quién es de esperar que atraiga? ¿A los mejores promedios del secundario o a aquellos jóvenes únicamente interesados en cumplir con un horario y garantizarse un salario? La respuesta es obvia, un sistema de becas en nada la habrá de modificar.
Cambiar esta realidad implica eliminar las ventajas que aprecian los jóvenes sin aspiraciones, como la estabilidad laboral y la escala salarial basada en la antigüedad, y atraer a los mejores promedios del secundario mediante una remuneración asociada a su rendimiento.
Es hora de atreverse a enfrentar a los sindicatos docentes, los más férreos defensores del status quo. De lo contrario ningún proyecto de ley habrá de proponer una real reforma educativa.