Después de Waterloo, Napoleón pensó en venir a Buenos Aires

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

 

EL DIARIO – Hace unos meses se celebraron doscientos años de la batalla de Waterloo cuyo resultado cambió el curso de la historia. “¿Era posible que Napoleón ganara esta batalla? No. ¿A causa de Wellington? No, a causa de Dios,” escribió Victor Hugo en Los Miserables. “No entraba en la ley del siglo XIX un Napoleón vencedor de Wellington.” Desde ese fatídico 18 de junio, cada detalle, cada decisión de esta batalla ha sido analizada minuciosamente. Menos conocida es la determinación adoptada por Napoleón después de su derrota.

Sabemos que fue forzado a abdicar el trono en favor de su hijo Napoleón II, que vivía en Viena bajo la custodia de su madre, la emperatriz María Luisa. Pero aunque su carrera en Europa había terminado, Napoleón tenía sólo 46 años y gozaba de buena salud. ¿Qué opciones tenía? “Quizás forjar un nuevo imperio en México, Perú o el Brasil,” conjeturó Churchill en su Historia de los Pueblos de Habla Inglesa. “La alternativa era entregarse a la misericordia de su enemigo implacable.” Planteada en estos términos, era una decisión fácil. En realidad, luego de abdicar, Napoleón comunicó a sus partidarios que emigraría a los Estados Unidos. Antes de abandonar Francia para siempre, se tomó unos días de descanso en Malmaison. A pesar del abatimiento que abrumaba a quienes lo rodeaban, estaba optimista. En una reunión a puertas cerradas comunicó esta decisión a sus hermanos.  La mente de Napoleón ya se encontraba en el Nuevo Mundo. Ordenó a su bibliotecario que le enviara todos los libros relacionados con América y el resto de su enorme biblioteca a Estados Unidos. Luego convocó al famoso botanista Amado Bonpland para que le contara cual era la situación en la América española. Incluso le pidió que lo acompañara en el exilio. Años más tarde Bonpland se radicaría en Buenos Aires, donde vivió casi tres años.

Gracias a las memorias de Pierre Fleury de Chaboulon, fiel secretario de Napoleón, sabemos que su plan no era retirarse de la vida política y militar. En ellas Fleury de Chaboulon relata que expresó a Napoleón su temor a que las potencias europeas presionaran al gobierno norteamericano para que lo expulsaran de su territorio. Napoleón rechazó este argumento con un imperioso ademán y expresó su verdadera intención. “Si los norteamericanos no me quieren en su territorio, me iré a México. Encontraré allí a los patriotas y me pondré a su cabeza. Y si los mejicanos no me quieren, se iría a Caracas. ¡Y si no fuera bien recibido allí, me iré a Buenos Aires!” exclamó entusiasmado Napoleón. Recordemos que para entonces, fines de junio de 1815, Morelos no había aun sido derrotado,  Bolívar recién se exiliaba en Jamaica y Buenos Aires seguía desafiante a la autoridad de Fernando VII. Frente a la respuesta de Napoleón, Fleury de Chaboulon observó acertadamente que los rebeldes ya tenían sus líderes y éstos hacían “las revoluciones para ellos mismos, no para otros” y por lo tanto “se desconcertarían ante la presencia de Su Majestad.”

El resto de la historia es conocida. Napoleón nunca llegó a América, ya que la Royal Navy impidió su partida. Finalmente, optó entregarse al gobierno inglés con la esperanza de que lo dejaran vivir tranquilamente en Inglaterra. Grande fue su desilusión cuando en vez fue enviado como prisionero a Santa Elena, una isla rocosa perdida en el Atlántico Sur. Pero el sueño de Napoleón de llegar algún día a Buenos Aires no se desvaneció. Y esto lo sabemos gracias al general Gourgaud, que lo acompañó durante los tres primeros años de exilio.

A principios de 1817, recibió una carta de su hermano José Bonaparte, que estaba exiliado en Estados Unidos, pidiendo instrucciones de cómo responder a las propuestas hechas “por varios representantes de estados pertenecientes a la América española y también respecto de aquellos hombres en Francia que elevaban sus esperanzas.” Los primeros le ofrecían al ex rey de España una corona en México o Perú a cambio de su ayuda financiera y militar. No sabemos cual fueron las instrucciones de Napoleón pero si cuales eran sus deseos. “Si me dicen que ha tenido éxito, sería muy feliz,” le dijo a Gourgaud. Luego abrió un gran mapa del mundo sobre la mesa de billar y luego de examinarlo detenidamente, exclamó: “¡Estaríamos tan bien en Buenos Aires!”

Justamente por esa época el botanista Bonpland, el general Michel Brayer y muchos otros veteranos del ejército imperial llegaban a Buenos Aires. Su presencia en América del Sur y su participación en varias intrigas y conspiraciones nunca fue comprendida cabalmente por los historiadores argentinos. Pero eso ya es otra historia.

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