La batalla por la libertad

Foto de Hernan Bonilla

Consejo Académico, Libertad y Progreso

El 9 de noviembre se celebró el día de la Libertad, en conmemoración de la caída del muro de Berlín en 1989. Es con toda justicia una fecha que debe recordarse no sólo por el derrumbe de esa oprobiosa construcción que debieron erigir los comunistas para que la gente no se escapara de su infierno sino fundamentalmente porque marcaría el fin de la guerra fría.

No es necesario adherir a las pretensiones de Francis Fukuyama de que ese episodio determinó el “fin de la historia” para calibrar que fue un acontecimiento decisivo para la humanidad. Ya no solo acumulaba la triste experiencia de la Unión Soviética y sus satélites millones de muertos y la negación de las más elementales condiciones de la dignidad humana, también quedaba en evidencia que ni siquiera era ya capaz de evitar que la gente arriesgara su vida para escaparse. Cuesta entender que aún hoy haya personas que defiendan esa infamia.

Se puede argumentar que el comunismo aún existe en Cuba o en Corea del Norte, pero son claros vestigios del pasado. Y así como los alemanes ayer, que los cubanos de hoy sigan arriesgando sus vidas para escapar del régimen, es la expresión más lapidaria de su estruendoso fracaso.

Constatado ya no sólo el desplome económico de los países comunistas sino además y fundamentalmente su profunda inmoralidad debería llamarnos la atención que el triunfo de la democracia y el capitalismo liberal diste mucho de ser satisfactorio.

Una observación que puede ser polémica (porque hay quienes lo niegan) es que las ideologías gozan de buena salud. Se puede encontrar, verbigracia, a un populista xenófobo de derecha como Donald Trump liderando las encuestas en el Partido Republicano de los EE.UU. y a un marxista antisemita como Jeremy Corbyn elegido como líder del Partido Laborista británico. Ambos son personajes repudiables pero sirven para ejemplificar que la política no se reduce a una discusión de quién es más eficiente, ya que persisten diferencias cruciales en los valores y las ideas que no pueden desdeñarse.

América Latina también es un buen ejemplo. Mientras que la dictadura venezolana está llevando a ese país al despeñadero, Argentina sobrelleva el fin del kirchnerismo con gran incertidumbre, Chile ha decidido abandonar su exitoso consenso gracias a las malas decisiones de Bachelet, Perú y Colombia progresan sin hacer mucho ruido y Uruguay se cocina a fuego lento bajo entre los embates radicales y la ineptitud del presidente. El panorama, como se ve, es variopinto.

En este contexto, el futuro no está escrito, dependerá de lo que se haga y de lo que se deje de hacer. Ninguna sociedad está condenada al fracaso ni ninguna tiene la prosperidad asegurada. Por eso es esencial no rehuir el debate de las ideas sino por el contrario, entrar de lleno con argumentos sólidos y convicciones claras.

La biblia de la izquierda latinoamericana, Las venas abiertas de América Latina de Galeano comienza con una frase de Simón Bolívar que creo que se aplica bien a los liberales: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”. Es tiempo entonces de defender los valores de la democracia, del libre mercado, de los derechos naturales del ser humano, del Estado de Derecho, en una palabra, de la Libertad, sin más ambages.

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