Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
INFOBAE – Si miramos con atención una foto del equipo de kirchneristas que rodeó a Cristina Kirchner, por un lado, y una foto de mi padre, por el otro, podríamos preguntarnos cómo es posible que integraran el mismo país. Sus valores más profundos, sus horizontes intelectuales e ideológicos, su conducta personal, son tan abismalmente diferentes que diríamos, tal vez con un poco de desaliento, que son dos países, dos maneras irreconciliables de entender el mundo. Como una unidad no tiene futuro. Los anarcocapitalistas dirían: “Mejor”, pero yo les diré, como siempre: “La secesión es dura y violenta. No es como ustedes la imaginan”.
Pero la cuestión viene de mucho antes. Dos tendencias integraron siempre las llamadas Provincias Unidas del Río de la Plata. Una, monárquica española y otra, iluminista afrancesada. Ninguna de las dos era el ogro que una dice de la otra y ninguna de las dos era el liberalismo clásico anglosajón que tanto defendemos y promovemos. Pero eran dos países. Finalmente, el único liberal clásico de aquellos tiempos, Juan Bautista Alberdi, inspiró una Constitución, tal vez liberal clásica, que intentó ser un magro empate ante los dos países. Fray Mamerto Esquiú oró para que los monárquicos católicos la aceptaran. Allí comenzó la Argentina, ese siempre fallido intento de nación.
Pero, claro, no podía durar. Sí, sólo ese tímido ordenamiento institucional produjo la Suiza de América Latina, pero había problemas en el paraíso. El golpe de 1930 los pasó de la potencia —que, recuerden, no es una mera nada— al acto. Los halcones eran sencillamente nazis y los moderados, franquistas. Tal vez la Corte hizo bien en ratificarlos a los seis meses porque si no, creo, la tomaban por asalto y la convertían en un museo.
Así estuvimos hasta que un perfecto antiliberal y gran manipulador de masas siguió todos los manuales mussolinianos y, mientras Europa se encarrilaba por primera vez al liberalismo, habiendo aprendido el fracaso de las experiencias fascistas, ese supuesto país llamado Argentina comenzó su largo camino de fascismo marxista, que no es una contradicción. Era uno de los dos países. Muchos le dieron apoyo intelectual, viendo en él la encarnación de la crítica a las democracias burguesas. Podría haber durado tanto o más que Francisco Franco, de no haber sido por su única reprobación de Maquiavelo 101: enfrentarse con la Iglesia Católica en los 1954-1955, iglesia que, en términos humanos, le había dado su apoyo, pero, claro, hasta los límites que él mismo traspasó.
Los sesenta y los setenta, claro, fueron distintos. El marxismo no fascista, sino sencillamente estalinista, avanzó intelectualmente como reguero de pólvora y produjo una perplejidad entre los nacionalistas peronistas. Unos se moderaron y se hicieron —tal vez como mal menor— casi conservadores que preferían la Constitución del 1953 a la unión con Cuba. Otros, los tal vez más coherentes, se hicieron castristas y comenzaron el proyecto de revolución armada que concluye en montoneros, más los comunistas no peronistas, el Ejército Revolucionario del Pueblo. El otro país. El país que quiso, por la fuerza, ser Cuba.
El otro país, que había vuelto a la Constitución de 1853 por mano de la Revolución Libertadora, no entiende bien lo que pasa, no sabe cómo reaccionar. Los militares de las tres fuerzas aparecen como los no Cuba y dan golpe tras golpe, sin liderazgo ni visión suficiente como para integrarse a esa Constitución que pisotean cada dos por tres, dando casi razón a una dialéctica hegeliana de la historia. Pero esas dos fuerzas en pugna tienen un enfrentamiento militar final y dramático: la guerrilla marxista montonera de los años setenta en adelante contra los militares de 1976. Ya sabemos cómo terminó todo.
La Argentina que queda, ese maltrecho proyecto de nación, resurge en 1983 con una sola característica distintiva, que señalé una vez en el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA), en una conferencia, ante reacciones escépticas: no cuenta ya con el factor militar y, por ende, tendrá que aprender, o no, el camino de la república.
Pero, claro, el estatismo era incompatible con ello. Estatismo económico y político, porque Raúl Alfonsín, Carlos Menem —excepto Fernando de la Rúa— violaron las instituciones republicanas cada vez que lo necesitaron y el estatismo de los tres fue sencillamente delirante. En todo este período, sin embargo, cabe destacar que los peronistas, al menos de palabra, querían vivir en la Constitución republicana y no reivindicaban Cuba como modelo.
Pero no. Los peronistas castristas, estalinistas, allí quedaron. Definitivamente, el otro país. Tenían a Cuba para irse a vivir, pero no, querían Cuba con tango y Callao y Santa Fe. Pero esta vez fueron más inteligentes. Aplicaron la doctrina Hitler: al poder por la democracia y luego la pateamos. Los Kirchner y los que inmediatamente los rodearon no fueron sólo un fenómeno de corrupción, como creen algunos. Fue un fuerte proyecto ideológico pro Cuba, pro Venezuela, que un 54% de los argentinos apoya, de los cuales un 35% tal vez lo hizo por indolencia, ignorancia, idolatría del Estado, o lo que fuere, ya no importa. El asunto es que no terminamos siendo un Estado satélite de Venezuela, con el ejército venezolano en la Casa Rosada, no sé aún por qué milagro difícil de explicar.
Mauricio Macri no es Ludwig von Mises ni Friedrich Hayek, obviamente. Pero es alguien que, nada más, ni nada menos, logró formar un partido que les ganó a los castristas, con la ayuda de Elisa Carrió. Nos salvamos además de un fraude que ya estaba a punto de ser ejecutado. En fin, creo que durante mucho tiempo gran parte de los argentinos no tendrán conciencia de la que se salvaron. Por supuesto, hay muchos que están muy tristes, la verdad no sé por qué, se puede emigrar perfectamente a Cuba y Venezuela, pero, cuidado, dentro de veinte años dependerán tal vez de Vladimir Putin, Donald Trump y los chinos.
Lo que ahora sucede es que, tal vez por primera vez en nuestra historia, tenemos la posibilidad de ser un único país, identificado sencillamente con una sola cosa: la república. O sea el liberalismo político, pero, shhh, no lo digamos, a ver si por esa mala palabra todo se arruina. ¿Y el peronismo? Pues bien, allí está la clave: el peronismo no kirchnerista es la clave, como ya dije, en el proyecto de una Argentina que logre alguna vez ser un único país. En su capacidad de ejercer una oposición republicana, y no la resistencia pro Venezuela, radica la esperanza de nación (como si yo fuera un defensor de la idea de nación, pero estoy escribiendo en la cancha de juego que me toca jugar).
En la curva gaussiana de la política, siempre quedarán, en sus extremos, como antisistema, todos los que odiarán for ever (lo digan o no) a la Constitución del 1853, barra 1994 y etcétera. Pero en el medio, tenemos una nación. Los kirchneristas han quedado definitivamente afuera, pero, cuidado, pueden volver y la Argentina como proyecto de país se hundirá definitivamente en el agujero negro de la historia.