Mario Vargas Llosa aparece con una sonrisa amplia, juvenil, por el laberinto de salones que es la mansión de Isabel Preysler, su actual pareja, en Puerta de Hierro. Se mudó hace poco a ese barrio de pinos y silencio que alguna vez fue el centro de la política argentina.
“¿Por aquí estaba la quinta de Perón? Claro. Donde tenía el cadáver de Evita. Recuerdo la novela de Tomás Eloy. ¡Tan divertida!”, dice, y suelta una carcajada -él, tan ferozmente crítico del peronismo- mientras se acomoda en un sillón interminable, en un ambiente tapizado de libros y dominado por un cuadro de la dueña de casa pintado al óleo.
Su energía parece desmentir el calendario. Va a cumplir 80 años, le llueven los reconocimientos – ayer la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos le concedió el premio Leyenda Viva- y no para de trabajar. Es un Nobel atípico: escribe ahora más que antes de ganarlo.
“No concibo la vida sin escribir. Me resisto a convertirme en una estatua”, dice, durante una entrevista con LA NACION, a propósito de la publicación de Cinco esquinas. Vargas Llosa reaparece con un thriller en el que retrata el clima opresivo de los años finales de la dictadura de Fujimori (contra quien él perdió las elecciones presidenciales de Perú en 1990). Un libro que se lee como un juicio a la prensa amarilla y que sale justo en un momento de su vida en que su relación con una de las mujeres más mediáticas de España lo colocó en la mira de los paparazzi.
Habla con pasión de su literatura y de sus posiciones políticas, que lo expusieron a tantas batallas. “El populismo está en retirada en América latina. Hay motivos para ser optimistas”, sostiene. Destaca sobre todo el fin del kirchnerismo: “La Argentina me inspira mucha ilusión. La democracia está empezando a funcionar otra vez”.
-¿Qué lo llevó a regresar a esa época de Perú que, imagino, tanto lo marcó?
-Me marcó mucho y a todos los peruanos. Tenía la idea de escribir desde hace tiempo sobre la utilización que hacía el régimen del periodismo amarillo. Fue una cosa sistemática para intimidar a los críticos. Los bañaban en mugre, casi siempre con mentiras. Quería escribir una historia que mostrara ese submundo periodístico, que era la peor cara del régimen. Ésa era la idea original, pero se me fue escapando de las manos y terminó siendo un fresco de lo que era la sociedad limeña en los momentos finales de la dictadura.
-¿Hay un ajuste de cuentas con esa prensa por lo que a usted le tocó padecerla?
-Hay algo de eso en el sentido de mostrar esa forma de vileza, de suciedad con la que enfrentaban a la crítica. Sentía que lo que hacían era envilecer una profesión esencial para la democracia.
-¿Le debe algo esta novela a lo que vivió con la prensa sensacionalista desde su relación con Isabel Preysler?
-Hombre, no. Ya tenía avanzada la novela. No hay gravitación directa en el libro de mi relación con Isabel, ¡aunque he vivido cada cosa!
-¿Cómo interpreta el momento crítico que vive la prensa en el mundo?
-Es un período muy malo para el periodismo. Por una parte hay una información universal que no conoce barreras. Eso que parece maravilloso crea una gran confusión porque como no hay una valoración de la seriedad de la información se puede hacer pasar gato por liebre con facilidad. No se sabe si el periodismo de papel va a sobrevivir. Felizmente creo que los libros sí van a sobrevivir.
-¿Por qué?
-La gente ha descubierto que prefiere leer los libros en papel. Me alegro porque si las pantallas se hubieran impuesto la literatura ya no habría sido lo mismo: se habría vuelto mucho más superficial.
-Usted es una rareza: un Premio Nobel que no para de publicar…
-¡Me resisto a convertirme en una estatua!
-¿Cómo le cambió la vida el premio?
-Te cambia la vida en el sentido positivo que hace que tus libros tengan una mayor divulgación, pero por otra parte también trae consigo una serie de servidumbres: ferias, presentaciones, una presión enorme de los editores para que participes en la actividad social vinculada a la literatura.
-¿Qué lo mueve a seguir escribiendo?
-Flaubert decía que la vocación literaria es una manera de vivir. No concibo la vida sin escribir.
-Sus novelas de juventud lo mostraban inconformista, acaso pesimista. Con el tiempo parece haber cambiado. ¿Se ha vuelto optimista?
-A mí me cuesta verlo. Pero convengamos en que hay muchas más razones para ser optimista que pesimista en América latina. Cuando yo era joven América latina era tierra de dictadores. Lo que queda ahora de las dictaduras, como Cuba o Venezuela, está en hilachas, deshaciéndose.
-¿Ve en retirada al populismo?
-Sí. Hay manifestaciones muy claras. En Venezuela, Bolivia, Ecuador… Ha sido muy interesante la derrota de los Kirchner. A mí me parece importantísimo, porque creo que el país estaba como embotellado con esta pareja. Yo tengo la impresión de que la democracia está empezando a funcionar otra vez en la Argentina. Es muy importante, porque es un país que puede tener una gravitación sobre el resto de América latina.
-Usted recordaba hace poco en un artículo su primera visita a la Argentina en los años 60…
-Me impresionó. Era otra cara de América latina. Un país culto, con esa cantidad de librerías; el nivel de los periódicos. Yo vivía en Francia en esa época y recuerdo mi sorpresa al descubrir que en Buenos Aires había más teatros que en París. ¡Qué extraordinario!
-Tomándole prestada su famosa frase: ¿cuándo se jodió la Argentina?
-Yo creo que la Argentina se jodió con el peronismo. El peronismo fue fatal para la Argentina. Introdujo una especie de nacionalismo que cerró a la Argentina y frenó el extraordinario progreso que había traído la política de fronteras abiertas. Era un país del primer mundo a comienzos del siglo XX y fíjese en lo que se convirtió la Argentina. Yo creo que eso tiene un nombre y es el peronismo. El país fue empobrecido, pero no hubo ninguna catástrofe natural ni ninguna guerra. Yo tengo la impresión de que el país es tan próspero que con una buena política puede resarcirse y volver a crecer. Para América latina sería formidable. Brasil se está hundiendo por la corrupción y la demagogia. Vamos a necesitar un país que sea líder regional.
-¿Ve a Macri en condiciones de ser un líder regional?
-Por lo pronto es un presidente que está cumpliendo con su programa, desafiando incluso la impopularidad. Creo que las reformas están muy bien encaminadas, ha vuelto a abrir el país, ha sincerado la moneda, está creando condiciones para la inversión, le está devolviendo la respetabilidad internacional que había perdido por completo. Y creo que la prensa va a estar mucho menos amenazada de lo que estuvo con los Kirchner. La Argentina me inspira mucha ilusión, mucha esperanza.
-¿Cómo recuerda sus últimas visitas a la Argentina, que estuvieron marcadas por conflictos?
-Uno de mis sueños secretos era vivir algún tiempo en Buenos Aires. Pero fíjese que tengo recuerdos tristes de mis últimos viajes. Me invitaron a la Feria del Libro a pronunciar una conferencia y un grupo de escritores encabezados por el director de la Biblioteca Nacional pidió que me prohibieran hablar por mis ideas políticas. ¡Escritores! ¡El director de la biblioteca donde estuvo Borges! Era un índice de la ceguera ideológica que había cundido en la Argentina y que empobreció al país, además de enconarlo.
Ha sido recurrente que se descalificara su literatura por su ideología. ¿Le molesta?
-Es un efecto lamentablemente muy extendido en todo el mundo. Ningún escritor digno de ese nombre escribe novelas solo para hacer propaganda de sus convicciones políticas. La literatura queda muy deformada si se la juzga solamente por la ideología de su autor.