Muchos cánticos de todas las hinchadas de fútbol utilizan la palabra “locura” para autodefinirse. Sin duda un ejercicio de autoconocimiento avanzado. “Esta banda está loca es por eso que va a todos lados”, o “que esta banda está loca… hoy no podemos perder”, o el clásico “miren miren que locura, miren miren que emoción”, etc.
Imaginemos por un momento que una barra brava se vuelve loca e impone a los jugadores de su equipo determinados limitantes a la hora de jugar. Entre ellos los obliga a “nunca dar un pase para atrás”. Es decir, que por imperio de la barra, los jugadores siempre deben pasar la pelota hacia adelante. “Así vamos al frente y demostramos que no somos cobardes”, rezaría el justificativo de tal medida.
Ante esta situación el presidente del club y el director técnico tienen tres opciones:
- Anunciar una política de shock. Es decir, se paran frente a los fanáticos y enloquecidos hinchas y le explican que no es posible cumplir con tal norma (no dar ningún pase de pelota hacia atrás) dado que “el pase defensivo es una forma de cuidar la tenencia del balón para poder avanzar”. Y tras ello a partir del siguiente partido los jugadores pasan la pelota hacia atrás o hacia adelante según la conveniencia del juego. El presidente y el director técnico deberán soportar los reproches, insultos y oposición de los hinchas y asumir los costos de los pases hacia atrás mal hechos.
- Una política gradual. Es decir, que el presidente y el director técnico manda a sus jugadores a jugar “siempre para adelante” pero cuando nadie se da cuenta den un disimulado pase hacia atrás si fuera necesario. Así los avances no serán tan frenéticos pero se respetará las preferencias de la hinchada.
- Hacerle caso omiso al pedido de los hinchas. En este caso el presidente y el director técnico suben a la tribuna y arengan para ir siempre al frente, no ser cobardes y no traicionar los colores del club. Los jugadores pasarán la pelota siempre hacia adelante sin importar ninguna consecuencia. Todo efecto negativo será culpa de factores externos que no comprenden la necesidad de atacar.
El macrismo optó por la opción dos y el kirchnerismo por la opción tres. El problema de fondo no es ni la gradualidad de la actual administración ni la frenética carrera hacia delante de la anterior. La Argentina es una hinchada que en cierto sentido está fiscalmente loca. Le pedimos al estado que nos guíe, proteja, alimente, eduque, cure, entretenga, cobije, y atienda cada día de nuestra vida sin querer pagar por ello.
Argentina endiosa el gasto y esquiva el impuesto. Cuando los recursos sobran como sucedió entre 2003 y 2007 votamos y aplaudimos el derroche. Cuando los recursos comienzan a escasear le pedimos al gobierno que confisque a quien sea antes de hacernos pagar la fiesta. Así el cristinismo fue por los fondos del agro, de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), de las empresas privadas, de los acreedores, del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Confiscó cuanta caja tuvo enfrente.
Forzado por una hinchada que cada vez que llega la factura de la fiesta se hace la distraída para que el gobierno saquee a quien está al lado, las excusas sobran. Y políticos inescrupulosos que las aprovechan también.
Argentina necesita tanto un shock fiscal como un shock de educación económica. Volver a comprender que los recursos son escasos, que la propiedad privada es un derecho, que el dinero siempre se asigna con mayor responsabilidad desde el bolsillo privado que desde la tribuna pública.
Necesitamos imperiosamente volver a principios de prudencia fiscal. El endeudamiento debe financiar obras de infraestructura, los impuestos deben financiar un reducido gasto corriente y nunca se debe recurrir a la emisión y a la confiscación como fuente de financiamiento del sector público. Será cuestión de volver a leer a los clásicos y no endemoniar principios básicos, tan elementales para administrar un gobierno como para administrar un hogar.
Desde hace muchos años los argentinos nos comportamos como barras bravas fiscales. En los últimos doce años el grado de delirio aumentó considerablemente. El concepto de gratuidad nos ha hecho mucho daño. Todo lo que le pedimos al estado hay que pagarlo. Y lo que no se paga en pesos se paga en baja calidad de prestación. No hay magia.
En su discurso inaugural el Presidente Macri dijo que “el lugar de encuentro es la verdad”. Debemos enfrentar los costos de conocer la herencia recibida, exteriorizar los estropicios de la gestión anterior y asumir que las fiestas si se hacen se pagan pero siempre lo mejor es no hacerlas.