Conferencia de Manuel Solanet, Director de Políticas Públicas de la Fundación Libertad y Progreso, en sesión privada de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas
Desde hace 70 años, con la excepción del período 1992-2001, la inflación se constituyó en una enfermedad endémica de nuestra economía. En los sesenta años en que la hemos padecido, excluyendo los de la convertibilidad, hubo sólo cuatro años en los que no alcanzó el 10%, pero en trece oportunidades fue de tres dígitos o más. Padecimos dos episodios hiperinflacionarios: el primero a mediados de 1989 y el segundo, muy cercano, a comienzos de 1990.
La Argentina no tiene el record del mayor pico hiperinflacionario de la historia. Es superada por Zimbabwe (2004-2009), Hungría (1944-1946), Alemania (1923-1924), Grecia (1943-1945) y China (1947-1949), pero ostenta el registro de mayor permanencia del fenómeno. A lo largo de 70 años la moneda de curso legal ha debido ceder trece ceros para que sea utilizable, y ya debiera reducir otros dos para que un peso de hoy iguale en poder adquisitivo al viejo peso moneda nacional de 1945. Para tener una idea física de lo que esto significa, si hubiera perdurado la circulación de aquellos pesos y monedas, para un café hoy harían falta 5.000 millones de toneladas de aquella moneda de 20 centavos que en 1945 nos permitía tomarlo. Puestas en camiones de 20 toneladas la cola daría 60 vueltas al ecuador terrestre.
Se entiende por lo tanto cual es la razón por la que los argentinos deseen ahorrar en dólares y no en pesos. Nuestra moneda ha perdido uno de los atributos requeridos para que sea considerada como tal: hoy no es reserva de valor. Consecuentemente no puede funcionar como instrumento de ahorro. Tampoco es utilizable en forma intertemporal como unidad de cuenta.