Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
El pasado 1 de marzo, el presidente Mauricio Macri, en su discurso de apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso realizó un claro diagnóstico de nuestra realidad educativa: “La educación pública tiene severos problemas de calidad y hoy no garantiza la igualdad de oportunidades”. Esta visión difiere radicalmente del discurso impuesto por el gobierno saliente.
Realidad vs. discurso, veámoslo a través de los años. Si bien nuestro nivel de analfabetismo se encuentra por debajo del 2%, el analfabetismo funcional probablemente se ha ido incrementando. La persona sabe leer y escribir, pero su capital humano en la sociedad del conocimiento en la cual le toca interactuar es por demás limitado. Así lo demuestran los resultados alcanzados en las distintas rondas de los exámenes PISA.
Por ejemplo, al conocerse los pésimos resultados de la ronda 2006, el ministro de Educación, Daniel Filmus, sostuvo que: “Chile y Uruguay tuvieron coherencia en las gestiones educativas y una tradición de trabajo fuerte. La Argentina, en cambio, tuvo 34 ministros de educación en 55 años”. Por su parte, el secretario de Educación, Juan Carlos Tedesco, quien sucedería a Filmus días después, señaló que: “Estamos muy mal, especialmente en ese tramo de edad. Pero recordemos que PISA mide la historia educativa de alumnos de 15 años, que ingresaron en el nivel medio en plena crisis”. Excusas razonables pero que fueron cambiando en cada una de las rondas posteriores.
Tres años después, frente a los resultados de PISA 2009, la reacción de Alberto Sileoni no fue distinta: “Chile encabeza en la región porque hace 20 años que viene invirtiendo en educación, aún con las tensiones que esto le significa” y auguró: “Si nosotros persistimos en la inversión seguramente seguiremos mejorando”.
Una nueva excusa. Es claro que Corea o Finlandia, líderes mundiales en educación, llevaban años invirtiendo en el área; pero, como bien señalaba BBC News, ningún otro país europeo había progresado tanto desde 2000 como lo había hecho Polonia, quien invertía en educación alrededor del 5% de su PBI. El presupuesto no lo es todo, Polonia así lo demuestra.
El 11 de septiembre de 2013 Sileoni twitteo: “No decimos que estamos en el paraíso, pero hemos reconstruido el sistema educativo y estamos construyendo un país distinto”. En diciembre, la difusión de los resultados de PISA 2012 habría de reflejar una realidad muy distinta.
¿Cuál fue la reacción oficial? Como ya no es sorpresa, las excusas no se hicieron esperar. El por entonces ministro de Educación declaró: “Hemos logrado mantener los niveles de desempeño de nuestros jóvenes, al tiempo que incorporamos 195.000 alumnos más a la Secundaria”, y enfatizó que: “Argentina, junto a Chile, es uno de los países con mayor tasa de escolarización en el nivel medio. Como sociedad, hemos hecho un enorme esfuerzo para incluir a quienes históricamente estaban excluidos, sin renunciar a la calidad en los aprendizajes”. ¿Mantener los niveles de desempeño? ¿Calidad en los aprendizajes? El ex-ministro no mencionó que Argentina se ubicó en los últimos lugares entre los 65 países participantes.
La negación de la realidad educativa por parte del gobierno saliente fue una constante y no tan sólo en referencia a las evaluaciones PISA. Por ejemplo, el 19 de octubre de 2011 Alberto Sileoni señaló que “hay miles de alumnos y educadores que prueban que la educación pública argentina está viva y en movimiento”, el 31 de octubre de 2012 expresó: “En mi exposición reivindiqué el estado de la educación argentina, el camino recorrido desde 2003”, el 11 de septiembre de 2013 twitteo: “No decimos que estamos en el paraíso, pero hemos reconstruido el sistema educativo y estamos construyendo un país distinto” y el 20 de noviembre de 2014 manifestó que: “la educación popular florece en el marco de un gobierno nacional y popular”.
Durante el último año de la gestión kirchnerista el ex-ministro no hizo sino reafirmar el discurso oficial. Veamos, a modo de ilustración, tan sólo tres de sus tweets del período. El pasado 12 de agosto Alberto Sileoni escribió: “Según el relevamiento, hay un 22% más de trabajadores en el sistema educativo nacional, principalmente en el nivel inicial y en secundaria. Estas cifras hablan de una educación en movimiento, y de la consonancia entre asignación de recursos y resultados de políticas públicas”, el 10 de septiembre señaló que: “no hay un éxodo de la escuela pública a la privada; hay una expansión del sistema educativo argentino, tanto en alumnos como en docentes” y el 9 de octubre llegó a twittear: “No estamos siempre en el mismo lugar, hemos crecido y tenemos un sistema educativo pujante y en expansión”.
Un absurdo. Como muestra es suficiente, la disociación entre la realidad y el discurso del gobierno saliente es evidente.
Los resultados de los exámenes PISA; las usuales tomas de colegios secundarios en la Ciudad de Buenos Aires; la pérdida de días de clase por los habituales paros docentes; las actividades dentro de los colegios de agrupaciones políticas; el éxodo de las escuelas públicas hacia instituciones privadas, aún por una franja de la población que dista de gozar de una buena posición económica; el círculo vicioso de la pobreza representado por beneficiarios de planes sociales incapaces de reincorporarse a la sociedad productiva en virtud de su falta de educación; la alta deserción en la escuela secundaria y en la universidad; la tragedia de los miles de jóvenes que no estudian ni trabajan; son tan sólo algunos de los síntomas de la grave emergencia educativa que recibió el gobierno de Mauricio Macri.
Una revolución educativa es factible e indispensable, pero para ello es necesario que la sociedad internalice la realidad educativa que enfrentamos. Esta breve nota no es más que una pequeña contribución a dicho fin.