Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.
Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.
Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.
Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.
La última vez que se reunieron los países miembros de la ONU para revisar la política antinarcótica internacional fue en 1998 cuando declararon la meta de un mundo libre de drogas dentro de diez años. Era predecible el fracaso completo de tan utópica meta. Pero reflejaba el consenso oficial a favor de una guerra punitiva contra las drogas ilícitas.
La semana entrante se reunirá la ONU para evaluar otra vez el régimen internacional de control de drogas. Esta vez no hay tal consenso. Gobiernos diversos como los de México, Colombia, Suiza y los Países Bajos abogan por la reducción del daño que están causando tanto las políticas actuales como el mismo abuso de drogas. En EE.UU. —el mayor propulsor del régimen global—, la opinión pública ha cambiado a tal punto de que varios estados han legalizado la marihuana, y la mayor autoridad estadounidense en el tema, William Brownfield, ha proclamado que los países debieran tener la libertad de descriminalizar las drogas si así lo desean.
En América Latina también ha surgido un notable cambio de pensamiento. Uruguay ha legalizado la marihuana, varios ex presidentes y personajes destacados han pedido que se consideren alternativas a la prohibición, y en por lo menos dos cumbres de la Organización de Estados Americanos se ha pedido que se consideren alternativas al régimen actual.
La guerra contra las drogas ha perjudicado a los países de la región sin reducir el consumo, el flujo o la calidad de las drogas. Dado que el resultado ha sido un incremento en la violencia y la corrupción, y un debilitamiento de las instituciones democráticas y de la sociedad civil, es entendible que se reconsideren las políticas fracasadas.
¿Significa esto que la reunión de la ONU producirá un cambio de paradigma? No, desafortunadamente. La ONU ya publicó el borrador del acuerdo que espera ser aprobado. Este reafirma la importancia de los tratados internacionales antinarcóticos que han estado vigentes por décadas. Por lo menos ahora se busca promover “una sociedad libre del abuso de drogas” (una meta menos utópica pero tampoco realista) y se reconoce la importancia del uso de algunos medicamentos para prevenir la sobredosis.
No deberíamos esperar más de una agrupación de estados que incluye a Rusia, China, Cuba, Irán y otros partidarios de la línea dura. Para la experta mexicana Lisa Sánchez, representa el “inmovilismo multilateral” ante cambios en algunos estados y en la sociedad civil a nivel global. Para el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, el problema es que todavía se enfoca a las drogas como el problema, en vez de “la manera problemática en que tratamos con las drogas”.
En el fondo, la cuestión es cómo tratar el problema del abuso de drogas: ¿como un problema social o como un problema criminal? Puesto de otra manera, si usted descubriera que un amigo o familiar suyo sufre de una adicción, ¿lo ayudaría o llamaría la policía? La política internacional sigue insistiendo en la criminalización. Sin embargo, ese enfoque ha “empeorado de forma manifiesta los resultados de la salud pública”, según un reporte nuevo de la prestigiosa Universidad Johns Hopkins y la revista médica “The Lancet”. Allí documentan cómo la prohibición incrementa la sobredosis de drogas y serias enfermedades contagiosas. También resaltan el hecho de que la minoría de consumidores de drogas que terminan adictos enfrentan barreras bajo el régimen predominante para superar su condición.
La prohibición aísla a los que más necesitan ayuda y perjudica a los demás consumidores de drogas que no necesitan tratamiento, así como al resto de la sociedad. El problema no parece ser tanto las drogas como el aislamiento. Esa observación está respaldada por experimentos que hizo el psicólogo Bruce Alexander sobre ratas. Él encontró que si se les ofrece agua y un líquido que contiene opiatos, las ratas que viven en jaulas aisladas se vuelven adictas a una tasa muy superior a las de las ratas en condiciones normales donde forman parte de una colonia.
Las personas muestran una actitud semejante. Probablemente por eso, en Portugal, donde se han descriminalizado todas las drogas, no se ha disparado su uso, sino más bien ha caído notablemente en algunos casos. Debemos dejar atrás la política internacional antinarcótica que aísla a la gente.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 16 de abril de 2016