Consejo Académico, Libertad y Progreso
La divulgación de las estadísticas económicas sobre el PBI confirmaron lo que casi todos los analistas privados presagiaban pero el gobierno se negaba a admitir.
En buen romance se corroboró que la economía estuvo prácticamente estancada durante 2015, y el escenario más probable para este año es que continúe en la misma situación. A eso se sumó hace unos días el dato de la inflación anualizada a marzo que alcanzó el 10,6%, acelerándose y ratificando que estará por algún tiempo en los dos dígitos.
El panorama, por tanto, cambió sustancialmente al que vivimos desde 2004. A esa etapa, excepcionalmente positiva en la perspectiva histórica, ya que fue el mejor período de crecimiento en duración y en tasa de los últimos 70 años, ya debemos referirnos en pasado.
Ahora que baja la marea y vemos lo que dejó, es posible constatar lo que desde hace tiempo era evidente pero muchos se negaban a ver: los crasos errores desde una perspectiva estructural y los de la política económica que hoy saltan a la vista. Desde una mirada de más largo plazo, reiterando una manida metáfora, nuestro barco surcó fuerte el océano mientras el viento sopló a nuestro favor, pero ahora que cesó vemos que no aprovechamos ese tiempo para construir un motor, ni siquiera un par de remos.
En esto conviene ser justo: la economía nacional creció fundamentalmente por factores externos, así como el estancamiento actual también se debe a los mismos factores. Solo desde visiones maniqueas de la realidad se puede atribuir la bonanza a las políticas internas y el estancamiento a shocks foráneos o viceversa. Pero, al mismo tiempo, debe constatarse cómo desperdiciamos una etapa excepcionalmente favorable para encarar reformas estructurales, ya que por el contrario, las que se hicieron en el sistema tributario, la salud y la educación fueron anticrecimiento, burocráticas y corporativistas. Y peor aún, aspectos tan básicos para generar crecimiento autónomo como una mejor inserción internacional, una fuerte inversión en infraestructura o la mejora del capital humano brillaron por su ausencia. Miramos por televisión como se firman tratados comerciales a diestra y siniestra mientras seguimos empantanados en el Mercosur. Las rutas del país están cada vez peor y no hay inversiones nuevas, mientras el gobierno nos dice que el año que viene van a existir obras a través de la participación público-privada, exactamente lo mismo que vienen diciendo desde hace cinco años sin resultados. Y sobre la tragedia de la educación los resultados de esta década, tomando en cuenta los recursos que se invirtieron, son sencillamente patibularios.
La política económica strictu sensu queda demostrado que fracasó sin justificación posible. Solo así se explica que luego de un período tan positivo el Uruguay tenga tan impresentables niveles de inflación, déficit fiscal y deuda pública. Era evidente que sin regla fiscal, sin coordinación de las políticas macroeconómicas, y dilapidando el crecimiento, íbamos a terminar así, pero desde el oficialismo se respondió siempre a estas críticas con soberbia enceguecida.
Ahora solo queda despertar obnubilados de la fiesta, recomponerse, y tomar las medidas posibles que ya no serán las mejores.
Este artículo fue publicado originalmente en El País (Uruguay) el 8 de abril de 2016.