Consejero Académico de Libertad y Progreso
Se dice que la deuda pública es mala, al menos en tres sentidos. Uno es que su amortización conspira contra el crecimiento de la economía. Otro es que, si la pagamos, habrá menos dinero para objetivos más importantes. Por fin, está el argumento radical: la deuda es ilegítima, así que no se la paga y ya está. Pero si la deuda es mala, lo que estará mal es contraerla. Sostener que la deuda es nociva a la hora de pagar, pero benéfica a la hora de cobrar desafía toda lógica.
Sin embargo, ese razonamiento falaz es la historia misma de las deudas, que desde los tiempos más remotos han sido impagadas, perdonadas, renegociadas, restructuradas, licuadas, etc.
Otro tanto sucede con el déficit y la inflación. Si la norma secular de la Hacienda Pública es el déficit y no el superávit, y si la norma de las monedas es que se devalúen y la norma de los precios es que suban, lo que no se puede decir es que sean cosas obviamente malas. Seguir cultivando esa ficción, como hacen los políticos y, para su bochorno, numerosos economistas, revela más pereza intelectual que otra cosa.
Cuando el PP ganó las elecciones y subió los impuestos, sostuvo que debió hacerlo por culpa del déficit, mayor al esperado. Era mentira, porque el déficit siempre puede enjugarse bajando el gasto. Si Rajoy no lo hizo fue porque creyó que subiendo impuestos pagaba un coste político menor que bajando mucho el gasto público –que, al revés de lo que se predica sin cesar, no fue recortado apreciablemente, lo que combinado con la menor recaudación hizo explotar ese supuesto mal: la deuda pública. Sin embargo, está claro que esa deuda no es mala para los gobernantes, que no por azar deciden aumentarla cuando creen que les conviene. Es absurdo decir que no hay alternativa, y también alegar, como hizo Luis de Guindos, que no se puede bajar el gasto público porque el pueblo no lo quiere (obviamente no lo quiere, pero tampoco quiere pagar más impuestos, con lo que el problema queda otra vez resituado en la política).
Actualmente se habla del “incumplimiento del objetivo del déficit”, una cabriola retórica, porque el que incumple el objetivo es el mismo que lo fija. Pero, además, otra vez, veamos si esto está tan mal. Si el gobierno incumple el objetivo del déficit, esto simplemente quiere decir que le conviene incumplirlo, es decir, que al hacerlo paga un coste político menor que cualquier combinación de más impuestos y menos gastos que conduzca a su cumplimiento.
Distingamos, pues, entre política y sociedad civil, y recordemos estas curiosidades cuando nos digan pronto que el Gobierno está obligado a hacer un ajuste por culpa del déficit y la deuda…