Miembro del Consejo Académico, Libertad y Progreso
Pedro Pablo Kuczynski ganó por los pelos, pero ganó. Sospecho que la comunidad internacional más sensata ha visto esa victoria con buenos ojos. El país no va por mal camino y nadie querría que se descarrilara.
A PPK lo separan de Keiko Fujimori apenas 39 000 votos de un total, grosso modo, de diecisiete millones de electores. El apellido Fujimori polarizaba a los ciudadanos. La mitad del país votó por ella y la otra mitad en contra. No triunfó el kuczynkismo, sino el antifujimorismo.
Es importante que PPK, que es un hombre valioso e inteligente, se dé cuenta de esa circunstancia. La mayor parte de sus compatriotas no lo eligió por sus virtudes y conocimientos, que los tiene, sino por el origen de su contrincante. Es un fenómeno propio de los sistemas electorales de segunda vuelta. La primera vez se vota con el corazón. La segunda, con el hígado.
A partir de esa melancólica premisa hay tres realidades igualmente incómodas.
La primera, es que la mayoría del Parlamento es fujimorista: 73 de 130 diputados militan en Fuerza Popular. Es el mayor partido del país. Hay que contar con ellos.
La segunda, es que el grupo parlamentario de la izquierda populista-chavista, el Frente Amplio, que acaso le dio la victoria presidencial a PPK por el apoyo que recibiera de Verónika Mendoza, empeñada en cerrarle el paso a Keiko, le hará la guerra desde el principio. No habrá luna de miel ni 100 días de gracia. Será un enemigo tenaz y formidable.
La tercera, derivada de estos dos factores, es que PPK será un presidente muy débil que tendrá que forjar consensos y apoyarse en todos los factores dispersos en el complicado panorama político nacional para poder llevar a cabo una labor mínima de gobierno. No tendría sentido dedicarse a hurgar en el pasado para vengar viejos agravios.
Aunque sea poco, algo le quedará de capital político a Ollanta Humala. PPK tendrá que recoger los escombros del aprismo, incluido Alan García. Del belaundismo, cuyo candidato, Alfredo Barnechea, hizo un notable papel en las elecciones. De Alejandro Toledo, que en su momento gobernó acertadamente. Lo que quiero decir es que los peruanos, pese a la pasión antifujimorista, no eligieron a PPK para que les arregle el pasado, sino el porvenir.
Para esos fines, PPK tendrá que hacerle un guiño compasivo al fujimorismo. Lo más sencillo sería trasladar a Alberto Fujimori para que cumpla prisión en su domicilio. Ya lleva una década preso, tiene 77 años y sufre de cáncer. Incluso los antifujimoristas no se opondrían. Los peruanos no son vengativos.
Ese 50% de electores que sufragaron por Keiko verían el gesto como una rama de olivo. No es descabellado pensar en una alianza para el buen gobierno. Si PPK no puede gobernar contra el fujimorismo, acaso tendrá que gobernar con él. Al fin y al cabo, la visión socioeconómica de ambas formaciones es compatible y comparten el mismo enemigo: el neopopulismo chavista que todavía hace estragos en América Latina, aunque está en vías de extinción por su pésimo desempeño.
¿Y en qué debe poner el acento PPK? Según las encuestas, los grandes temas que preocupan a los peruanos son la inseguridad ciudadana, la corrupción, y el crecimiento económico que les proporcionaría mejor calidad de vida y más oportunidades de trabajo.
Sin embargo, como buen cientista social con larga experiencia, PPK conoce el estudio del Banco Mundial sobre la riqueza de las naciones publicado en el 2005. No radica en los dones naturales, y ni siquiera en el aparato productivo. Está en la fortaleza de las instituciones de Derecho, en la educación o capital humano y en los hábitos y costumbres que constituyen el capital cívico. Son estos factores intangibles, mezclados de diversas maneras, los que hacen posible el enriquecimiento progresivo de las sociedades.
El gran legado de PPK sería incrementar ese patrimonio, aunque le traiga pocos réditos políticos. La gloria, al fin y al cabo, también es intangible.