Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
La Teoría Austríaca del Ciclo Económico (TACE) está por cumplir 104 años. Publicada por primera vez en 1912 en la obra La Teoría del Dinero y el Crédito de Ludwig von Mises, sostenía una mirada contraria al común de los economistas sobre los proceso de auge y recesión en las economías.
Básicamente, el punto es que las crisis no son una consecuencia inevitable del capitalismo, sino que son producto de la intervención estatal en el mercado y, específicamente, en el mercado de dinero y crédito.
Para sintetizar lo más posible la teoría (dos buenas y sintéticas explicaciones aquí y aquí) podemos decir que todo comienza cuando el gobierno decide imprimir más dinero con el objetivo de reducir la tasa de interés. La tasa de interés, en realidad, es un precio como cualquier otro de la economía y debería quedar determinado en el mercado de crédito. Si “mucha” gente desea ahorrar, entonces la tasa de interés será baja, mientras que si hay “pocos” que quieren ahorrar y “muchos” que deseen consumir, entonces la tasa será alta.
Sin embargo, el gobierno puede influir en ese precio de la economía, al menos a corto plazo, imprimiendo más billetes. Mediante la expansión monetaria, el Banco Central inyecta dinero en los bancos y éstos comienzan a reducir la tasa de interés para que haya más gente que tome esos préstamos.
El problema con esto es que los empresarios consideran esta reducción en la tasa de interés como una señal de que la sociedad está dispuesta a ahorrar más y consumir menos, por lo que comienzan a emprender proyectos de inversión de mayor duración (de manera que los bienes de consumo estén listo para un tiempo futuro, no presente). Ahora evidentemente, como las preferencias de ahorro-consumo de los consumidores no se modificaron, la señal es errónea y llegará un punto en que la escasez de verdadero ahorro se hará patente y el sistema se volverá insostenible. Los precios de los factores de producción comenzarán a subir y los costos de los proyectos de inversión indicarán que éstos eran, en realidad, inviables.
Finalmente, el Banco Central podría decidir subir la tasa de interés (reflejando el aumento de precios –a la Fischer- y la verdadera escasez de ahorros), con lo que se lo terminaría responsabilizando por apretar el gatillo de la recesión.
Si bien la TACE sigue debatida en la profesión (acaso por sus conclusiones liberales y su prescripción política de no intervención), lo cierto es que es perfectamente compatible con cualquier corriente de pensamiento que comprenda la importancia de los precios relativos en la economía.
Finalmente, su planteo no es otra cosa que un análisis riguroso de lo que sucede cuando el gobierno comienza a distorsionar los precios relativos, que toma en consideración todos los efectos no intencionados de dicha intervención.
En este sentido, creo que la mirada austríaca es una herramienta perfecta para comprender lo que está sucediendo con las tarifas en nuestro país.
Veamos.
Cuando Duhalde decidió salir de la convertibilidad, la Ley de Emergencia Económica les prohibió a los proveedores de servicios públicos subir las tarifas para seguir cobrando, en dólares, lo mismo que antes. También prohibió cualquier tipo de indexación así que, básicamente, congeló los precios de los servicios públicos. Como se sabe, los gobiernos siguientes (de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner) prorrogaron dicha ley hasta el final del último mandato de CFK y la inflación acumulada alcanzó niveles astronómicos.
Así que, en concreto, por muchos y largos años las tarifas pasaron a ser un precio regulado de la economía y mantenido por debajo de su valor “de equilibrio”, “natural” o, en otras palabras, aquél que reflejaba la verdadera escasez relativa del recurso en cuestión.
Ahora bien, análogamente a lo que sucede en la Teoría del Ciclo Austríaca, aquí quienes tomaron erróneamente la señal de precios fueron los consumidores (aunque indirectamente también los inversores). Con un precio artificialmente bajo, los consumidores de energía, gas y agua, toman por cierto que dichos bienes son “sobreabundantes”. ¿Para qué vas a cerrar la ventana cuando hace frío si total sobra el gas y la electricidad para calentar la casa con tres aires acondicionados y dos estufas de tiro balanceado?
Ahora bien, hasta aquí la consecuencia no parece tan grave. Simplemente fomentamos la cultura del derroche, pero ¿qué más?
Las consecuencias (probablemente no intencionadas, al igual que con la TACE) son mucho más profundas. Es que en función de dicho precio artificialmente barato, toda la estructura productiva de la economía comienza a funcionar de manera descoordinada. Para un consumidor, no es lo mismo vivir en el departamento de 500 mts2 si el gas para calefaccionar dicho hogar cuesta 100 que si cuesta 10.000. Además, no es lo mismo tener un aire acondicionado, o tener 4, si la electricidad cuesta 50 o 500. Tampoco es lo mismo tener un automóvil de bajo consumo que una camioneta 4×4 si la nafta es cara o si la nafta es barata. En el segundo caso, claramente habrá una tendencia a demandar más camionetas y, por tanto, una tendencia también a producirlas.
En resumen, la distorsión del precio relativo de la energía genera una enorme distorsión en todo el sistema productivo.Para la Escuela Austríaca, las tasas de interés artificialmente bajas hacen que los proyectos de inversión luzcan rentables cuando, en realidad, no lo son. De la misma forma, los artificialmente bajos precios de la energía hacen que proyectos de inversión y de consumo (como comprar una casa, un auto, o un electrodoméstico) luzcan sostenibles cuando, en realidad, no lo son.
Finalmente llega el punto de quiebre. Con la energía artificialmente abaratada, hay un exceso de demanda, pero nadie tiene interés en producirla. Así que en un momento, la cuerda se rompe y aparecen los cortes de luz o el racionamiento del gas. En fin, la “lucha por los recursos” que parecían abundantes pero, en realidad, eran súper escasos.
Llegado ese momento, el gobierno tiene dos opciones. O seguir con el statu quo y profundizar el racionamiento, o liberar los precios y permitirle a éstos que reflejen la verdadera escasez de los recursos y orienten nuevamente el sistema productivo de la economía para que éste guarde relación con las demandas reales de los consumidores (y no unas afectadas por los precios distorsionados).
Claramente, la segunda alternativa es la más sustentable y la que más crecimiento generará a largo plazo.
Sin embargo, también es cierto que una vez iniciado el esquema del control de precios y la distorsión, ningún camino será agradable. El shock tarifario implicará un reacomodamiento de la estructura productiva, y muchas decisiones de consumo e inversión se demostrarán equivocadas. Finalmente, habrá que comenzar a producir diferente, y algunos negocios tendrán que cerrar sus puertas, mientras otros las abrirán en otros sectores. Pero nada de esto se hace sin fricciones. Por eso cuando menos intervenidos estén los mercados, y más flexibles sean, más rápido y menos doloroso será el ajuste.
La Teoría Austríaca del Ciclo Económico ofrece otra conclusión reveladora sobre el problema de las crisis económicas. Que el culpable de la recesión no es el Banco Central que sube las tasas de interés, sino aquél que decidió reducirlas artificialmente en primer lugar.
Creo que la conclusión es estrictamente aplicable al tema tarifario. Una vez iniciada la locura de controlar precios por 14 años, no hay salidas fáciles. Y la responsabilidad por el ajuste no es de quien decide optar por el camino de reducir la intervención, sino por el demagogo líder anterior, que al distorsionar las señales del mercado, generó una burbuja insostenible y con un final cantado: el ajuste que siempre llega.