Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
REVISTA CRITERIO – A fines de mayo pasado, Norberto Rodríguez, Secretario General de YMCA, publicó en Clarín una interesante nota titulada “Pobreza cero, con educación de diez”, en la cual señala que “los eslóganes como pobreza cero son muy atrayentes en términos de anhelos y, obviamente, de marketing político. Sin embargo, encierran un singular riesgo cuando no van acompañados de hojas de ruta que posibiliten convertir en realidad, en este caso, esa sensible y unánime aspiración”. Y agrega que “la pobreza cero requiere como condimento preexistente promover una educación de diez para el conjunto de la población, especialmente para los segmentos más desprotegidos que recorren penosamente las banquinas de la vida”.
Es claro que está en lo correcto. El jueves 25 de julio de 2013, el papa Francisco, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, pronunció un movilizador discurso en el cual, tras elogiar los esfuerzos de Brasil por integrar a todos a través de la lucha contra el hambre, advirtió: “Ningún esfuerzo de pacificación será duradero ni habrá armonía para una sociedad que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma […] La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado”.
¿Qué mejor modo de tratar a los necesitados que respetar su dignidad, ayudándolos a reinsertarse en la sociedad productiva? Al fin y al cabo, como señala Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate, “el estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”.
Volvamos a la frase: “La pobreza cero requiere como condimento preexistente promover una educación de diez”. Encontramos una posición similar en el pensamiento de Juan Pablo II, quien en un discurso pronunciado en Santiago de Chile en abril de 1987, expresó: “El trabajo estable y justamente remunerado posee, más que ningún otro subsidio, la posibilidad intrínseca de revertir aquel proceso circular que habéis llamado repetición de la pobreza y de la marginalidad. Esta posibilidad se realiza, sin embargo, sólo si el trabajador alcanza cierto grado mínimo de educación, cultura y capacitación laboral, y tiene la oportunidad de dársela también a sus hijos. Y es aquí, bien sabéis, donde estamos tocando el punto neurálgico de todo el problema: la educación, llave maestra del futuro, camino de integración de los marginados, alma del dinamismo social, derecho y deber esencial de la persona humana. ¡Que los Estados, los grupos intermedios, los individuos, las instituciones, las múltiples formas de la iniciativa privada, concentren sus mejores esfuerzos en la promoción educacional de la región entera!”. El mensaje es contundente, educación es la respuesta.
Una muy buena evidencia fue generada por el Instituto de Estadísticas de España, que realiza anualmente, al igual que el resto de los países de la Unión Europea, la Encuesta de Condiciones de Vida. En ella, por Reglamento europeo, cada año se incluye un módulo dirigido a estudiar en profundidad aspectos específicos. En 2012 estuvo orientado a analizar las condiciones de vida en su adolescencia de aquellas personas con edades comprendidas entre 25 y 59 años, lo cual permitió establecer la relación entre la situación socio-económica de estos hogares en el pasado con la de los hogares a los que pertenecen luego como adultos.
La dificultad para llegar a fin de mes en el hogar, cuando el adulto era adolescente, influye en su dificultad para no repetir esa situación en su vida adulta: de aquellos que vivían en su adolescencia en hogares con dificultades, el 49% sigue llegando a fin de mes con dificultad.
Como es de esperarse, ese problema, cuando el actual adulto era adolescente, influye en su nivel de educación: el 62% de las personas que vivían en hogares que llegaban a fin de mes con dificultades no ha terminado su formación secundaria.
La educación es la única forma de romper el círculo vicioso de la pobreza, veamos si no la opinión de cuatro Premios Nobel al respecto.
Milton Friedman, Nobel de Economía 1976, declaró alguna vez que “una mejor educación ofrece una esperanza de reducir la brecha entre los trabajadores más y menos calificados, de defenderse de la perspectiva de una sociedad dividida entre los ricos y pobres, de una sociedad de clases en la que una élite educada mantiene a una clase permanente de desempleados”.
Hace ya 50 años, Theodore Schultz, Nobel de Economía 1979, nos explicaba el porqué. En su visión, la educación es el principal motor de movilidad social, dado que las diferencias de ingresos entre las personas se relacionan con las diferencias en el acceso a la educación. Ésta es la que incrementa sus capacidades para realizar trabajos productivos.
Por su parte, Robert Lucas, Premio Nobel de Economía 1995, nos ha enseñado que una persona más educada no sólo es más productiva sino que también incrementa la productividad del resto de los factores de producción. Un escaso nivel de capital humano genera que el capital físico sea menos productivo y, si ambos son menores que los de otro país, su nivel de ingreso también lo será. Más razonable e intuitivo, imposible.
Pero entonces, ¿cómo enfrentar la pobreza? Eric Maskin, Nobel de Economía 2007, provee de la obvia respuesta: educación y entrenamiento laboral. En sus palabras, Maskin afirma que “los programas sociales pueden proteger de los efectos de la pobreza extrema pero este efecto es de corto plazo, no va a reducir el problema a largo plazo […]. La población debe tener los medios para ganarse su propio sustento y los programas sociales pueden ayudarlos a llegar a ese punto dándoles asistencia, educación y capacitación laboral”.
Educación, fundamentalmente técnica y capacitación laboral: no existe otra hoja de ruta para enfrentar la pobreza. Imaginemos tan sólo si diez años atrás se hubiese tomado conciencia de ello. ¿Cuántos menos argentinos vivirían hoy en condiciones de pobreza? Es hora de empezar a recorrer este camino, no podemos permitirnos perder un día más.