Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
PANAM POST – La Unión Soviética colapsó en 1989. La planificación total de la economía resultó una empresa inviable que fue incapaz de generar la riqueza necesaria para asegurar el bienestar de la población. Además, derivó en un sistema dictatorial que se perpetuó por décadas en el poder.
A finales de los años ochenta y principios de los noventa, Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin intentaron reformar la economía de dicho país transformándola en algo más compatible con la apertura y la libertad económica. Sin embargo, ambos intentos fracasaron.
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Argentina no es la Unión Soviética de fines de los ochenta. Sin embargo, en algunas cosas se le parece bastante. Según el Índice de Calidad Institucional que elabora la Fundación Libertad y Progreso, el país cayó 99 puestos en los últimos 21 años. El índice mide la calidad de las instituciones políticas (libertad de prensa, rendición de cuentas, etc.), así como el de las instituciones económicas (estabilidad de la moneda, controles de precios, apertura comercial, etc.)
En otro índice internacional, elaborado por la Fundación Heritage de los Estados Unidos, el país aparece en el grupo de las “economías reprimidas”. Es decir, las de menor libertad del mundo, por debajo de Rusia, y muy por lejos de otros países que fueron integrantes del bloque soviético, como Estonia o Lituania.
Este camino hacia la represión de la economía, con un notable crecimiento del rol del estado, ha dejado un legado más que complicado. Inflación de las más altas del mundo, nulo crecimiento económico y mayor pobreza generalizada en el país. Es claro que hay que cambiar y es clara la dirección que debe tomar el cambio.
Sin embargo, esta tarea no es sencilla, y experiencias como las de Gorbachov y Yeltsin sirven para demostrarlo.
En su trabajo “Credibilidad, compromiso y reforma económica soviética”, el profesor de la Universidad George Mason, Peter Boettke, explica la importancia de tener compromiso y credibilidad a la hora de emprender reformas pro-mercado.
Desde su punto de vista, si éstas quedan a mitad de camino, entonces los resultados esperados nunca llegarán a materializarse. Un ejemplo de esto podría ser el siguiente: Supongamos que el gobierno decide reducir los impuestos para estimular la inversión. Si realiza esto pero no achica el gasto público, entonces aparecerá el déficit fiscal. Llegado el momento, el mayor déficit deberá ser cubierto connuevos impuestos. Si los inversores detectan esto, entonces la baja inicial de impuestos no habrá servido de nada, porque ninguno se habrá aventurado a invertir en primer lugar.
A Gorbachov le sucedió algo del estilo:
“Desde 1985 a 1991, Gorbachov introdujo al menos 10 paquetes de medidas de importancia para reformar la economía bajo el lema de la perestroika. Sin embargo, ninguno de ellos llegó a ser implementado por completo”.
La ley de empresas estatales, por ejemplo, sostenía que las mismas debían llegar al déficit cero. Sin embargo, como el gobierno también debía cuidar el “pleno empleo”, ese requisito se transformó rápidamente en un mero slogan. Si reducir el déficit implicaba reducir el personal en el sector público, entonces no habría ninguna reducción del déficit.
Llegado Yeltsin al poder, se anunció un programa integral de reforma económica. De acuerdo con Boettke:
“La mayoría de los precios al consumidor se liberarían de la noche a la mañana, se implementaría un masivo programa de privatizaciones, la política monetaria se volvería contractiva y se instituiría un presupuesto equilibrado. Esta ‘terapia de shock’, sin embargo, nunca fue implementada como se anunció originalmente”
Muchos de los precios no se liberaron, generando escasez y una mayor presión para seguir controlando. Además, la reforma fiscal nunca llegó, y las pérdidas de las empresas estatales siguieron cubriéndose con dinero público, deuda y emisión. Como afirma Boettke: “las ineficiencias microeconómicas generaron desbalances macroeconómicos en toda la economía”. El resultado fue unamayor inflación y devaluación del rublo.
El gobierno de Macri heredó una economía al borde del colapso, sin embargo, las reformas están costando más de lo que inicialmente parecía. Ya desde el principio fue tímido el ajuste fiscal anunciado, ya que se propuso reducir el gasto público en solo 2 puntos del PBI cuando la administración anterior lo incrementó nada menos que en 20. Ahora bien, incluso esta moderada reducción del gasto está encontrando fuerte resistencia.
La Cámara Federal de La Plata prohibió los aumentos en las tarifas de gas, lo que obliga a continuar subsidiando al sector. Por otro lado, el gobierno ahora parece decidido a impulsar el gasto en obra pública para intentar reactivar el consumo y la actividad económica. Según un reciente estudio, el gasto creció 68% anual entre el 29 de mayo y el 3 de julio.
Las señales son confusas; por un lado se afirma que se debe reducir el déficit fiscal para bajar la inflación, por el otro, que el gasto tiene que subir para “dinamizar” la obra pública y la actividad. En paralelo, la justicia impide recortar gasto en subsidios y las empresas estatales siguen siendo una canilla abierta para el derroche del estado.
Las dudas sobre la sostenibilidad fiscal del gobierno podrían empezar a crecer y, finalmente, echar por tierra las buenas intenciones y las tímidas reformas pro-mercado prometidas. Esperemos que no sea el caso, porque en Argentina necesitamos crecer, y mucho.
Pero no lo haremos si seguimos caminando por la calle del estatismo.