Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
CLARÍN – Hace pocos días, el Papa Francisco, en una carta que le envió al presidente de la Conferencia Episcopal, con motivo de la celebración de San Cayetano, señaló que “a San Cayetano pedimos pan y trabajo. El pan es más fácil conseguirlo porque siempre hay alguna persona o institución buena que te lo acerca, al menos en la Argentina, donde nuestro pueblo es tan solidario. Pero el trabajo es tan difícil de lograrlo, sobre todo cuando seguimos viviendo momentos en los cuales los índices de desocupación son significativamente altos”. Y agregó que “el pan te soluciona una parte del problema, pero a medias, porque ese pan no es el que ganás con tu trabajo. Una cosa es tener pan para comer en casa y otra es llevarlo a casa como fruto del trabajo. Y esto es lo que confiere dignidad. […] Cuando pedimos trabajo estamos pidiendo dignidad; y en esta celebración de San Cayetano pedimos esa dignidad que nos confiere el trabajo; poder llevar el pan a la casa”.
Al respecto, a fines de mayo pasado, Norberto Rodríguez, Secretario General de YMCA, publicó en esta sección una interesante nota en la cual resaltaba que los eslóganes como pobreza cero son muy atrayentes en términos de anhelos y marketing político, pero encierran un importante riesgo cuando no van acompañados de hojas de ruta que posibiliten convertir en realidad dicha aspiración. A su vez, ¿cuál es dicha hoja de ruta? Rodríguez la asocia a educación de excelencia, especialmente para aquellos que menos tienen y, por ende, más lo necesitan.
Está en lo correcto. Milton Friedman, Nobel de Economía 1976, declaró alguna vez que “una mejor educación ofrece una esperanza de reducir la brecha entre los trabajadores más y menos calificados, de defenderse de la perspectiva de una sociedad dividida entre los ricos y pobres, de una sociedad de clases en la que una élite educada mantiene a una clase permanente de desempleados”. ¿No es esta acaso una foto adecuada para describir nuestra realidad, en la cual millones de personas llevan el pan a la mesa gracias a planes sociales?
Hemos perdido una década, millones de beneficiarios de planes no cuentan hoy con mayor capital humano que hace diez años. Exigir que todo beneficiario concurra a una escuela de adultos, preferentemente técnica, con el fin de completar su educación formal, o que tome cursos de entrenamiento profesional en un amplio menú de actividades productivas, como requisito para hacerse acreedor al subsidio, facilitaría su reinserción en la sociedad productiva.
Imaginémonos si se implementase hoy una política imbuida de este espíritu. ¿Cuántos menos argentinos dependerán del apoyo del Estado de aquí a cinco años? ¿Cuántos más gozarán de la dignidad que sólo confiere el llevar a la mesa familiar el pan obtenido como fruto de su trabajo?