LA INDUSTRIA ARGENTINA: MITOS Y REALIDADES

Foto Agustin Etchebarne
Director General en 

Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 

Por Dulcinea Etchebarne y Agustín Etchebarne.

En la sociedad argentina esta fuertemente arraigado el mito de que la industria nacional empezó con Perón. Di Tella y Symelman, por ejemplo, argumentan que si bien la crisis del 30 sirvió para incentivar el desarrollo industrial, este recibe un nuevo impulso en la década del 40 debido a políticas gubernamentales que favorecieron la industrialización. [1] Para estos autores, el estallido de la Primera Guerra Mundial, junto a otros incentivos que crearon las condiciones para que surgiera una infraestructura básica adecuada, generaron a partir de 1914 las condiciones necesarias para el crecimiento industrial. Sin embargo, recién a partir de 1930 se empiezan a insinuar cambios estructurales en la economía argentina favorables a un despegue industrial, que se afirmaron definitivamente durante la Segunda Guerra Mundial y la Post-Guerra.

En este sentido, se  suele creer que la industria argentina surgió en los años 40 a partir de políticas estatistas y proteccionistas. A muchos le sorprenderá saber que  para  1914 el 71,3 % del consumo en la Argentina la era industria nacional. [2] la industria argentina no sólo existe desde el siglo IXX sino que para comienzos del siglo XX crecía con rápidez.

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Las políticas de libre comercio y desregulación de los mercados implementadas durante este periodo por gobiernos sucesivos permitieron que surgieran emprendimientos, demostrando que a través de las decisiones planificación descentralizadas pueden emerger órdenes espontáneos de una complejidad mayor a la que pueden construir mentes singulares. Las decisiones individuales dentro de mercados libres, y no de una autoridad central planificadora, permiten integrar el conocimiento disperso en la sociedad de la manera más efectiva. En las palabras de Hayek, “solo una mente ingenua puede concebir al orden sólo como el producto de una ordenación deliberada, puede parecer absurdo el hecho de que en condiciones complejas, el orden y la adaptación a lo desconocido se pueden lograr de manera más efectiva mediante la descentralización de las decisiones.”[3]

Estas políticas también fueron beneficiosas al permitir que entrara el capital necesario mediante inversiones extranjeras y suplir la falta de mano de obra local con un influjo de inmigrantes, que vinieron atraídos por la cantidad de oportunidades y sueldos más altos que los Europeos.

Un caso emblemático de cómo las inversiones extranjeras, la inmigración y la industria local  interactuaron para llevar al crecimiento económico el del desarrollo de Río Negro a partir de que se estableció el Ferrocarril del Sur, construido con capitales británicos. La compañía a la que pertenecían los ferrocarriles dio una gran parte del capital que permitió al ingeniero italiano Cesar Cipoletti hacer las represas necesarias para controlar los caudales de los ríos de la zona. Estas represas permitieron que se pudiera cultivar, ayudando al desarrollo de la región. Al mismo tiempo, este desarrollo incentivo la inmigración hacia la región e hizo que los ferrocarriles del sur tuvieran una mayor producción para transportar.

Esto se complementó con un último aspecto de se manifiesta, fundamentalmente, a través de la delimitación de las reglas del juegos que significo sancionar una constitución y el pleno respeto a los derechos de propiedad que permitieron garantizar a ahorristas e inversores un ámbito de  decisión inviolable por parte de terceros.[4]

De esta manera, a partir de 1880, la actividad industrial en la Argentina comienza a desarrollarse vigorosamente – inicialmente en relación al procesamiento de materias primas provenientes del sector agropecuario. Si bien en los años previos a la Organización Nacional solo existían en nuestro país industrias simples enfocadas hacia el sustento básico y la guerra, durante la década de 1860 se sucedieron diversos acontecimientos que incentivaron el desarrollo industrial. Entre estos estuvieron el establecimiento de la libre navegación de los ríos, los contratos de colonización de tierras en la pampa, el proyecto del ferrocarril entre Rosario y Córdoba, la guerra del Paraguay y la promulgación de la ley de patentes. A pesar de que la década del 1870 estuvo caracterizada por hechos adversos, tales como la gran crisis de 1874-1875, enfrentamientos regionales y epidemias, se construyeron obras de infraestructura y comenzaron a percibirse los efectos positivos de la incipiente inmigración.

Dicho progreso industrial no puede comprenderse sin tener en cuenta la revolución agropecuaria que tuvo lugar en las pampas argentinas a principios de siglo XX. Esta permitió que diferentes empresas agroindustriales utilizaran las materias primas que proveía el campo para crear industrias que, al procesarlas, les dieran valor agregado. Esto permitió que la Argentina se convirtiera en uno de los mayores exportadores mundiales de productos industriales de origen agropecuario, superando la tasa de crecimiento de países como Australia o Canadá y llegando al sexto puesto de crecimiento a nivel mundial. Procesos industriales como la transformación de fibras vegetales en tejido le dieron valor agregado a la producción agrícola y acrecentaron en valor de sus productos en el mercado internacional.

Para  1913 la industria argentina había alcanzado un nivel de sustitución de importaciones que en algunas ramas era elevado. De hecho, a partir de principios del siglo XX las  tasas de crecimiento industrial fueron superiores a aquellas referidas al sector agropecuario. Para 1900 la industria tenía una participación creciente en la producción global interna del país, mientras que la participación del sector agropecuario era decreciente. [5]

De esta manera es innegable que la preeminencia del sistema agroexportador durante este periodo no es más que un mito y que  las políticas de libre mercado y comercio que caracterizaron a esa época llevaron a que la industria floreciera.

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[1] Guido Di Telia y Manuel Zymelman, Las etapas del desarrollo económico argentino, Buenos Aires, EUDEBA, 1967, y “Etapas del desarrollo económico argentino”, en T. S. Di Tella, G. Germani, et al., Argentina, Sociedad de Masas, Buenos Aires, EUDEBA, 1965, pp. 177-195.

[2] Tercer Censo Nacional, 1914.

[3] Friedrich Hayek, La Fatal Arrogancia: Los Errores del Socialismo, Alemania (1988). Pág. 76.

[4] Orlando Ferreres, 2 Siglos de Economía Argentina, Fundación Norte y Sur, Argentina (2010). I.S.B.N : 9789500205719. Páginas 11 a 16.

[5] Orlando Ferreres, 2 Siglos de Economía Argentina, Fundación Norte y Sur, Argentina (2010). I.S.B.N : 9789500205719. Páginas 11 a 16.

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