Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
El liberalismo es la corriente de pensamiento económico que sacó al mundo de la pobreza. Nada menos. Antes de la Revolución industrial, a principios de 1800, la pobreza en el mundo superaba el 90% de la población. Pero gracias al desarrollo del capitalismo y la globalización, en 2015 este número se redujo 80 puntos, al 10% del total. En poco más de 100 años, la civilización alcanzó un grado de desarrollo que jamás antes había sido posible, con una mayor cantidad de población y mayor esperanza de vida. A pesar de los agoreros y apocalípticos, Adam Smith se alzó vencedor.
Por el contrario, el intervencionismo, con sus variantes socialistas, desarrollistas y populismos de izquierda y derecha, llevan al fracaso de los países. En su afán de gastar más de lo que se ingresa e hiperregular la economía, siempre termina igual. O con incontrolables niveles de inflación, o con crisis de deuda, o con un sistema productivo colapsado como el caso de la Venezuela actual. A la luz de los datos, es claro que el camino que debe tomar el país es el de la libertad económica. Además, está visto que los países más libres son los que mejor calidad de vida ofrecen a su población. Las 5 naciones que encabezan el Índice de Desarrollo Humano (Noruega, Australia, Suiza, Dinamarca y Holanda) tienen altos niveles de libertad económica. Respetan los derechos de propiedad, comercian libremente con el mundo, no tienen inflación y no controlan precios destruyendo la rentabilidad de las empresas.
Ahora para alcanzar a estos países, el Gobierno de Mauricio Macri necesita ser mucho más agresivo en su compromiso con la libertad de lo que ha sido hasta ahora. ¿Por qué? Porque contamos con un pasado que genera muchas dudas entre los inversores del mundo y los propios argentinos. Desde la creación del Banco Central en 1935, la inflación anual equivalente fue de 55%, con dos episodios hiperinflacionarios y el cambio de seis signos monetarios. Además, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el país estuvo en situación de default, o de incumplimiento de sus compromisos de deuda, 36 años, el 52% del tiempo transcurrido. Expropiaciones, privatizaciones, re-estatizaciones e impuestazos también han sido protagonistas de nuestra historia reciente, y hoy la presión tributaria alcanza niveles insospechados.
El Gobierno de Cambiemos lleva nueve meses en el poder. En ese lapso, eliminó de un plumazo el cepo cambiario, quitó la mayor parte de las absurdas retenciones a la exportación, intenta ajustar las atrasadas tarifas de los servicios públicos, bajar la inflación, y reducir gradualmente el déficit fiscal. Como frutilla del postre, esta semana comienza en Buenos Aires un Foro de Inversión y Negocios que busca seducir a los empresarios para que inviertan en el país. Todo esto es positivo. Pero incluso sumándolo todo, es posible que los inversores nos sigan mirando con desconfianza. Hazte la fama…
Por eso, la única alternativa que nos queda es mostrar un compromiso mucho mayor con los principios básicos de la libertad económica. Los impuestos tienen que bajar drásticamente, y para ello se debe renunciar a megaproyectos de gasto político. La economía debe desregularse, e innovaciones como Uber deben ser parte de nuestra vida cotidiana, no víctima de reglamentos hechos a la medida de las mafias. El comercio debe abrirse, y de manera unilateral, sin necesidad de negociar “contrapartidas” con otros países.
Abrirse es bueno: nos permite comprar más barato del exterior y a su vez vender más caro. El comercio genera siempre beneficios para las partes que comercian y es totalmente falaz que genere desempleo en términos agregados. Argentina está frente a una coyuntura histórica. Los ojos de los inversores están puestos sobre nosotros, pero el Gobierno teme ser catalogado de liberal o, peor aún, de “neoliberal”.
Así que mi recomendación es sencilla: estimado presidente, libérese de los prejuicios y haga lo que tiene que hacer. En un mundo competitivo como el de hoy, hay que ser doblemente agresivos para captar inversiones. Y ese objetivo sólo se conseguirá con más libertad económica, no con mensajes ambiguos y demagogia política.