Emilio Apud es ingeniero industrial, director de YPF y ex Secretario de Energía y Minería de la Nación. Integra el Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso.
LA NACIÓN – Dada la magnitud y calidad de nuestros recursos energéticos, el sector tiene la responsabilidad y el desafío de abastecer la demanda del país y transformarse luego en un exportador internacional dentro de 8 a 10 años.
La producción de energía en el país es marginal respecto de la global. Sin embargo, nuestros recursos energéticos tienen escala mundial, lo que indica un potencial exportador relevante: excepcionales vientos y radiación solar, caudalosos ríos, capacidad para producir biocombustible, conocimiento y experiencia en energía nuclear y ahora los shale, hablan de una gran potencialidad dormida. Pero el sector energético debe primero resolver la crítica situación del abastecimiento local, fruto de la irresponsable política del kirchnerismo.
En 2013, la EIA (Energy Information Administration de EE.UU.) confirmó que el segundo recurso de shale gas del mundo y el cuarto de petróleo estaban en la Argentina. Identificó cuatro cuencas con shale de las cuales la neuquina, con los yacimientos de Vaca Muerta (VM) y Los Molles, resultó la más importante, con 72% de shale gas del país, de los cuales 53% son de VM.
Pero, ¿de qué sirve regodearnos con que tenemos el segundo recurso gasífero del mundo o el cuarto en petróleo si, por malas praxis, existe una elevada probabilidad de que no lo saquemos y quede in aeternum bajo tierra? Solo en gas, suponiendo que pudiera extraerse un 40% del recurso identificado por la EIA y venderse al precio promedio internacional, significaría que tenemos enterrados unos 2 billones de dólares, algo así como 3,4 PIB actuales. Para desenterrarlos harían falta unos 400.000 millones, con un flujo de inversión anual de unos 8000 millones durante 50 años, en razón de las previsiones sobre el final del uso de gas y petróleo hacia fines de este siglo: en apenas 80 años.
Una aplicación masiva de la electricidad sobre la base de recursos renovables y nuclear en los hogares, la industria y el transporte, los reemplazará. Solo el transporte consume un tercio de la producción de petróleo y ésa fue, a mi criterio, la principal causa por la que todavía usemos una motorización de hace 150 años, no obstante los enormes adelantos tecnológicos experimentados desde entonces.
El avance en desarrollos de vehículos eléctricos acelera la sustitución en el transporte, y las celdas de acumulación eléctrica, todavía en experimentación, eliminarán las restricciones a las energías eólica y solar originadas por la intermitencia de sus fuentes.
La tecnología y las comunicaciones son los catalizadores en la propagación de conciencia global sobre desarrollo sustentable y uso racional de los recursos. La gente ya no quiere las emisiones de la combustión fósil, como los gases CO2, de efecto invernadero, o el OC, tóxico contaminante del aire en los grandes centros urbanos.
Estamos ante un cambio de perspectiva que torna obsoleta la teoría del Peak Oil formulada en 1956 por el geólogo Hubbert, según la cual se dejaría de usar hidrocarburos porque se agotarían. El deadline para los hidrocarburos lo definirá la demanda, al haber decidido la gente cambiarlos por energías más sustentables y saludables.
Al final, el petróleo y el gas serán reemplazados por energía renovable y nuclear. Pero durante la transición, el gas natural jugará un rol determinante, sustituyendo combustibles líquidos y carbón, por varias razones: es el menos contaminante de los hidrocarburos, su extracción y transporte son cada vez más competitivos y es un recurso al que la tecnología ha tornado abundante. Es decir, el inevitable proceso de sustitución del carbón y el petróleo por energías limpias irá acompañado también por el gas natural y en particular el shale gas, futuro commodity.
Entonces, si tenemos el segundo recurso mundial de shale gas, y el gas será prioritario en la transición, pero dejará de usarse hacia fines de este siglo, la estrategia a seguir debería ser extraer y exportar la mayor cantidad posible de shale antes que el gas natural pierda valor económico en el mundo.
¿Por qué priorizar VM? Por ser el yacimiento de shale más importante del país, dado su potencial hidrocarburífero y su localización en el corazón de la actividad petrolera argentina, la provincia de Neuquén. También, por los avances en el aprendizaje de la nueva tecnología de fractura hidráulica o fracking en ese yacimiento y por contar un calificado equipo humano, factores que facilitarán una rápida entrada en producción industrial a medida que lleguen las inversiones.
Sin embargo, de no modificarse las condiciones vigentes en el sector petrolero argentino, será muy difícil que califiquemos para atraer inversores de fuste. Problemas de larga data en lo laboral, impositivo y normativo le quitan productividad a la industria y la hacen poco competitiva. Encarar los cambios necesarios en todas las cuencas petroleras del país además de complicado sería un proceso sumamente lento ante la crítica situación socioeconómica y política heredada.
Una salida transitoria y a la vez eficaz a este dilema sería crear para la zona de Vaca Muerta una entidad ejecutiva del tipo Área Administrativa Especial, AAE, con regulaciones y acuerdos ad hoc que faciliten y hagan atractiva el área para la inversión. Sería un leading case de organización por objetivos, trasladable oportunamente a otras áreas petroleras. Los acuerdos logrados recientemente por el Gobierno con el sector laboral de la cuenca neuquina para mejorar su productividad son un paso importante hacia el armado de un AAE, pero resta aún compatibilizar acciones entre los estados nacional y provincial para dotar al área de la infraestructura necesaria, atenuar el peso de los impuestos que gravan a la industria y convocar a las empresas a mejorar su productividad. Por eso, insisto en la necesidad de que los gobiernos nacional y neuquino avancen en la formación de un área administrativa especial coordinadamente con el sindicato y las empresas que operan en Vaca Muerta.
Tal vez, todavía resulte difícil entusiasmar con iniciativas como ésta, cuyos beneficios se verán recién dentro de varias décadas. Sobre todo cuando todavía no logramos expulsar de nuestro inconsciente un cortoplacismo fuertemente arraigado después de tanto populismo. Pero es la única manera de emprender proyectos que transforman en riqueza recursos no renovables. Riquezas que no pertenecen sólo a nuestra generación, sino también a las por venir, que ya no contarán con el valor económico del recurso natural, pero sí con el de los sustitutos que tenemos la obligación de crear y que, a mi criterio, deben ser una infraestructura física adecuada y los medios necesarios para desarrollar el conocimiento en la población, que es sin duda la mejor inversión a futuro.