Consejero Académico de Libertad y Progreso
Socialistas y comunistas, es decir, los mayores enemigos de la Iglesia, y también, no por casualidad, los mayores enemigos de la libertad, critican al liberalismo acusándolo de ser una religión.
Dirá usted: es un reproche más extendido, que incluye a la propia Iglesia. Es verdad, con matices. Una parte del liberalismo decimonónico fue hostil a la religión, asociándola con los peores aspectos del Antiguo Régimen.
De ahí brotaron dos tremendos errores cometidos por los liberales: uno fue el apoyo a la desamortización, que privó a la Iglesia de sus bienes, y el otro fue el acoso a la labor educativa de la Iglesia, que a la postre se tradujo en el peor de los escenarios para el liberalismo: la educación pasó de la Iglesia al Estado.
Fue una grave equivocación de los liberales el mantener posiciones antirreligiosas, que no sólo propiciaron la expansión del Estado, sino que envenenaron la relación entre liberalismo y religión
En este proceso bastante conservadores defendieron las libertades mejor que los liberales. Y también reprocharon desde antiguo a los liberales el que hubiesen divinizado cosas materiales, empezando por el dinero. Honoré de Balzac, un acertado crítico de la desamortización, escribió en 1834 en Eugénie Grandet: “¿No es el Dinero en todo su esplendor, expresado en una sola fisonomía, el único dios moderno al que se profesa fe?“.
Violar las libertades de los ciudadanos
Sin embargo, conviene destacar dos puntos. El primero es que siempre hubo un liberalismo religioso y un cristianismo liberal: nunca fueron volados todos los puentes. Y el segundo es que, con el tiempo, esos puentes se han fortalecido, y la cercanía entre liberales y creyentes ha ido aumentando y consolidándose, con todas las matizaciones y contradicciones que eran de esperar.
Por supuesto, el panorama con el socialismo, en especial en sus versiones más carnívoras, es el opuesto: el liberalismo es incompatible con el comunismo, y también ha denunciado siempre a las variantes más vegetarianas del socialismo, es decir, la socialdemocracia, con su proyecto de violar las libertades de los ciudadanos, pero…no completamente.
De ahí mi interés en desmontar hoy la acusación de religiosidad que se lanza desde la izquierda al liberalismo.
Un primer argumento es que el liberalismo promete sacrificios para todos a cambio de un paraíso inminente, que nunca llega. Esto es algo asombroso, es lo que los psicólogos llaman proyección: los socialistas acusan a los liberales de sus propios defectos.
Piezas en un tablero de ajedrez
En efecto, el liberalismo jamás ha prometido ningún paraíso. En cambio, el socialismo sí, el socialismo siempre ha prometido, como en la novela de Vargas Llosa, “el paraíso en la otra esquina”; y, además, siempre lo ha hecho alegando que dicho edén sólo requeriría el sacrificio de una minoría de privilegiados y usurpadores. Esta idea ya está, incluso, en El capital de Marx. La realidad, como es bien sabido, fue justo la contraria: el comunismo convirtió la vida de cientos de millones de trabajadores en un infierno.
Un segundo argumento es que el liberalismo pretende ser una ciencia, cuando en realidad apenas es una (falsa) religión. Se trata también de una increíble proyección. El liberalismo no sólo no pretendió ser una ciencia perfecta, sino que se basó precisamente en criticar la arrogancia de quienes pretenden cambiar la sociedad de arriba abajo mediante la razón, aduciendo que con la ciencia se puede jugar con las personas como si fueran meras piezas en un tablero de ajedrez: esta es la imagen que utiliza Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales al criticar a los hombres doctrinarios (véase la edición de Alianza, página 407).
Hay muchos disparates que sostienen los críticos del liberalismo, al que acusan de ser una religión secularizada. Por ejemplo, el maniqueísmo, la creencia en que los mercados son perfectos, algo que jamás ha hecho ningún liberal; o que la pobreza es benéfica o que es culpa de los propios pobres, algo que tampoco ha dicho ningún liberal nunca; o incluso que los liberales lavan el cerebro a las masas mediante la mentira y el engaño, que es precisamente lo que hacen los antiliberales, los fascistas y los socialistas.
Si hay una religión secularizada y falsa, es el socialismo; no por nada un liberal español decimonónico, el catalán Laureano Figuerola, dijo que los socialistas eran “los frailes del siglo XIX”.
Pero, con todo, quizá el mayor desatino sea acusar de pretensión científica al liberalismo, cuando quien se arroga el carácter científico es el antiliberalismo. Y, además, siempre ha sido así. En efecto, fue Marx quien despreció a todas las demás interpretaciones del socialismo, llamándolas utópicas. Y ¿cómo bautizó Marx a su interpretación? La llamó: socialismo… científico.
Este artículo fue publicado originalmente en Actuall (España) el 9 de noviembre de 2016.