Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.
Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.
Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.
Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.
Finalmente, Fidel Castro ha muerto. Su vida fue consecuente, pero su muerte fue anti-climática. El mundo ha estado esperando el deceso de Castro por lo menos durante 10 años, desde que entregó el poder a su hermano Raúl debido a una enfermedad, y los cubanos por mucho más tiempo. Pero como el comunismo cubano, Castro aparentemente se negaba a morir, incluso cuando sus ideas fracasaron hace mucho en inspirar un entusiasmo ampliamente difundido, y de hecho condujesen a su país hacia la ruina y generaran una resignación, miedo y rechazo entre cubanos que habían vivido bajo el único sistema totalitario que este hemisferio ha visto alguna vez.
Hace seis años la disidente cubana Yoani Sánchez capturó la mentalidad que resulta de ser obligado a vivir según lo que muchos cubanos consideraban una ideología desacreditada, cuando escribió: “Fidel Castro, afortunadamente, nunca volverá”. Para la gran mayoría de cubanos, Castro, o al menos el atractivo de sus ideas, ya estaba muerto.
Cuando visité por primera vez Cuba en 2002 para asistir a una serie de reuniones oficiales y extra oficiales, llegué a entender que nadie, quizás solo dos personas, creía en el comunismo. El nivel de cinismo era alto, aparentemente similar a aquel de los últimos años del socialismo soviético, y era ampliamente extendido. No conocí a una sola persona que estaba satisfecha con el estado actual de las cosas. Eso no ha cambiado, aunque por algún tiempo la Venezuelachavista llegó al rescate con subsidios petroleros y otro tipo de respaldo que ahora es poco confiable debido al fracaso de Venezuela con su propio experimento socialista.
En la región siempre habrá algo de nostalgia y creencia en la leyenda de Fidel Castro como el líder de los pobres y el campeón de la igualdad social, pero afortunadamente, el modelo cubano en la América Latina de hoy tiene poco de atractivo. Y la cruda realidad es que el legado de Castro es más ampliamente reconocido que nunca antes. Como el periódico peruano El Comercio señaló, Castro fue “simplemente, el dictador más sangriento, más represivo y más duradero de América Latina”. Y aunque el sistema autoritario que él estableció todavía no ha sido derrotado, su muerte marca el punto final simbólico de los peores excesos de la represión del siglo XX en la región.
Fidel Castro representaba lo peor de la peor tradición centralista de América Latina. En la historia de la región, nadie ha tenido tanto control sobre tantos aspectos de la vida de las personas por tanto tiempo como él. Lo logró mediante la pura intolerancia y crueldad. Desde el inicio de su revolución, no dudó en encarcelar y ejecutar a sus aliados más cercanos, a sus “amigos” e incluso a niños cuando esto convenía a lo que se proponía. La gente debatirá por mucho tiempo cuántos millones de vidas perturbó, cuántos miles de disidentes políticos encarceló, y de cuántas decenas o cientos de miles de vidas perdidas es culpable. Pero él era un maestro del engaño y un manipulador audaz de la opinión pública; en persona, era un “encantador de serpientes”, en palabras del novelista peruano Mario Vargas Llosa. Como el profesor de Yale Carlos Eire señala, “Sus mentiras eran preciosas y por lo tanto atractivas”.
Aquí también, él era uno de los dictadores latinoamericanos más talentosos. Castro justificó los peores crímenes mediante el supuesto logro de un bien superior —la soberanía nacional, el acceso universal a la salud y a la educación, la igualdad social, la lucha contra elimperialismo, etc. No importa que la realidad era considerablemente distinta. Con todos sus problemas, Cuba, el país más desarrollado de América Latina antes de la revolución, se volvió relativamente menos desarrollado y mucho más dependiente de los poderes extranjeros después de la revolución, primero de la Unión Soviética, luego de Venezuela. Y si hemos de creer las cifras oficiales cubanas, muchos países alrededor del mundo y dentro de América Latina mostraron ganancias iguales o superiores en indicadores de desarrollo social sin tener que sacrificar las libertades civiles, políticas o económicas. El grado de control que la nomenclatura comunista ha ejercido sobre otros en la sociedad constituye una desigualdad de poder que Cuba nunca antes había experimentado.
Castro sabía que gran parte del mundo exterior pasaría por alto esa realidad y compraría el mito oficial. No siempre mintió. El uso de la equivalencia moral en su argumentación, o el viejo truco de sugerir que críticas del nuevo régimen eran lo mismo que respaldar al viejo status quo le sirvieron mucho. Castro sabía que el mundo era imperfecto y convirtió a Cuba en el punto focal de lo que América Latina había sido desde hace bastante tiempo: un lugar hacia el cual los extranjeros podían proyectar su visión utópica o donde ellos podían expresar su descontento con las muchas cosas que estaban mal en sus propias sociedades. De esta manera, la revolución se volvió útil para los intelectuales, periodistas, activistas y muchos otros alrededor del mundo. De igual forma, el cinismo de Castro acerca de los más necesitados, la paz mundial y lo que sea era singular. Como mi colega Juan Carlos Hidalgoseñala, tan solo hace tres años el régimen patrocinó una cumbre de líderes latinoamericanos que hacía un llamado a fortalecer los derechos humanos y la democracia.
Cómo el futuro se desenvolverá en Cuba es impredecible, pero podemos esperar que su dictadura militar siga en control a corto plazo y probablemente por más tiempo. El régimen había estado preparándose para la muerte de Fidel durante la última década y su represión se había incrementado durante el último año. Sin Fidel, no obstante, puede que haya menos miedo a experimentar con el cambio. Sin embargo, cualquier cambio que se dé, será realizado por un régimen que pretenda retener el poder. Será una tarea cada vez más difícil de controlar para cualquiera.
La muerte de Castro nos da la oportunidad de hacer lo que sugiere mi amigo Javier Fernández-Lasquetty: rendirle homenaje a los millones de cubanos que han sufrido bajo la tiranía que él impuso, incluyendo a los escritores como Herberto Padilla y Guillermo Cabrera Infante, activistas como las Damas de Blanco y el difunto Oswaldo Paya, periodistas e intelectuales como Antonio Rodiles, y los muchos y muchísimos disidentes cubanos que siguen enfrentándose al despotismo con dignidad. El mundo es un mejor lugar gracias a ellos.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el blog Cato At Liberty (EE.UU.) el 29 de noviembre de 2016.