Michael Novak, RIP: la Iglesia católica hoy

Presidente del Consejo Académico en 

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Acaba de morir un pensador de gran peso en ámbitos católicos, teólogo egresado de la Universidad Gregoriana de Roma, quien se preocupó por exhibir con fuerza las bases morales del capitalismo, especialmente en su The Spirit of Democratic Capitalism del que se publicaron varias ediciones en distintos idiomas.

Novak estaba preocupado por la incomprensión de no pocos católicos de los enormes beneficios de los mercados libres y la democracia entendida como una forma de gobierno donde se respetan los derechos de las minorías y, por tanto, se establecen severos límites al poder al efecto de circunscribirlo a la protección de los derechos individuales.

En el mencionado libro, Novak escribe que “la democracia política es compatible en la práctica solo con la economía de mercado” y considera “una tragedia la falla de la iglesia al no entender la base moral-cultural de la economía moderna […] La primera de todas las obligaciones morales es pensar con claridad […] Es sorprendente que los documentos de la iglesia Católica Romana, incluyendo encíclicas de papas recientes  procedan como si el capitalismo democrático no existiera. Las pocas referencias a sociedades tipo la norteamericana en documentos papales, cuando ocurren, en la mayor parte son bruscas, peyorativas e inexactas”

El mismo, Michael Novak, pasó por la etapa del socialismo y escribe que para mi “el capitalismo era una mala palabra”. Fue muy influido por Jacques Maritan en distintos aspectos. Recordemos que Maritan en su True Humanism (sic) escribió que “En un sentido un orden terrenal capaz de matar por el crimen de herejía mostraba un gran cuidado por el alma del hombre y mantenía como un gran ideal la dignidad de la comunidad humana que centraba de este modo en la verdad respecto de aquella que solo castiga los crímenes contra el cuerpo” y más adelante asevera que “En verdad, sin caer en el marxismo mesiánico, un cristiano puede reconocer que hay una profunda visión en la idea de que el proletariado por el mero hecho que ser  parte del régimen capitalista ha sido sujeto de sufrimiento”.

En otro plano, también Novak era un hombre amplio de miras, por ejemplo, en su Confessions of a Catholic, se opone enfáticamente a que la Iglesia haya decretado que no es lícito el control de la natalidad por cualquier método que los interesados estimen mejor, siempre que no signifique un aborto, en cuya obra también insiste en que “La lección que debemos aprender es que la iglesia puede subvertirse fácilmente desde adentro, puesto por puesto, sede por sede, y nunca más fácilmente que cuando flotan en el aire políticas convulsionadas”, lo cual expande en su Belief and Unbelief. Tengo en mi biblioteca una docena más de libros de este prolífico escritor.

Fui el primero que invitó a Novak a América latina. Pronunció conferencias en Buenos Aires, en ESEADE cuando era rector de esa casa de estudios. Sus palabras resonaron en muchos intelectuales que de buena fe pensaban que por ser católicos no había que criticar. Craso error. Para hacer bien hay que señalar las equivocaciones sean cuales fueran. Como dije en una columna de hace un par de años, si no fuera por los que hacen oír su voz fuerte y clara, todavía estaríamos con los Borgia.

Rindo sentido homenaje al coraje moral y la integridad intelectual de Michael Novak y agradezco sus escritos denunciando lo que hay que denunciar sin disimulos como tantos disfrazados de católicos que en los hechos apañan el desvío de los preceptos morales de la sociedad civilizada.

Por mi parte, a continuación reitero parte de lo que he escrito antes sobre el actual Papa que no comparte los valores de la sociedad abierta de la cual van quedando pocos restos como consecuencia de las recetas estatistas a las que adhiere el Papa Francisco.

En esta ocasión me limito a su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”. En este caso, el Papa Francisco lamentablemente vuelva a insistir con sus ideas estatistas y contrarias a la sociedad abierta reflejada en los mercados libres. Sin duda esto tiene una clara dimensión moral puesto que la tradición del liberalismo clásico y sus continuadores modernos se basan en el respeto recíproco y la asignación de los derechos de propiedad como sustento moral de sus propuestas filosóficas, jurídicas y económicas. De allí es que el primer libro de Adam Smith, ya en 1759, se tituló The Theory of Moral Sentiments, preocupación mantenida por los más destacados exponentes de esa noble tradición.

El aspecto medular del documento (que comentaremos muy telegráficamente puesto que el espacio no nos permite abarcar todos los aspectos) se encuentra en el segundo capitulo. Para darnos una idea del espíritu que prima, se hace necesario comenzar con una cita algo extensa para que el lector compruebe lo dicho en palabras del texto oficial.

“Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. […] Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida”.

“En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”.

En verdad, las reflexiones del Papa resultan sorprendentes debido a las inexactitudes que contienen. En primer lugar el “derrame” es una forma muy peyorativa y errónea que ilustrar el proceso de mercado. No es que los menesterosos recogen las migajas que caen de la mesa de los potentados sino que se trata de un proceso en paralelo: cada incremento en la inversión inexorablemente aumentan los salarios debido a la mayor competencia por atraer trabajo.  Esa es entre otras la diferencia entre Canadá y Uganda.

Antes que nada, debe precisarse que el mundo está muy lejos de vivir sistemas de competencia y mercados abiertos sino que en menor o mayor medida ha adoptado las recetas del estatismo más extremo en cuyo contexto el Leviatán es cada vez más adiposo y cada vez atropella con mayor vehemencia los derechos de las personas a través de múltiples regulaciones absurdas, gastos y deudas públicas colosales, impuestos insoportables e interferencias gubernamentales cada vez más agresivas, todo lo cual no es siquiera mencionado por el Papa en su nuevo documento.

Sin embargo, la emprende contra la competencia y los mercados libres que dice “matan” como consecuencia de la supervivencia de los más aptos, sin percatarse que los que mayores riquezas acumulan hoy, en gran medida no son los empresarios más eficientes para atender las demandas de su prójimo sino, en general, son los profesionales del lobby que, aliados al poder político, explotan miserablemente a los más necesitados.

Llama la atención que el Papa se refiera a la compasión del modo en que lo hace, puesto que, precisamente, aquella contradicción en términos denominada “Estado Benefactor” es lo que no solo ha arruinado especialmente a los más necesitados y provocado la consecuente y creciente exclusión, sino que se ha degradado la noción de caridad que, como es sabido, remite a la entrega voluntaria de recursos propios y no el recurrir a la tercera persona del plural para echar mano compulsivamente al fruto del trabajo ajeno.

En resumen, los valores y principios de una sociedad abierta no matan, lo que aniquila es el estatismo vigente desde hace ya mucho tiempo. Es importante citar el Mandamiento de “no matar”, pero debe también recordarse los que se refieren a “no robar” y “no codiciar los bienes ajenos”. En este sentido, estimo de una peligrosidad inusual el consejo papal basado en una cita de San Juan Crisóstomo cuando escribe el Papa: “animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: ‘No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos’”.

¿Ese es el consejo agresivo al derecho de propiedad que el actual Pontífice les tramite a los líderes políticos del momento? ¿No es suficiente el descalabro que vive el mundo por desconocer los valores de la libertad? ¿Está invitando a que se usurpen las riquezas del Vaticano o solo se refiere a las de quienes están fuera de sus muros y la han adquirido lícitamente?

En definitiva, la sana preocupación por la pobreza no se resuelve intensificando las recetas estatistas y socializantes sino en aconsejar el establecimiento de marcos institucionales por el que se respeten los derechos de todos. Si se hiciera la alabanza de la pobreza material y no la evangélica referida al espíritu, la beneficencia quedaría excluida puesto que con ello se mejora la condición del receptor. Y si se dice que la Iglesia es de los pobres, debería dedicarse a los ricos puesto que los pobres estarían salvados.

Se que el Papa está imbuido de las mejores intenciones, pero las intenciones y la bondad de la persona —como es el caso— no son relevantes, lo importante son las políticas que se llevan a cabo. En este cuadro de situación, por último, es de interés tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que consignó el 30 de junio de 1977 en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “De por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.

Dados los embates a los postulados de la sociedad abierta, necesitamos con urgencia más Michael Novak en nuestro mundo. Queda su ejemplo. Afortunadamente no todos los sacerdotes y obispos coinciden con el actual Papa (en público y más en privado). Hay mucha preocupación. Es bueno repasar las obras de autores como Novak que muestran la compatibilidad entre el cristianismo y la sociedad libre.

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